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2647 Words
Carlos había vuelto a la mesa, se sentó en su silla y ahí, note que todos me estaban mirando. Se sorprendían, me señalaban con su mirada y hasta soltaban halagos. Xinto asintió y yo sabía que esto lo habían planeado entre ellos. Regina alzó su copa y dio un trago de vino. En la pista había más chicas, la música aún no empezaba. Me gire levemente y entonces paso. El rey me estaba mirando. Me miraba con detenimiento. Parecía sorprendido. Confundido. Molesto. La princesa Mary estaba mirándome y me regalo una sonrisa. ¡Me sentí incómoda! Pensé en volver a mi lugar, en salir de esta situación y volver a mi vida en la provincia. ¿Debería haber corrido justo ahora? ¡No lo supe! La música empezó a sonar y el novio ya estaba bailando con su esposa. Las demás chicas comenzaron a bailar con sus nuevas parejas. Resulta que ahora era el turno de las hijas esperar a que un chico se animará a bailar. Eso marcaría interés, interés por conocer a la doncella. Después de unos segundos y de sentirme incómoda por llamar demasiado la atención, decidí volver a mi lugar. Di un paso repentino, pero él me detuvo. Su mano se engancho de mi mano rápidamente y entonces con una vuelta rápida, yo terminé de frente a él. Era un muchacho medio alto, sus ojos brillaban a color verde azulado, su piel era blanca y el cabello brillaba en color oro óxido. ¡Impactante! Aquí hasta los hombres se habían modificado genéticamente para parecer más atractivos. ¿O así era su naturaleza de este espécimen? —¿Se había dado por vencida? ¿Pensaba huir? Su pregunta me desconcertó. Me sorprendió ver qué sus labios eran de un tono entre rosa y rojizo. —¿Disculpe? Sonrió. —Pensaste que nadie querría bailar contigo y estabas a punto de volver a tu mesa. Su mirada era bonita. —No realmente. ¿Darme por vencida? Yo no estoy en busca de hombre. Mi respuesta pareció ser de su agrado. —¡Que dama tan más directa! ¿Cómo te llamas? Dude en decirle mi nombre, pero entonces vi a Carlos hacerme una señal con la mirada, cómo si supiese nuestros diálogos. —Katherine. ¿Y usted? Se quedó pasmado unos segundos. Parecía que mi pregunta le ofendió. —¿Cómo? ¿No sabes quién soy? —La verdad no. ¿Por qué debería saber su nombre? Nunca nos habíamos visto. Bajo la mirada. Su brillo desapareció. —Soy Cárter. Él príncipe de Angelópolis. ¡Impactada! Que cosas tan más inesperadas. Nunca imaginé bailar con el príncipe y mucho menos pensé en qué él pudiera bailar conmigo. Sus manos me tomaban de la cintura, su tacto era cálido y no podía creer que esto me estuviera pasando. —Un gusto Cárter. ¡Encantada de conocerle! Su sonrisa apareció. —¿Segura que no sabías quién soy? —¿Por qué duda de mí? No dijo usted que yo era una dama muy directa. Le había ganado en esta pequeña discrepancia. Él me dio una vuelta. —Es verdad. Percibo que eres una dama de gran franqueza. ¿Tu papá es el Conde de San Francisco? ¿Así es cómo empezaba el juego? Yo tenía que acercarme al príncipe desde el principio. ¿Capturar su completa atención? —Es mi tío. Yo no… —pensaba decirle la verdad sobre mis padres, pero al final decidí ocultarlo—. Mis padres no pudieron venir, ellos salieron de viajé. ¿Cómo debía jugar este juego? La música terminó. Hicimos una reverencia cómo agradeciendo y entonces decidí salir a tomar un poco de aire. El collar de perlas me estaba ahorcando. Caminé por el jardín. Un jardín falso que brillaba con puros hologramas. Las plantas, las flores y los árboles eran hologramas. ¿Dónde había quedado la naturaleza? ¡En mi vestido! Me senté en una banca. Lancé un suspiro y entonces quise quitarme el collar. Me estaba asfixiando la sensación de estar aquí, rodeada de mucho lujo y sobre todo muy lejos de casa. ¡En que me habían metido esos rebeldes! —¡Katherine! —Escuché mi nombre—. ¿Te encuentras bien? Cárter estaba caminando en dirección mía. —Si. Estoy bien. ¿Y usted? Llegó hasta mi lado y decidió sentarse. Este era su palacio, su hogar, su posesión y yo estaba aquí junto a él de una forma extraña. ¿Por qué me seguía? —Si. Estoy bien. Preferiría que me llamaras por mi nombre, puedes tutearme si quieres. Asentí. Me sorprendió un poco su petición. —Está bien. Gracias por bailar conmigo. Una sonrisa apareció en su rostro. ¿Imaginé hablar con el príncipe de Angelópolis? ¡Nunca! Es más, ni siquiera sabía que teníamos un príncipe. Admito que nunca me gustó estar al pendiente de la familia real. Cuando se nos obligaba a ver la transmisión televisada de Sonata, yo siempre terminaba escondida en algún lugar. ¡No me agradaba hablar de la realeza! Irónico. Ahora estoy hablando con un hombre que pertenece a la realeza. Me sentí hipócrita de repente. —Me causo curiosidad el hecho de que tú no sabes quién soy —dijo él. Gire suavemente a mirarle. Era verdad, yo no sabía sobre su existencia. Regularmente todos hablan del Rey y la Reina. La familia real era un secreto que la televisión no debía transmitir como mandato de discreción, solo el rey y su esposa. —Es cierto. Yo no sabía quién eres. Yo… casi no estoy aquí en la capital. Se quedó sorprendido. Repaso mis palabras con sus labios. —¿Vives en el extranjero? Reí. ¡Ojalá viviera en el extranjero! Podría vivir en Europa o Asia. Preferiría vivir en Asia, ellos aún conservan su naturaleza, esos árboles que dan muchas flores son mi delirio. ¡La sakura me encanta! —No. Vivo en la provincia de San Francisco. —Cierto. Esa es la provincia a cargo de tu tío. ¡Que tonto soy! —¡No eres tonto! Yo no creo eso. Quizá solo eres un poco distante a tu nación. ¿Alguna vez has viajado a San Francisco? Pero ahí cuando mis palabras fueron lanzadas, note que esa era una pregunta absurda. Obviamente que él nunca había ido a mi provincia. ¡Nunca escuchamos su nombre por mis rumbos! —¡No! Nunca he ido a San Francisco. ¿Es bonito? ¿Qué podía responder? ¿Algo realista? Claro que era bonito. Más que esté lugar sí. Lo único malo de San Francisco y de las otras provincias era la gran diferencia social que existía entre la clase alta y nosotros, los empleados. ¡Nos trataban muy mal! La discriminación y el maltrato eran cosas bien marcadas en cada provincia. —Si. Es bonito. ¿Has visitado alguna otra provincia? Se quedó pensando por una brevedad. —Si. Visité la provincia de Cholula y la que está cerca de los volcanes. Los volcanes pertenecían a la provincia de San Andrés. Era una provincia que se encargaba de suministrar la fruta. Tenían muchos árboles frutales y ríos. San Francisco y San Andrés eran parecidas. —Pues en San Francisco se cultivan los vegetales, hay muchas plantas y flores muy bonitas. También hay un río casi al final de la provincia donde hay árboles de tejocote y capulín. A veces los hombres y los niños suelen ir a pescar los fines de semana. Sonreí. ¡Extrañaba mi tierra! —Entonces debería visitar San Francisco. ¿Me invitas? Su pregunta me sorprendió por completo. Empecé a reírme. —En tú caso no creo que necesites una invitación para ir. Eres el príncipe y eso te da libertad de poder elegir a dónde quieres ir. Note un poco de decepción en su rostro. Su mirada perdió cierto brillo y sus labios ya no sonreían. —Sería bueno que yo pudiera elegir a dónde ir o qué hacer con mi vida. Pero, no puedo permitirme ese lujo. Así que eso era. ¿Un lujo? Este muchacho que nació en cuna de oro me estaba diciendo que yo tenía un lujo que él no podía permitirse. Que no tenía libertad y yo, al menos podía elegir lo que yo quisiera. Aún encadenada a la soledad, yo poseía el lujo que el príncipe no tenía. ¡Qué gran diferencia! —¿Y por qué no? Se encogió de hombros. —Resulta que la mayor parte de mi vida ya ha sido planeada desde antes de que yo naciera. Si es cierto, ser rey será un gran privilegio. Pero. Sabes. A veces me gustaría tener una vida diferente, una vida común. Él lanzó un suspiro. Desde nuestro lugar en este jardín de hologramas, podíamos escuchar el sonido del piano y el violín. Había un poco de viento y parecía que la lluvia pronto caería. ¡Al menos era lluvia de verdad! —Creo que las personas siempre vivimos encadenadas a decisiones ajenas. Nos ponen un nombre que no elegimos. Nos educan de cierta manera. Nos llevan a la escuela. Y a veces nos obligan a vivir como esclavos. La verdad es que yo pensé que tú tenías libertad. Creo que puedes venir conmigo un día a San Francisco. ¡Yo te invito! Sonrió. Mis palabras le hicieron feliz. Entonces su mano derecha se extendió hacía mí. —¡Seamos amigos! —Pidió él. Dude en aceptar su propuesta. Le miré por unos segundos, me mordí el labio inferior y dentro de mí se mezclaron muchos pensamientos. ¿Amiga del príncipe de Angelópolis? —¡Seamos amigos! —Acepté. En ese instante nuestras manos se volvieron a tocar y justo cuando las cerramos, un trueno nos hizo apretar. La lluvia se soltó y los dos seguíamos tomados de la mano. Las gotas de lluvia empezaron a caer, nos empezamos a mojar y así fue que todos me miraban de pie desde el auditorio a través de los ventanales. Cárter estaba mirando con mucha atención mi vestido y yo, yo no podía creerlo. El jardín de girasoles cobró vida. Resultaba ser que las lentejuelas y las chaquiras eran de esas semillas alteradas genéticamente para florecer el mismo día de su germinación. ¡Si! La lluvia despertó a todas las semillas y la tela quedó recubierta con muchas flores de verdad, flores un poco naturales. Le solté la mano. Pero él insistió en darme el brazo para volver a dentro. Acepté, nos acercamos a los ventanales y los demás invitados nos observaban con mucha atención. El rey Gerardo estaba bailando con la reina y sentí su mirada caer sobre mí. ¿Sabía sobre mí? ¿Conocía mi historia? ¿Sabe la razón por qué estoy en su palacio? Interrumpieron su baile. Ellos empezaron a caminar hacia nosotros y eso me hizo sentir un poco nerviosa. Los reyes estaban caminando hacia mí y su querido hijo. —¡Padre! —Dijo Cárter. Hicimos una pequeña reverencia en señal de respeto. —¡Altezas! —Usé un tono respetuoso. La Reina estaba sonriendo, su vestimenta era muy elegante. Un vestido forrado de diamantes y esmeraldas. Aretes de oro puro, lápiz labial y rubor en las mejillas. Tacones de marfil. —¡Qué bonito vestido! —Me dijo la reina—. Hace años que no veía unas flores tan frescas. Me hiciste recordar mi infancia. ¡Los girasoles me encantan! Sonreí. A mí también me encantaban los girasoles. —Gracias. Fue un regalo de mi tío. Él sabe que me gustan las flores. Fue el rey quién me estaba mirando en ese momento. Cruzamos miradas y sentí un aire de hostilidad. —¿Quién es tú tío? —Preguntó el Rey. —Carlos. El conde de San Francisco. Afuera estaba lloviendo, los relámpagos hacían brillar la recepción de bodas. —¿Y ustedes dos ya se conocían? —Preguntó el Rey a su hijo. Cárter estaba erguido y parecía muy tranquilo. —Si. Nos conocemos de algún tiempo. Ella es mi amiga, mi antiguo profesor la trajo una vez a darme clase sobre un taller. Sus palabras retumbaron muy profundamente en mí. Me acordé de Charlie. ¡Ahora me había convertido en amiga del príncipe! —¡Oh! Excelente. No teníamos el gusto de conocerte hija. Qué bueno que sean amigos —dijo la Reina. Asentí. Era una mentira. No nos conocíamos de tiempo. A penas en un baile y una plática curiosa en el jardín, eso fue lo que nos había unido como amigos. —Mañana será la visita de los reyes de Tecate. Estarán par aquí un par de semanas. La princesa de Tecate viene a confirmar su compromiso con Cárter. En su rostro, vi como su mandíbula se tensaba y apretaba un puño. ¡A esto se refería él con que no tenía libertad! —Si, eso me platico Cárter. Pues supongo que será una visita muy importante —dije. Él se giró a mirarme. El rey estaba sorprendido con mis palabras. ¡Le estaba siguiendo la corriente! —¿Te gustaría acompañar a tu amigo durante este tiempo? —La pregunta de la reina me hizo dudar. Apenas había llegado a Sonata. Mi tío me dice que yo soy lo que necesitan para derrocar los planes del Rey y yo ni siquiera sé si realmente puedo vencer a un hombre poderoso. ¿Se supone que esto es parte del juego? Siento como si todo estuviese planeado. Pasé de ser una simple recolectora a ser la amiga del príncipe. Cárter estaba mirándome y al igual que sus padres, él esperaba una respuesta. —¡Claro que sí! No podría dejar a mi amigo solo, el necesita de mi apoyo. Me recargué levemente en el hombro de Carter, sentí como se tensaban los músculos de su brazo y yo simplemente sonreía ante el rey. —¡Muy bien! Te prepararemos una habitación en el palacio. Te esperamos mañana. La reina era una mujer dulce, agradable, amable. De pronto empecé a imaginar cómo era posible que alguien tan dulce hubiera terminado casada con un hombre que es todo lo contrario. ¡Un prepotente! —¡Muchas gracias alteza! —Dije haciendo una reverencia. La reina correspondió a mi reverencia. —¡Un gusto en conocerla! ¿Señorita…? —El rey quería saber mi nombre. —Katherine. Su nombre es Katherine —respondió Cárter. Los reyes se marcharon de nuestra presencia. Yo seguía recargada contra el hombro del príncipe y cuando me di cuenta, todos seguían mirándome. El conde de San Francisco alzó una copa y asintió en dirección mía, seguro que estaba contento con todo lo que había logrado. ¿Qué había logrado? —¿Bailamos? —Sugirió Cárter. Asentí. Después de todo seguíamos en la boda de su hermana. Me tomó por la cintura y yo puse mis manos sobre su cuello. —Gracias por seguirme la corriente, no pensé que eso fuese a pasar. —Tranquilo. Por eso somos amigos ¿no? Ahora entendí por qué es que tú anhelas la libertad que, en parte, me pertenece. ¡Lo siento! Intentaré ser más comprensiva. Trate de ser compasiva con él. —Si. Le dije a mi padre que no necesito una esposa, pero a él eso no parece importarle. Quiere hacer una alianza con el reino de Tecate. —¿Y no puedes idear algo diferente? Digo, si él quiere una alianza, ¿No hay otra forma? Negó con la cabeza. —El matrimonio es algo complicado. ¡Lo siento por ti! Ahora me miraba con atención. —No lo sientas. No es tu culpa —hizo un gesto pensativo y luego sonrió—. ¿Entonces vivirás conmigo estos días? Deje escapar una risita tonta. —Viviré en el palacio, cerca de ti —aclaré. Sus ojos brillaban bonito y el calor de sus manos sobre mi cintura me hicieron sonreír.
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