Capítulo 3

1813 Words
Luzbel logró su propósito, Eva comió del fruto prohibido y logró que Adán la secundara. El Reino celestial se conmocionó con la mala nueva. Padre bajó a la Tierra para saber lo que había ocurrido. Cuando confirmó el hecho con los dos pecadores, se volvió a su refugio, dio la orden de cerrar el paso al Edén y mandó a llamar a Luzbel. -¿Qué hiciste? -¿No que lo sabes todo? -No juegues conmigo. -No soy yo el que juega, este juego lo iniciaste tú. -¡Yo no inicié nada! -¿No? No fui yo quien quiso probar quién de los dos era más fuerte. -¡Cállate! -No estoy interesado en el poder como tú lo ves. ¿Qué harás ahora? ¿Acabarás con ellos una vez más? -No puedo destruirlos, pensarán que no soy misericordioso, hay demasiados testigos. -¿Y lo eres o solo lo aparentas? Dios miró a Luzbel con cara de pocos amigos. El otro sonrió. -Llegará el día en el que yo gane y serás expulsado de aquí, no podrás seguir contaminando este lugar. Tú me acusas de inmisericorde, sin embargo, tú no has hecho más que oponerte a mis planes una y otra y otra vez, manejando a mis seguidores a tu antojo. -¿Seguidores? -Seguidores, súbditos, ejército, da lo mismo el nombre -replicó Padre con poca paciencia. -Seguidores, súbditos, ejército -repitió Luzbel-, como sea, menos hijos, hasta tú te olvidaste de ella. -Hijos no es sino otra expresión -se defendió. -No creo que tus hijos piensen lo mismo, sobre todo Miguel, él es tu ferviente admirador y lo único que espera es ser reconocido por ti como un verdadero hijo alguna vez. -Miguel es mi hijo favorito, que no se te olvide. Luzbel sonrió. -Miguel jamás te merecerá como padre. El ángel caído se dio la media vuelta para retirarse cuando fue detenido por la voz de Padre. -No se te olvide que yo soy Dios Todopoderoso, Luzbel, si no estás conmigo, estás en mi contra y mis súbditos te harán la guerra. Luzbel se dio vuelta con la sonrisa en la cara. -Eso es algo que no me preocupa, a ti te debería preocupar el que cada vez más “súbditos” se estén rebelando contra ti. Permiso… Padre. Luzbel salió de allí, sabía lo que se vendría. Aquello no estaba en los planes de Dios. No contaba con que Luzbel quisiera desenmascararlo, solo que no lo haría con palabras, lo haría con pruebas. El juego había comenzado y ambos debían demostrar quién era el mejor. Bajó a la Tierra para ver qué ocurría con las nuevas creaciones. La pareja no la estaba pasando muy bien, quiso ayudarlos, pero hacerlo, sería mostrar una debilidad que no estaba dispuesto a enseñar, al menos no todavía. Volvió al Cielo y Miguel se plantó frente a él, con su traje de guerrero y con la espada de Dios en su mano, dispuesto para la lucha; no dejaría entrar a Luzbel al Cielo, no después de lo que había hecho. -El guerrero Miguel -se burló el serafín con tristeza-, defensor del Cielo y de su amoroso Padre. El rostro del arcángel denotaba desolación, aun cuando su postura fuera la de un guerrero. -Estabas por sobre todos nosotros, Luzbel, pero eso no te bastó, ¿no es verdad? Querías más, querías ser como Dios. -¿Quién es como Dios? -ironizó el ángel caído haciendo alusión al significado del nombre de su hermano. -Luzbel: la luz divina que se apagó -sentenció el otro-, el que abandonó su puesto para traicionar a quienes le aman. -Déjame pasar -ordenó con amargura. -No. -¿Por qué no? -Porque ahora yo estoy a cargo y no puedes entrar con Padre, no eres bienvenido, no después de tentar a Eva y condenar a la pareja sin razón. -¿Sin razón? -¿Qué razón tenías? Por tu culpa maldijeron a los humanos y a toda su descendencia. -Tarde o temprano hubieran caído, hubieran comido del fruto igual, ¡estaba ante ellos todo el tiempo! ¿Quién los tentó en realidad? ¿Yo? ¿O tu Padre que lo dejó en medio del Edén para llamar su atención día y noche? -Era para probar su amor. -¿Probarlos? ¿Para qué necesitaba probar a esos humanos? ¿No se supone que son perfectos? Al menos lo eran. ¿Cómo se le quita la perfección a alguien? -¿Quieres saberlo por ti mismo? -Blandió su espada. -Miguel, Miguel, estás tan ciego que no ves que tu Padre te utiliza para sus fines, para enaltecer su ego. Ni siquiera se te ha permitido contemplarlo. -Tú has contemplado a Padre. -Yo. Tú y tus hermanos no. Silencio por parte de Miguel. -¿Diez eones no son suficientes para cansar hasta al más leal de los ángeles? -No me harás flaquear en mi fidelidad a mi Padre. -No es mi intención hacerlo. -Muchos han caído en tus redes. -Muchos han caído en mis redes -repitió Luzbel intentando descifrar aquellas palabras. Por más eones vividos, y contrario al pensamiento general, su conocimiento no era tan amplio, ¿de dónde había aprendido Miguel esa expresión? -Debes irte de aquí -exigió Miguel ante el silencio de su exhermano. -Este también es mi hogar, no me moveré. -Tengo órdenes expresas de mi Padre. -Ah, claro, ¿por qué no viene Él a echarme? -Porque para eso estoy yo. -Y lucharás contra mí. -Contra ti, opositor, y contra quien esté a tu favor. -Y el amor, la pureza y la bondad de la que tanto se ufana el Dios Todopoderoso, ¿dónde quedó? ¿Te contaminarás por Él? -No es contaminación si es por defender a mis hermanos de tu influjo. -Sabes que no tienes oportunidad contra mí. -Mi Padre me dio poderes especiales para poder vencerte. -¿Me destruirás? -No, Padre solo quiere darte una lección, que entiendas que no hay mejor lugar que este para vivir y que este es tu hogar; si lo aceptas, puedes volver con nosotros, de otro modo… -Me va a enviar a... -La Tierra. -¡La Tierra! A Él le encanta desterrar a todos, ¿no es así? -No tiene opción. -No me iré a vivir allí -sentenció Luzbel. -Entonces prepárate a luchar. Miguel extendió su espada. Luzbel, sin armas, lo miró socarrón, ni aún con esa poderosa espada dada por Dios podría ser mejor que él. -Vete o pelea. El ángel rebelde cerró los ojos y creó su propia espada para luchar. -¿Cómo hiciste eso? -preguntó Miguel, dejando su postura, estupefacto ante la manifestación de poder del traidor. -Será mejor que te concentres para pelear, hermano -indicó Luzbel, con algo de burla en su voz. Las espadas chocaron y provocaron un estruendo tal que, en segundos, millares de ángeles ya se encontraban alrededor, preguntándose qué estaba pasando. Los dos ángeles contendían y, aunque Miguel poseía la espada de Dios, no era superior a Luzbel bajo ningún punto de vista. Junier, al ver aquel duelo y la ferocidad con la que peleaban, se dispuso para la batalla, pelearía al lado su hermano hasta el fin, pues vio que algunos ángeles del lado de Miguel también se preparaban. Hizo aparecer su traje de guerrero, el cual jamás había usado por no necesitarlo. Como Príncipe de los Ángeles, jefe de un gran ejército, llevaba un casco especial, único, sin plumas, el que denotaba todo su poderío y supremacía, un yelmo y su mazo, el que era de acero puro, más letal que una espada. El Príncipe dio unos pasos para acercarse; Luzbel, al ver a su amigo, hirió a Miguel en el muslo, buscando tener unos minutos libre. -¡Vuelve atrás, Junier! No intervengas. -Quiero pelear a tu lado. -¡No! Vuelve atrás -le ordenó-, esta pelea con Miguel, debo librarla yo. -Miguel te matará. -No puede hacerlo. Miguel volvió a la batalla dispuesto a herir a Luzbel, sin embargo, herido como estaba y con el dolor como una nueva sensación, no era rival para el serafín, aunque, si era sincero consigo mismo, tampoco sin heridas. Aquella era una guerra épica para él, pero su exhermano no hacía esfuerzo alguno para mantenerlo a raya y cuando quiso atacarlo de verdad, lo había hecho sin problemas. -¿Quién está conmigo y con nuestro Padre? -gritó Miguel al público de ángeles cuando se vio perdido, muchos respondieron con un sonoro: "Amén". -¿No puedes pelear tú solo contra mí, hermano? -se burló -Calla, Satanás, ¡Diablo! Así serás llamado de ahora en adelante, Luzbel, La luz de Dios, se transformará en Lucifer, de aquí a la eternidad. El ángel largó una carcajada sarcástica. -Me bautizaste de nuevo, Miguel, el que es como Dios. Te sientes superior, pero no lo eres, no eres más que un esclavo al servicio de un Padre al que ni siquiera conoces y que mucho menos reconoce tu sacrificio. -¡Cállate, Lucifer! Hoy tú y tus huestes serán desterradas del Cielo. ¡Mis hermanos! En posición de batalla. Lucifer sabía que muchos estaban en contra de su Padre, no obstante, jamás imaginó que más de la mitad se pusiera de su parte. Así y todo, la lucha era dura para sus seguidores, no había tenido tiempo a darles las armas que tenían sus adversarios, no tuvo tiempo a prepararlos. Miguel siguió combatiendo con Satanás sin posibilidad alguna de prevalecer. Junier luchaba de igual a igual con tres o cuatro ángeles que lo atacaban a la vez, lo cual no era un problema para él, sin embargo, cuando se fueron en contra de Jemuel, uno de los líderes de su ejército, se distrajo y, entre diez ángeles lo atacaron a la vez, como cobardes. Casi a punto de perder la contienda, uno de sus adversarios lo engañó mientras otro de sus compañeros lo hirió en el costado. Cayó al suelo y se encontraba a punto de ser destruido por Raguel cuando lo vio su amigo. -¡No! -Luzbel dio un desesperado grito que conmocionó todo-. ¡Detente, Raguel! Luzbel, de un salto, llegó hasta Raguel y colocó su espada entre Junier y el arma que lo mataría. El arma del ángel se deshizo como papel al toque de la espada del rebelde, aun así, Raguel no se detuvo y le quitó su arma a uno de sus compañeros. Luzbel lo hirió en el muslo y tomó a su amigo sobre su hombro, dio un grito de cese a la pelea y bajó a la Tierra, seguido por sus amigos y seguidores. -Cobardes -murmuró Miguel-. Prevalecimos sobre ellos, somos más fuertes y poderosos porque contamos con el brazo de Dios en la batalla. Los ángeles asintieron, habían ganado la batalla, aunque a muchos les quedó un sabor amargo de boca, no se sentían vencedores.
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