Capítulo 1. Colette

1668 Words
¿Qué es lo peor de pasar un mes sin ver a Nicolás? El reencuentro. No sabía por qué cada vez que regresaba a París de Las Bahamas, hacía que me sintiera nerviosa, no sabía si era por el simple hecho de temer que por la constante distancia, la magia de nuestro amor se fuese apagando de a poco, pues incluso, debido a la diferencia horaria era bastante complicado tener una buena comunicación, pues ya fuese que yo estuviera cansada por las noches debido a tanto trabajo, o él se encontrase cansado cuando yo podía hablar. Ya llevábamos dos años de casados, y en ese tiempo él se la había pasado viajando, pasaba tres meses en París, asistiendo a reuniones virtuales mientras Maximiliano Zapata se hacía cargo de la empresa, pero luego, se iba un mes completo a atender todos los asuntos que no podía atender por medio de la virtualidad. Justo ahora me encontraba caminando con nerviosismo a través del aeropuerto, mordiendo mi labio inferior con impaciencia. Mi corazón latía con fuerza ante la ansiedad que sentía al querer verle caminar sonriendo en mi dirección, apretaba mis manos con fuerza bajo mi vientre, a tal punto que ni siquiera me había percatado de que alguien se había acercado a hablarme. —¡No lo puedo creer! —habló alguien con un acento alemán, al mencionar palabras en francés. Moví mi rostro hacia la derecha, una chica blanca, alta y de contextura gruesa, se acercaba a mí con una enorme sonrisa marcada en su rostro, sus ojos marrones chispeaban de alegría, por lo que, tuve que girar hacia el otro lado para verificar que no estuviese hablándole a alguien más. —Eres Colette Simons —afirmó, terminando de confirmarme que era a mí a quien se dirigía—, sigo tus diseños desde hace un año, desde que decidí venir de vacaciones a París, tuve la esperanza de poder conocerle, y mira no más, te voy encontrando en el aeropuerto —la chica hablaba con tanta felicidad, que incluso logró hacerme sonreír. Hacía un año y medio atrás, había comenzado a diseñar mi propia línea de ropa, comenzando con diseños para chicas plus, los cuales resultaron ser un absoluto éxito. Había logrado agrandar la empresa, donde ahora incluso también tenía mi propia área textil, ahí tenía a muchas personas trabajando al confeccionar mis diseños. Ese era uno de los motivos por el cual ahora me encontraba ocupada, pues además de dedicarme a dirigir pasarelas, contratar modelos y buscar nuevas empresas que quisiese tener a alguna de mis chicas como su imagen, también debía de encontrar tiempo para sentarme a diseñar, lo cual definitivamente no me molestaba, pues al contrario, lo disfrutaba. —Hola, que gusto saludarte —respondí a su saludo, sacudiendo su mano—, no pensé que mis diseños traspasaran fronteras. —¿Bromeas? ¡En Berlín las chicas no dejan de soñar con querer obtener en algún momento alguno de tus diseños! Me sentí orgullosa al escuchar aquello, si eso era así, quería decir que estaba haciendo bien mi trabajo. —¿Y qué te trae a París… —Lola —terminó diciendo ella por mí. Ver su mirada de emoción me hacía sentir mucha ternura, pues incluso parecía una niña cuando le dan un juguete nuevo. —Lola —repetí, tratando de liberar mi mano de entre la suya. —Vine por mi cumpleaños número 21 —dijo con emoción—, mis padres me han regalado un viaje por mi regalo. —¡Oh! Eso es genial —comenté, viendo sobre su hombro, donde había notado a mi chico comenzar a bajar las escaleras eléctricas. Su mirada se cruzó con la mía, y aquella bonita sonrisa que lo caracterizaba, se dibujó enseguida en su rostro. Sonreí como la más estúpida enamorada, incapaz de contener los latidos de mi corazón al mirarlo terminar de bajar. —Espero que tu estadía en París sea placentera, Lola —argüí, sin dejar de ver a Nicolás, en el momento en que dejaba caer su maletín al suelo para después comenzar a correr hacia mí—, quizás nos volvamos a cruzar en algún momento —dicho eso también comencé a correr en su dirección. Mi cuerpo reaccionaba por voluntad propia, lo que me hacía cuestionarme si llegaría algún momento en que me sintiera tan solo un poco menos enamorada a como me había sentido en los últimos años. —¡Estás aquí! —exclamé con alegría justo cuando salté para envolver mis piernas en su cintura y comenzar a besarlo. Todo aquel miedo disipándose enseguida, al darme cuenta que con ese simple beso todo volvía a ser lo mismo. Sus labios me respondieron de inmediato, reclamando por los míos de una forma en que casi lograba que mojara mis bragas. Sus manos apretaban mi trasero sin ningún descaro, mientras se dedicaba a girar sin dejar de besarme. Tomamos distancia, pegando nuestras frentes. —Parece que me extrañaste —susurró, para después darme un último beso. —Cada segundo del día —respondí, acariciando su corto cabello castaño. Me encantaban sus ojos, nunca había encontrado a alguien que fuese capaz de mirarme de la manera en la que él lo hacía, era como si cada vez que lo hacía, trataba de conservar mi imagen de una manera especial en su memoria. —Hay que salir de aquí —susurró antes de devolverme en el suelo. *** Después de pasar a dejar sus cosas por nuestro penthouse, habíamos tomado la motocicleta que guardábamos en el garaje y comenzamos a recorrer una vez más las calles de París; ese era uno de los pasatiempos favoritos de Nicolás, por lo que, a pesar de que terminaba despeinada y a veces sucia, me hacía feliz acompañarlo. Me encantaba pasar mis manos alrededor de su cintura, a la vez que me dedicaba a ver la forma en que Nicolás reía y pitaba a toda persona que encontrábamos en el camino, los cuales muchas veces levantaban sus manos en señal de saludo, o simplemente se nos quedaban viendo como si fuésemos un par de locos. Después de al menos dos horas de recorrido, donde nuestras paradas eran una tienda de chocolate, donde comprábamos chocolate tal y como si se fuese acabar, el Arco del Triunfo donde tomábamos un selfie para guardarlo en el álbum de recuerdos y por último, terminábamos por dirigirnos a nuestra cafetería habitual: Marly, siempre terminábamos por sentarnos en la terraza para observar los contrastes de los colores del atardecer contra la pirámide de vidrio. —¿Cómo están Francis y Laura? —pregunté, después de haber pedido nuestros cafés. —Terminaron un tiempo, y Laura amenazó con renunciar —rio, negando con la cabeza a la vez que estiraba una mano para tomar la mía sobre el escritorio—, pero al final Francis terminó por sorprenderla con un enorme ramo de tulipanes, por lo que, volvieron a estar juntos. Se encogió de hombros a la vez que yo fruncía el ceño al darme cuenta de algo importante. Nicolás me había hecho innumerables regalos, joyas, el auto que ahora conducía, bolsos, perfumes… pero ahora que recordaba, la única vez que me había dado flores, fue la ocasión en que vino a París por mí, en esa ocasión había encontrado mi oficina llena de rosas de diversos colores, pero después, nada. No volví a recibir ni una sola flor. —¿En qué piensas? —preguntó, viéndome con sus ojos entrecerrados. Negué con la cabeza ligeramente. —Fue muy tierno de su parte llevarle tulipanes. Él levantó una ceja, una pequeña sonrisa divertida se marcó en su rostro. —¿Mi reina quiere flores? Volteé los ojos e hice un mohín con los labios. —¿Lograste ver a Ella? Siento que la extraño cada vez más, no es suficiente hablar con ella por Skype, a poder verla y molestarla —comenté, cambiando de tema drásticamente, no es como si quisiese verme como una niña resentida a la cual no le dan lo que quiere. Nicolás pareció entender, pues de inmediato comenzó a hablarme sobre Ella y su estadía en Las Bahamas, la cual se basó en atender asuntos importantes de la empresa, a pesar de que Maximiliano estaba haciendo un gran trabajo, también mencionó que había vuelto a ascender a Christian, el cual ya no era más el mensajero y ahora era el asistente personal de Maximiliano, lo que me hizo reír. Me parecía increíble todo el tiempo que lo tuvo trabajando como mensajero por castigo por el incidente de la gala de caridad. Estuvimos ahí por al menos dos horas, tomando café tras café, poniéndonos al día de todo lo que había pasado en ese mes que estuvimos separados. Siempre era lo mismo, cada vez que viajaba a Las Bahamas y volvía después del mes, tardábamos horas en ponernos al día. Me encantaba cada momento que pasaba con él, me encantaba sentir que a pesar de ser esposos, también podíamos ser mejores amigos. En un momento, podíamos estarnos haciéndonos el amor como si no hubiese un mañana, y al otro, podíamos estar riéndonos y persiguiéndonos por el penthouse como si fuésemos un par de niños. Mi teléfono sonó, haciéndome dar un salto, lo saqué y miré el identificador de llamadas, era Adrien, mi asistente en la agencia, fruncí el ceño, si estaba llamando cerca del atardecer, debía de ser algo importante. Me había despreocupado durante todo el día de la empresa, dejando a Jolie y a Adrien hacerse cargo, quien prometió no molestar para que pudiese pasar el día con mi esposo, lo cual me hizo cuestionarme qué era aquello tan importante que necesitaría para interrumpir. Cuando iba a responder, miré a Nicolás, él me veía con un poco de disgusto, desvió la mirada pero aun así no dijo nada.   Fruncí los labios y negué con la cabeza. Después respondí. —Adrien, estoy segura que sea lo que sea podrás solucionarlo, ahora estoy con mi esposo y no quiero ninguna interrupción —después terminé la llamada, sin siquiera esperar a que me dijese algo, pues estaba segura que si le escuchaba decir una sola palabra, iba a correr desesperada a la empresa. Apagué el teléfono y luego lo guardé en mi bolso, lo miré y él sonrió. —Gracias por dedicarme aunque sea una tarde completa, señora Clark —susurró, poniéndose de pie—, ahora si usted desea, podemos ir a nuestro hogar, porque muero por sentirla completamente desnuda bajo mi cuerpo —terminó diciendo, dejándome completamente sin palabras. 
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