Rogelio seguía a mi lado, su mano permanecía firme en mi cintura, como una cadena que no estaba lista para soltar. Perdí de vista a Damián y Rachel; tenía el impulso de hablar con ella, de pedirle disculpas, pero recordé la mirada con la que ese hombre me fulminó. Tenía la misma intensidad que Simón, una mirada que podía hacerte estremecer con solo un segundo. Quizá por eso no se toleran; ambos son tan similares que rozan en lo insoportable. A ninguno de los dos parece caerles bien «mi novio». —Vamos a comer —dijo Rogelio, inclinándose para besarme. Giré el rostro instintivamente, y sus labios acabaron en mi mejilla. —¿Qué sucede? Strella, ¿por qué estás vestida así? Te ves… ridícula —comentó, frunciendo el ceño. —¿Perdón? —respondí, conteniendo las ganas de rodar los ojos. Bastante