No alcanzaba a ver mucho porque era tarde y las luces no lograban llegar hasta ese lugar.
— Espera —con precaución paró el auto y sacó una de las linternas que cargaba en el auto, para alumbrar. Sus ojos se abrieron igual que los míos y luego sonrió, negando con la cabeza varias veces—. No te preocupes.
— ¿Qué es?
— No quieres saberlo.
— Papá…
Luego de rodar los ojos, señaló con la linterna nuevamente lo desconocido y pude ver el rostro de una mujer.
Mi padre arrancó el auto y yo no volví a preguntar nada de lo que viese en carretera o siquiera mirarla. No podía.
Cada vez me comportaba más como un fantasma al que no podía importarle lo que sucedía a su alrededor, pero que cargaba con la mayor cantidad de peso dentro suyo, que algún día dejaría salir.
Para mi cumpleaños número siete, su atención se había dirigido a una de las madres que había logrado escuchar que yo cumplía ese día.
Él había gritado en la mañana que entrara que tenía un regalo para mí y una de las mujeres se había acercado y me había preguntado si era cierto y cuántos años tenía.
— ¿Seis? ¿Por qué no vas al colegio?
Yo tragué saliva y miré rápidamente a la casa, para que mi padre no se diera cuenta que estaba hablando con alguien desconocido.
— Cumplo siete —susurré y arranqué a correr dentro de casa.
No quería que le hiciera daño como le había hecho a mi madre.
Los gritos de mi padre se escucharon nuevamente desde el segundo piso de la casa y corrí hasta allí, para encontrarlo con el ceño fruncido.
— Cuando te llamo tienes que venir pronto.
— Perdón, papá.
— Lo aceptaré porque es tu cumpleaños.
— Gracias —exhalé con fuerza.
Había estado evitando los castigos de mi padre haciendo absolutamente todo lo que me decía. Ya llevaba cerca de una semana sin recibir ninguno y mi espalda lo agradecía completamente. Él me golpeaba demasiado duro y como cumplía siete, ya los golpes aumentarían a catorce.
No me imaginaba cuando cumpliera quince años.
Pero para esa edad, esperaba haberme ido de casa.
Había estado ahorrando un poco de lo que me daba en algunas ocasiones mi padre para comprar las cosas de la casa y así, tener un poco de dinero cuando decidiera alejarme de él. Pero para hacerlo, primero tenía que hacer lo que había estado planeando y no descansaría hasta que así fuese.
— Estos son tus regalos —señaló una bolsa en el suelo.
Una risa escapó de mis labios y corrí a abrir las bolsas. Cuando me agaché a hacerlo, sentí cómo un golpe fue dado a mi espalda y grité de sorpresa y dolor.
La bolsa cayó de lado y unas piedras salieron de la misma.
No podía entender lo que estaba sucediendo si yo me había estado comportando muy bien con él.
— ¡Dos! —Su grito inundó mis oídos y los tapé, dejando salir las lágrimas.
Era mi cumpleaños, ¿por qué tenía que comportarse de esa manera?
Mis labios se apretaron y comencé a contar hasta cien, como lo había hecho con mi madre, esperando que me asesinara. No quería seguir con él. Estaba tan casado a mi corta edad y había creído siempre cuando me había dicho que iba a cambiar.
— Ochenta… —susurré y sentí mis labios secos, hasta que me desplomé en el suelo y él se detuvo.
— Alcancé a golpearte tres veces más. Para la próxima, solo serán once. Eso te pasa por robarme.
No pude decir absolutamente nada porque mi cuerpo no lo permitió y mis ojos cada vez se volteaban más. Al inicio quise pensar que estaría junto a mi madre, pero luego, todo el dolor se apoderaba de mi ser y me llevaba de nuevo a la realidad, donde tendría que levantarme a revisar la espalda.
Yo mismo me había apodado “lomo plateado”, una vez lo había leído en el periódico y lo extrapolaba a mi situación y yo era así. Era fuerte por todo lo que soportaba. Era el alfa en mi casa y aún así mi padre no lo aceptara, mi madre fue el de la nuestra.
Ella tenía que levantarse temprano en la mañana e ir a trabajar para darnos de comer a nosotros tres. Ella era lo mejor que yo tenía y él me la había arrebatado.
Una semana después de mi cumpleaños, me desperté dos horas antes de lo esperado. Mi padre no me había golpeado, solo había logrado terminar todo temprano y apenas había tocado la cama, me había acostado a dormir.
Mis pasos se dirigieron hacia el cuarto de mi padre y mis manos estaban formadas en puños. No sabía qué me estaba pasando por la cabeza, pero me paré frente suyo para observarlo y detallarlo.
Su respiración era acompasada y parecía que todo estaba tranquilo. Como si nunca hubiera hecho nada, como si fuera una persona trabajadora que estaba descansando en su habitación luego de un día complicado.
Ni siquiera recuerdo que hubiera parpadeado más de diez veces en las dos horas que estuve allí. Y menos cuando mis manos se dirigieron a su cuello y comenzaron a apretarlo para que perdiera la respiración.
Estaba seguro de que mi rostro estaba completamente rojo cuando decidí subirme encima de él para apretar con más fuerza.
Lastimosamente el sentimiento de adrenalina en mi cuerpo se detuvo y él se despertó, asustado.
Me lanzó al suelo y comenzó a toser con fuerza.
— ¿Qué? —Tragó saliva y me miró.
Yo me mantuve sentado en el suelo, sin despegar la mirada de su rostro. Solo pensaba en lo bien que se había sentido eso que había hecho y que quería repetirlo.
Pero solamente con él.
— ¿Qué hiciste? —Inquirió, retomando un poco el aire—. Me estabas ahogando…
Nuevamente no dije nada. Me mantuve en silencio.