Dentro del aposento real del palacio de los elfos, todo estaba envuelto en una suave penumbra, iluminado únicamente por el resplandor de un enorme candelabro en forma de araña que colgaba del alto techo, así como por algunas velas estratégicamente ubicadas en la enorme habitación. El suelo frío contrastaba con la inusual calidez que ahora llenaba el lugar, que normalmente parecía tan frío incluso en verano. El ambiente estaba cargado de una tensión palpable, como si el propio aire supiera que este era un momento crucial en la vida de Liara y del rey Cirdán. —Está bien, entonces le lavaré el cabello de frente —dice la nerviosa muchacha, tragando profundo. Liara, con su suave cabello dorado y sus ojos claros brillantes, se acercó con inseguridad, mirando nerviosamente al atractivo rey elfo