Justamente como había dicho el rey Cirdán, él no durmió en toda la noche. No le resultó difícil, ya que estaba acostumbrado a hacer guardia durante décadas de su larga vida. De vez en cuando, durante su vigilia, observaba a Liara descansar y se sorprendía al ver que Liara dormía plácidamente. A mitad de la noche, se dio cuenta de que su humana tenía frío, así que Cirdán la arropó con su camisa y se acercó a ella para abrazarla. Liara se acurrucó junto a él, mientras el elfo la observaba pensando que ahora debía cuidar de ella. Nunca había sentido esa sensación; era diferente a proteger a un guerrero o a su pueblo. Este deseo de velar por su esposa era algo nuevo y especial que Cirdán disfrutaba más de lo que se veía a simple vista. A la mañana siguiente, Liara despertó y entreabrió sus oj