La mirada de Cirdán se encontró con la de Liara, reflejando dudas y cautela en sus ojos grises. Sin embargo, si Liara le decía que confiara en ella, él lo haría sin pensarlo demasiado. Su humana estaba bendecida por dos dioses y si ella deseaba intervenir, no se lo impediría. Aunque no sabía qué tenía planeado Liara, le permitiría actuar con libertad. Lentamente, el moreno aflojó el agarre de su espada y decidió escuchar lo que Liara tenía que decir. Observó cómo su mirada se suavizaba y ya no parecía decidido a matar a ese hada. Fue entonces cuando ella empezó a hablar: —Él es mi esposo, su nombre es Cirdán. Nos dirigimos a la ciudad capital, al palacio real para ser más exactos. ¿Podrías ayudarnos? —dijo Liara. —¿Qué van a hacer en el palacio real? —cuestionó el hada, ladeando su cabez