En la posada donde el rey elfo y su humana se hospedaban, el trovador, sin darse cuenta, se había quedado profundamente dormido en la mesa mientras esperaba a Cirdán y Liara. Sus esfuerzos por mantenerse despierto habían sido en vano y, a primera hora de la mañana, el hada despertó con trozos de pan seco pegados en una mejilla, la boca babeada y la sensación de que el par al que deseaba seguir probablemente ya se había marchado sin que nadie se diera cuenta. —¡Vaya suerte la mía! —masculló con enfado el hada, golpeando la mesa y chasqueando la lengua, luego se percató de los pedazos de pan seco y comenzó a quitárselos del rostro. En ese momento, mientras lo hacía, con la mirada distraída, sus ojos se dirigieron hacia las escaleras y vio cómo el inusual elfo bajaba con la humana en brazos