Capítulo 7
—No es nada, solo estaba distraída —manifestó la señorita Amy, Martín sonrió y señaló el caballo.
—Le gusta —preguntó interesado y ella asintió volviendo a poner su atención en el majestuoso animal.
—Sí, a decir verdad, es bastante bonito —reconocí ella.
—¿Quisieras montarlo? —cuestionó y Amy amplió los ojos sorprendida, realmente le agradaba esa idea, pero hacía mucho tiempo que no tocaba, montaba a caballo. Ven, no temas te ayudaré —insistió Martín y ambos entraron para poder sacar al animal. El cual era bastante manso y permitió que lo sacaran sin problemas. Él ensilló al caballo guiándolo por las riendas.
Lo acomodó a un lado de Amy animándola para que se subiera, ella negó porque temía caerse y solo eso le faltaba en esa casa, ya que habían pasado tantas cosas malas últimamente, que no podía enumerarlas.
—Ven, estoy seguro de que le agradas —continuó mirando al animal y luego extendiendo su mano para tomar la de ella, quien de forma dudosa aceptó. Algo sucedió cuando mantuvo contacto con Martín por esos cortos segundos porque su cuerpo experimento una sensación diferente que no supo explicar. Subió al caballo mientras Martín lo guiaba, fue agradable poder olvidarse de todos los problemas, al menos por un rato. Amy sintió que aquellas personas eran inexistentes mientras disfrutaba de ese paseo a caballo.
—Hace mucho que no montaba uno, había olvidado lo satisfactorio que era —reconoció ella, entonces Martín subió quedando detrás tan cerca de Amy, que sintió como su estómago cosquilleaba.
—Ahora vamos a acelerar un poco esto —murmuró sujetando las riendas para ordenar al caballo que acelerara el paso. Este relincho saliendo a toda velocidad, Amy cerró los ojos al inicio porque le provocó temor, no obstante luego de unos segundos los volvió a abrir porque fue agradable sentir la brisa acariciando su rostro mientras el cabello danzaba con el mismo viento.
Martín hacía galopar al caballo llevándolos lejos de la hacienda, se encontraron cerca de un lago rodeado por árboles y césped verde, donde descansaron un rato para que el animal pudiera beber agua y comer un poco de pasto. Amy avanzó por aquel sitio contemplado la belleza natural que la rodeaba, Martín se acercó al lago inclinándose para echar un poco de agua en su rostro. Se volvió a enderezar y admiró a la chica distraída cortando una flor roja cerca de unos arbustos.
De pronto sonrió y se acercó a la orilla de nuevo y dejándose caer, Amy giró rápidamente entrando en alerta, corrió notando que Martín no salía. Esperó segundos llamándolo por su nombre, sin embargo, seguía sin salir, así que se quitó las botas y se lanzó al agua. Nadó hasta sumergirse al agua y haló al hombre de su camiseta hacia la superficie, lo trajo hasta la orilla con mucho esfuerzo debido a que él doblaba su tamaño y peso.
Lo puso boca arriba dándole unas palmadas en el rostro y no reaccionaba, se desesperó y empezó a hacer compresiones en su pecho seguido de respiración boca a boca, después del segundo beso él abrió los ojos tomando a Amy por la parte trasera de su cabeza con delicadeza. La besó como si fuera la flor más frágil de todas y ella solo cedió. No supo por qué razón permitió que Martín la besara, pero debía detenerlo de inmediato.
Lo único que se le ocurrió fue darle una bofetada y ponerse de pie con dificultad, Martín la miró sorprendido notando que ella estaba furiosa.
—Cómo se atreve, ¿Ah? Es usted un abusivo —le echó en cara.
—Perdón, Amy, de verdad discúlpame —intentó excusarse. Ella negó y avanzó hasta donde se encontraban sus botas mientras el cabello y la ropa le estaban chorreando, él la siguió sin dejar de pedirle disculpas por haberse propagado de esa manera, a pesar de que Amy correspondió a ese beso y precisamente la situación le generaba vergüenza. Ya que a sus ojos ella estaba comprometida con su hermano.
—No quiero escucharlo, solo déjeme irme —puso el límite entre ellos caminando para volver, pero pronto se dio cuenta de que estaban lo suficientemente lejos como para intentar regresar caminando. Ash, lo que me faltaba —se quejó por lo bajo, encontrándose de frente a Martín cuando se dio la vuelta.
—Señorita Amy, déjame llevarte a casa, te puedes resfriar —se ofreció y ella cruzó los brazos.
—¿Tengo otra opción? ¿No verdad? Así que solo aceptaré porque no me queda de otra, pero quiero que sepas que luego de llegar a casa haré como si no existieras —le dejó en claro que su amistad tendría final ahí mismo.
—Entiendo, lo siento mucho —se volvió a disculpar y regresando por el caballo que cuando se dio la vuelta ya no estaba. ¡Rayos, no! —exclamó preocupado.
—Rayos, no qué, dónde está el caballo, dígame que no se fue por favor —instó con desesperación. Martín guardó silencio revelando lo peor, estaban atrapados ahí y no podían volver porque quizás eran kilómetros alejados de la hacienda. Oh, no, esto tiene que ser un chiste, por favor no puede ser —expresó alarmada caminando de un lado a otro.
—Cálmese, todo estará bien, veré si encuentro al caballo por aquí no debió ir muy lejos —trató de controlarla para que no entrara en pánico. Amy esperó sentada en una roca mientras él veía si podía correr con la suerte de encontrar al caballo desaparecido, que era su único medio de volver. Luego de minutos largos y desesperantes regresó sin el animal, dándole a comprender que no había tenido tanta suerte.
—¿Y? ¿Logró ver algo? —cuestionó y él negó.
—Por aquí no hay nada a kilómetros, probablemente el caballo regresó a la hacienda, esos animales suelen ser bastante inteligentes y si corremos con la suerte de que alguien nos busque podremos regresar a casa —manifestó ella abrió los ojos de par en par y se dejó caer en la roca nuevamente. Estaba en shock, no podía creer que algo tan malo le estuviera ocurriendo, al parecer cometió un gran error en el pasado y la vida se estaba encargando de cobrárselo porque tantas desgracias en poco tiempo solo esa sería una respuesta razonable. Debemos poner a secar nuestra ropa, si se hace de noche aún sigue mojada moriremos de hipotermia —puntualizó y ella volvió a abrir los ojos.
—¿Morir?
—Esto es prácticamente un desierto, de día es caluroso, pero de noche frío como si estuviéramos en medio de una nevada, así que lo más conveniente es quitarse la ropa para sacarla —propuso. Amy no podía creer lo que sugería Martín, sin embargo, tenía razón y ella no deseaba morir.
—Bien, pero no quiero que me mire, usted se irá a aquel lugar lejos y yo estaré aquí, hasta que la ropa se pueda secar y podamos vestirnos —ordenó y él aceptó. Avanzó hasta el otro lado del lago, quedando lo suficientemente lejos como para evitar que la viera semidesnuda.
Amy se quitó los pantalones vaqueros y luego la blusa quedando en ropa interior, lo dejo todo sobre una roca donde le diera el sol y volvió a sentarse, sin embargo, como la mala suerte la seguía constantemente, uno de sus pies pisó un cardo afilado el cual le atravesó la piel.
—¡Ahhhhh! —gritó dolorida y lo sacó rápidamente, pero una de las espinas quedó incrustadas en su pie. ¡Ay, ay, rayos! —exclamó quejándose y Martín apareció tan rápido como pudo, ella parpadeó al verlo sin ropa y cerró los ojos.
—¿Qué, qué pasó? ¿Se encuentra bien? —interpeló preocupado.
—Sí… Digo, no, es que tengo una espina en el pie y no puedo sacarla —confesó finalmente sin abrir los ojos. Él se inclinó para poder observar la situación más de cerca, empero ella alejó su pie.
—Señorita Amy, no puedo examinarte si no lo permites —explicó y aunque ella estaba en desacuerdo con la idea de que un hombre extraño la viera en ropa interior y también la tocara, no le quedaba de otra. Terminó cediendo y acercó su pie de nuevo, Martín lo reviso dándose cuenta de que la espina estaba bastante incrustada. Creo que debemos lavar la herida y luego sacar esta espina —señaló.
—Pero no puedo caminar, me duele mucho —confesó.
—Tranquila, yo la puedo ayudar —se ofreció—. ¿Me permite cargarla hasta la orilla del lago? —preguntó y hubo un silencio.
Amy no quería, y como todas las decisiones en su vida desde que llegó a la hacienda Ballesteros nunca dependían de ella, volvió a aceptar. Los brazos fuertes de Martín la sujetaron por debajo de las piernas, luego él hizo que ella le rodeara el cuello con los suyos y avanzó con cuidado.