VALENTIN IVANOV.
Me gustaba perderme un poco en la preciosa vista que me ofrecía el gran ventanal que tenía en el pent-house de uno de mis hoteles en Roma. Admiraba todo mientras tomaba de mi vaso de whisky, odiaba lo rápido que estaba pasando el tiempo y lo poco que había conseguido saber de mi Delaylah. Donatello estaba moviendo todas y cada una de sus influencias, pero habíamos perdido tiempo valioso después de que salió de Francia, no pudimos localizarla. Pero sabíamos que se encontraba fuera porque Lena la había visto en el aeropuerto de Alemania, había hecho una especie de escala allí. Sin embargo no logró retenerla, como siempre su terquedad primero y no se confió de Lena. Lo cual está bien porque se debe cuidar, pero si tan solo la hubiese escuchado, todo hubiese sido distinto. Estaría ya en mis brazos, siendo cuidada y protegida.
Le di el último sorbo a mí bebida, mientras pensaba en cual sería mi siguiente paso. Lena había intentado todo para retenerla y contarle, con tacto y suavidad. Pero no funcionó, Delaylah era un hueso duro de roer, más aún cuando no conoce a alguien. No tenía idea de cómo haría para acercarme a ella, de cómo demostrarle que era su esposo. Que habíamos vivido incontables situaciones y momentos, no sabía cómo hacer que confiara en mí. Lena también había intentado averiguar a donde se dirigía su vuelo, pero no pudo obtener información. Ya que la azafata no colaboró, si yo hubiese estado allí la habría sobornado con tanto dinero que podría colocarse su propia aerolínea. Pero Lena no era así, era muy ingenua y poco convincente. Por lo que no la culpaba, además estaba con Garrett en brazos. No podía moverse con rapidez, claro que eso no me detuvo. Había llamado a Alec, pero sus contactos estaban fallándonos. Donatello tenía un amigo en el aeropuerto de Alemania, estábamos esperando alguna información de su parte, era la única esperanza que nos quedaba. Sin embargo mi mente seguía ideando cualquier cosa con tal de tener más pistas, es por ello que estaba por estacionar mi auto en el reclusorio de la ciudad.
Al bajar me percaté de cuanta seguridad tenía el lugar, entré por todos los protocolos y filtros de la prisión. Me seguían mis hombres, nunca andaba sin ellos. Se habían encargado de todo, por lo que figuraba como el abogado de Harrison Split. Un chico adolescente de no más de 18 años, moreno, cabello rizado, muchos tatuajes y una mente increíblemente brillante. Tanto como para hackear los archivos secretos del FBI de New York.
—¿Quién carajo es usted? ¿Y por qué dijeron que era mi abogado?—preguntó—, No me han asignado uno en lo que va de año.—se quejó subiendo sus pies a la mesa, mientras sus manos seguían esposadas.
—Soy tú salvación, te sacaré de aquí—dije con suficiencia—, No soy abogado, pero eso no lo saben ellos.
—¿Y por qué me sacarías de esta pocilga?—preguntó cruzándose de brazos.
—Porque necesito tus servicios.—respondí.
—¿De cuánto dinero estamos hablando?—preguntó tomando asiento correctamente y posicionando su rostro en altitud con sus hombros.
—Solo te diré dos cosas, vago de pacotilla. Uno, te sacaré de este basurero porque necesito encontrar a alguien. Y dos, no te pagaré nada. Me estoy gastando una fortuna en sacarte del gran lío en el que estas.—sentencie y su rostro se despabilo.
—¡No…—alcanzó a decir, pero fue interrumpido por Julián, mi hombre de confianza. Y el guardia de turno.
—Señor esta hecho—avisó Julián.
—Señor Split, está usted libre.—anunció el guardia, el chico no pudo disimular su alegría. Era notorio que no lo podía creer, lo que me causo gracia cuando intento pellizcarse.
—Te espero afuera, recoge lo que sea que tengas.—dictamine.
Luego de haber esperado casi veinte minutos, el chico salió más feliz que nunca, gritaba y despotricaba obscenidades. Mientras hacía ademanes graciosos, al estar fuera de la cerca, se bajó sus pantalones enseñándoles su trasero a los guardias.
—¡Hasta la vista, lameculos!—gritó con euforia, lo que me hizo estallar en risas.
Al entrar al auto su rostro se tornó serio y ajusto su camisa del cuello. Me miró con seriedad mientras admiraba por dentro mi auto.
—¡Señor, muchas gracias!—exclamó con lágrimas en sus ojos, no podía entender el porqué de su accionar luego de dicho espectáculo.—, No he sido el mejor chico, pero mis padres me abandonaron de bebé y crecí en las calles. Cuando me detuvieron no había nadie que intercediera por mí. Le debo la vida, allá dentro aprendí el valor de la lealtad, así que estoy a sus órdenes.
—Perfecto, si logras encontrar a quién estoy buscando. Considera tu deuda de vida conmigo, saldada.—respondí.
Asintió sin objetar, me conmovió escucharlo. Quizá mentía, una vez que entras allá dentro y sales no vuelves a ser el mismo nunca más. Bien sabia lo importante que es la lealtad y valentía para sobrevivir, cuando tenía su edad estuve en prisión por meses. Leandri consideró que me faltaba gallardía y me encerró, aprendí mucho. Pero sobre todo cambie para siempre.
Mi corazón latía con fuerza al recordarla, estaba más cerca de ella y podía sentirlo. Sabía que Harrison podría hackear las cámaras del aeropuerto y darme detalles de donde estaba. También podría hacer lo mismo, con el aeropuerto al que arribo. Tenía la plenitud de que está vez por fin la encontraría, sabía bien que así seria. Lo decretaba porque las palabras tienen poder, estaba deseoso de verla y poder sentirla. Teníamos tantos planes y todos los cumpliríamos a como diese lugar, no podía permitir que por culpa de un infeliz, el amor de mi vida estuviera lejos de mí, haciendo su vida sin incluirme en ella. Sin saber de mí existencia y lo feliz que logré hacerla, tenía que ayudarla a recordar lo amada y protegida que se sentía por toda su familia y por mí principalmente. Debía hacerla sentir segura de que no le estaba mintiendo y esta era realmente su vida, que se la arrebató un psicópata y que ella podía sentirse completa nuevamente si solo me dejaba demostrarle la verdad. Hacer que me recuerde y asegurarme que nunca jamás vuelva a ser arrebatada de mi lado.
Tome un trago largo de la botella de whisky que abrí en la mañana, mientras volví a mirar la fotografía en mis manos. Los dos saliendo tomados de la mano, caminando hacia el auto que nos llevaría a nuestra luna de miel. Ella con su precioso vestido blanco de novia, esos ojos mirándome con tanta pasión y ternura, esos labios rojos con el labial corrido por tantos besos que le robaba. Mi piel se erizo al solo recordar lo que se siente ser tocado por ella.