CAPÍTULO UNO

1859 Words
CAPÍTULO UNO Oliver Blue estaba en una alacena y no sabía por qué. Tenía una extraña sensación en todo el cuerpo, como si una le recorriera una rara sensación. El corazón le latía con fuerza. Miró a su alrededor, desorientado, intentando dar sentido a fragmentos de memoria. Había llegado aquí a través de un remolino. Un agujero espacio-temporal. ¡Sí! Ahora lo recordaba. El Profesor Amatista había creado un agujero espacio-temporal y había mandado a Oliver a través de él. Pero ¿por qué? Se giró para buscar el agujero espacio-temporal a través del que había viajado, para ver si podía darle alguna pista de por qué había ido a parar aquí. Pero ya no estaba allí. De repente, notó la fría sensación del metal sobre su pecho y sacó un amuleto. Recordó que el Profesor Amatista se lo había dado. ¿Qué fue lo que le dijo? ¿Qué cuando el metal se calentara significaba que existía una posibilidad de regresar a la Escuela de Videntes? Eso era. Ahora mismo, estaba frío como el hielo. Eso significaba que el camino de vuelta a la Escuela de Videntes había desaparecido. Una enorme tristeza abrumó a Oliver cuando se acordó de la escuela que había dejado atrás. Pero, para empezar, Oliver no podía recordar por qué la había abandonado. La ansiedad se apoderó de él mientras intentaba darle sentido a todo y recordar dónde había aterrizado. Y por qué. ¿Dónde estaba? ¿Qué año era? Y a continuación, poco a poco, le vino a la memoria: Armando. Había regresado al presente para salvar a Armando Illstrom. Miró a su alrededor con una prisa repentina. Estaban a punto de matar a Armando. Cada segundo contaba. Oliver salió despedido de la alacena hacia los pasillos de lo que inmediatamente identificó como una fábrica. La fábrica de Armando. En efecto, había un letrero: «Illstrom’s Inventions». Fue corriendo hacia el patio delantero de la fábrica. Llegó al otro extremo del pasillo y sacó la cabeza por una esquina. En lugar de los falsos pasillos internos de Armando, la fábrica tenía un diseño abierto y rebosaba de actividad, llena de trabajadores que llevaba el mono azul pasado de moda que Oliver llevaba ahora mismo. Todo el lugar parecía limpio y bien mantenido. Unas criaturas mecánicas voladoras pasaban zumbando por el aire. Las chispas salían volando de las máquinas de soldar de los trabajadores mientras estos arreglaban las juntas de unas vastas y enormes máquinas. Unos pájaros metálicos volaban por las vigas, donde las ventanas ya no estaban selladas. Todo había cambiado. Oliver tuvo un momento de orgullo. Era evidente que sus acciones de 1944 habían cambiado el presente. Gracias a él, Illstrom’s Inventions estaba en marcha. Pero no por mucho tiempo. No si no salvaba a Armando a tiempo. Oliver vio unas oscuras nubes de tormenta a través de las claraboyas. La lluvia empezaba a golpear sobre el cristal. A continuación, un repentino destello de rayo se bifurcó en el cielo, seguido rápidamente por el enorme estruendo de un trueno. Las luces de la fábrica empezaron a parpadear. A continuación, se apagaron por completo. Con un zumbido, todas las máquinas se apagaron. Los generadores de reserva se pusieron en marcha y las luces de emergencia se encendieron parpadeando por toda la fábrica, haciendo que todo el lugar brillara con un rojo amenazante. Entonces Oliver se dio cuenta de a cuándo había vuelto. Era el día de la gran tormenta. El día en el que el alcalde había cerrado todas las escuelas y negocios de la ciudad. El día en el que él se había escondido en un cubo de basura para escapar de Chris y sus amigos acosadores. El día en el que había conocido a Armando. A través de las sombrías luces rojas, Oliver avistó a Armando. A su Armando. No al joven de 1944, sino a su héroe entrado en años. Se le aceleró el corazón. Pero, un instante después, volvió a frenar. Armando no se acordaría de él. Ni siquiera se habían conocido. Todos esos estimados recuerdos de su tiempo juntos ahora habrían desaparecido de la mente de Armando. —¡Supongo que por hoy ya hemos terminado! —gritó Armando a sus trabajadores—. Parece que la tormenta ha llegado antes de lo que dijo el alcalde. El autobús os llevará a todos a casa. Mientras los trabajadores se dirigían a la puerta, Oliver entrevió algo raro. Algo azul y reluciente. Al instante, reconoció aquel tono único de azul. Era el color de ojos de un vidente canalla. Y eso solo podía significar una cosa. Lucas, el malvado vidente canalla, estaba aquí. Oliver buscó a través de la oscuridad. Un relámpago repentino iluminó todo el lugar. Oliver vio una silueta que corría como una bala a través de las sombras de la fábrica. Se quedó sin aliento y se le heló la sangre. Era Lucas. Estaba siguiendo a Armando. Un trueno retumbó. Oliver se puso en marcha enseguida, yendo hacia de Armando y Lucas. Se acercó más y más al malvado vidente canalla hasta que iban corriendo en paralelo. Con otro relámpago inesperado, el anciano giró la cara de golpe hacia un lado. Oliver vio el rostro arrugado de Lucas en todo su esplendor. Su malvada mirada azul se clavó en Oliver y sus ojos destellaban de forma desconcertante. —Oliver Blue —gruñó. Oliver tragó saliva. Parecía que se le había estrechado la garganta. Verse cara a cara con el hombre que lo quería muerto era aterrador. Paralizante. Justo entonces, el perro Horacio salió de la oscuridad de un brinco. Movió su cuerpo en zigzag alrededor de los tobillos de Lucas, haciendo caer al anciano. —¡Dichoso perro! —chilló Lucas mientras se tambaleaba para mantenerse erguido. Oliver nunca se había alegrado tanto de ver al viejo sabueso. Inmediatamente, aprovechó el momento que Horacio le había regalado y corrió en la dirección en la que Armando había ido. Llegó al pasillo justo a tiempo para ver a Armando desaparecer dentro de su despacho. Por detrás venía el ruido de unas pisadas fuertes. Oliver echó un vistazo por encima del hombro justo cuando un relámpago iluminó el rostro perturbado de Lucas. Avanzando con dificultad por el miedo, Oliver llegó a la puerta del despacho de Armando y entró de golpe. El despacho de Armando estaba en su estado caótico habitual. Había varios escritorios esparcidos por ahí cubiertos por montones de papeles. Ordenadores de diferentes épocas. Estanterías abarrotadas de libros. Y en medio de todo esto estaba Armando. Se giró y miró perplejo a Oliver. —¿Puedo ayudarte? Oliver lo miró fijamente, preguntándose si Armando lo reconocía. No sabía decirlo. Y no había tiempo para preocuparse de eso. Tenía que encontrar la amenaza. Oliver miraba desesperadamente a su alrededor. No había nada incorrecto. Ninguna señal de una trampa. Nada que sugiriera para nada que la vida de Armando estaba en un peligro inminente. No pudo evitar cuestionarse a sí mismo. ¿Era un error todo este viaje hacia atrás? ¿Había sacrificado su querida escuela para nada? De repente, Lucas entró en el despacho. —¡Ya vienen los guardias, pequeña alimaña! Se lanzó hacia Oliver pero Oliver se apartó de un salto. Miró a su alrededor de forma frenética, en busca de la amenaza. No tenía mucho tiempo para salvarle la vida a Armando. ¿Qué podía ser? —¡Vuelve aquí! —espetó Lucas. Armando dio un salto atrás cuando Oliver pasó a toda prisa por delante de él, se deslizó por debajo del escritorio y apareció al otro lado. Lucas alargaba el brazo hacia él pero el ancho escritorio hacía de barrera. Se lanzó hacia Oliver, golpeando el escritorio una y otra vez con sus frenéticos intentos por atraparlo. Entonces fue cuando Oliver lo vio. A un lado del escritorio había una taza de café que lo estaba salpicando todo con los movimientos de Lucas. Y ahora Armando estaba alargando el brazo para evitar que se derramara. Pero había un extraño brillo reluciente en su superficie. «¡Veneno!» Oliver saltó encima del escritorio y dio un puntapié. La taza de café salió volando de las manos de Armando. Se hizo añicos en el suelo y de ella se formó un charco de líquido marrón. —¿Qué está pasando? —exclamó Armando. Lucas cogió a Oliver por las piernas y tiró. Oliver cayó y fue a parar encima del escritorio con un fuerte golpe. —¡Es VENENO! —intentaba gritar, pero Lucas le tapaba la boca con las manos. Oliver daba golpes y puntapiés al anciano para intentar soltarse. Justo entonces, unos guardias entraron a toda prisa en la habitación. —Llevaos a este chico —dijo Lucas. Oliver le mordió la mano. Lucas se echó hacia atrás y gritó de dolor. Oliver dio un salto desde el escritorio e iba a toda prisa de izquierda a derecha para intentar escapar de los guardias. Pero no sirvió de nada. Lo atraparon y le retorcieron bruscamente los brazos detrás de la espalda. Empezaron a llevarlo a empujones hacia la puerta. —¡Armando, por favor, escúcheme! —gritó Oliver con insistencia—. ¡Lucas está intentando matarte! Lucas cuidaba de su mano dolorida. Estrechó los ojos mientras arrastraban a Oliver hacia la puerta. —Absurdo —dijo con desprecio. Justo entonces, Oliver vio un pequeño ratón que había salido de las sombras del rincón a toda prisa. Olfateó el café derramado en el suelo. —¡Mira! —gritó Oliver. Armando desvió la mirada hacia el ratón. Este lamió el café derramado. A continuación, en un instante, todo su cuerpo se quedó tieso y rígido. Cayó sobre un costado, muerto. Todos se quedaron helados. Los guardias dejaron de arrastrar a Oliver. Todos se giraron hacia Armando. Armando miró fijamente a Lucas y, poco a poco, su expresión cambió. Se convirtió en una incómoda. Una mirada de traición. —¿Lucas? —preguntó con la voz afligida, incrédulo. Lucas se sonrojó por la vergüenza. El rostro de Armando se endureció y, lentamente, señaló con el dedo a Lucas. —Lleváoslo —ordenó a los guardias. Inmediatamente, los guardias soltaron a Oliver y fueron a por Lucas. —¡Esto es una locura! —chilló Lucas mientras ellos inmovilizaban sus brazos detrás de su espalda—. ¡Armando! ¿Vas a creer a este niño esquelético antes que a mí? Armando no dijo nada mientras los guardias se llevaban a Lucas. La cara del anciano se retorcía por la rabia. Gritaba y parecía igual de enloquecido que había estado Hitler cuando Oliver rompió su bomba. —¡Esto no ha terminado, Oliver Blue! –exclamó—. ¡Un día te atraparé! Después lo arrastraron hasta la puerta y desapareció de la vista. Oliver soltó un suspiro de alivio. Lo había conseguido. Había salvado la vida a Armando. Levantó la mirada hacia el viejo inventor, que estaba allí en el caos de su despacho y parecía estupefacto y aturdido. Durante un largo instante, se aguantaron la mirada el uno al otro. Entonces, finalmente, Armando sonrió. —He esperado mucho tiempo para volverte a ver.
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