CAPÍTULO DOS
Malcolm Malice apuntó con su ballesta. Se aseguró. Y a continuación la soltó.
Cortó el aire a la velocidad del rayo antes de dar de lleno en la diana. Un tiro perfecto. Malcolm sonrió de oreja a oreja.
—Excelente trabajo, Malcolm —dijo el entrenador Royce—. No esperaría menos de mi alumno estrella.
Lleno de orgullo, Malcolm le devolvió la ballesta y fue a colocarse al lado del resto de sus compañeros. Estos estrecharon los ojos y lo miraron con envidia.
—El alumno estrella —imitó alguien.
Hubo una tímida risa.
Malcolm ignoró sus burlas. Tenía cosas más importantes en las que pensar. Solo llevaba unos cuantos meses en los Obsidianos pero ya había dejado atrás a chicos que llevaban años aquí. Era un vidente poderoso. Atómico –el tipo más fuerte, con una mezcla rara de cobalto y bromo.
Así que, ¿qué más daba si ninguno de los otros chicos quería pasar el rato con él? Él ya no tenía amigos antes de venir a los Obsidianos. Si se quedaba así, no cambiarían mucho las cosas para Malcolm. De todos modos, no estaba aquí por la amistad. Estaba aquí para sobresalir, para convertirse en el mejor vidente posible, de modo que cuando llegara el momento, pudiera hacer polvo a esos fracasados de Amatista.
De repente, notó que algo chocaba contra la parte de atrás de la cabeza. le escocía y, por instinto, se llevó la mano hacia allí. Cuando la apartó, vio una abeja muerta en su mano.
Alguien había usado sus poderes sobre él. Se giró bruscamente, buscando con una mirada asesina al culpable. Candice apenas ocultaba su sonrisa de satisfacción.
Malcolm estrechó los ojos.
—Fuiste tú.
—Solo fue una picada de abeja —respondió ella con dulzura.
—Sé que fuiste tú. Tienes una especialidad biológica. Si alguien lo hizo, fuiste tú.
Candice encogió los hombros inocentemente.
El entrenador Royce tocó las palmas con fuerza.
—Malcolm Malice. La vista al frente. Que puedas hacer esto con facilidad no significa que puedas enredar mientras tus compañeros lo intentan. Un poco de respeto.
Malcolm metió las mejillas para dentro. La injusticia escocía tanto como lo había hecho la abeja.
Malcolm intentó concentrarse en sus compañeros mientras estos se iban turnando para practicar su puntería. Era un día encapotado habitual en los Obsidianos, con una ligera niebla colgando en el aire, que lo volvía todo neblinoso. El gran campo de juegos se extendía hasta la impresionante mansión que era la Escuela de Videntes de la Señorita Obsidiana.
Candice se preparó para disparar. La flecha pasó volando por encima del blanco y Malcolm no pudo evitar sonreír por su mala suerte.
—Esta es exactamente la habilidad que tienes que perfeccionar —gritó el Entrenador Royce—. Cuando se trata de luchar contra los videntes de Amatista, este es el tipo de maestría que los deja destrozados de verdad. Están tan centrados en sus especialidades de vidente, que lo han olvidado todo sobre las buenas armas anticuadas.
Las esquinas de la boca de Malcolm tiraron un poco más hacia arriba. Disfrutaba con tan solo pensar en dar una patada a los videntes ñoños de la escuela del Profesor Amatista. Estaba impaciente hasta el día en que, por fin, estuviera cara a cara con uno de esos fracasados. Entonces les demostraría quién manda de verdad. Les demostraría por qué la mejor escuela era la de los Obsidianos. Por qué merecía ser la única escuela para videntes.
Justo entonces, Malcolm vio que algunos de los chicos de segundo curso salían a los campos de juego, con palos de hockey en las manos. Entre ellos vio a Natasha Armstrong. Estaba en las clases privadas a las que él había asistido en la biblioteca, las que eran para alumnos dotados como él. A pesar de que con doce años era el más joven de allí, los demás eran amables con él. Especialmente Natasha. No se burlaban de él por ser inteligente. Y ella compartía con él el mismo odio hacia el Profesor Amatista.
Natasha dio un vistazo y saludó con la mano. En sus mejillas aparecieron unos bonitos hoyuelos. Malcolm le devolvió el saludo con la mano y notó que tenía las mejillas más calientes.
Justo entonces, Malcolm oyó la voz aterciopelada de Candice susurrándole a la oreja—. Ay, mira. Malcolm está colado.
Malcolm mantuvo la mirada hacia delante e ignoró sus burlas. Candice estaba siendo cruel porque él había despreciado sus progresos. Su rencor nacía de los celos –de que una chica mayor, una tan hermosa y talentosa como Natasha Armstrong, pudiera interesarse por él.
Mientras la otra clase empezaba su partido de hockey, Malcolm alzó la vista hacia la impresionante mansión victoriana de la Escuela de los Obsidianos, hasta la torrecilla de arriba del todo. Solo podía distinguir la oscura silueta de la Señorita Obsidiana en la ventana. Estaba mirando a sus estudiantes. Entonces fijó su mirada en él.
Él sonrió para sí mismo. Sabía que lo estaba controlando. Era a él a quien había elegido personalmente para una misión especial. Mañana iba a tener una reunión con la misma Señorita Obsidiana. Mañana ella le contaría los detalles de su misión especial. Hasta entonces, podía aguantar a los abusones y las burlas. Pues pronto él sería su héroe. Pronto, el todos los videntes de todas las líneas de tiempo conocerían el nombre de Malcolm Malice. Él saldría en todos los libros de historia.
Pronto, sería conocido en todo el universo como el que destruyó la Escuela de Videntes de una vez por todas.