Dominic

1578 Words
Aquella mujer quiso entrar sin más, pero él la detuvo rápidamente. —No te atrevas— amenazó interponiéndose en nuestro cruce de miradas. —¿La marcaste?— cuestionó ella viéndolo con incredulidad. —¿Qué hay de Dalia? ¿Marcaste a esta chiquilla solo porque te pareció linda?—. Había un sinfín de regaños hacia él. Detrás de ella un grupo de guardias intentaban disuadirla de la reprimenda. No entendía nada de lo que estaba sucediendo y comenzaba a sentirme abrumada, ambos discutían con un tono de voz muy elevado. La única brillante idea que se alojó en mi cabeza fue huir de ahí tan lejos como fuese posible. Así que sin esperar un segundo más, corrí a través de la habitación evitando que Dominic, como la mujer lo había estado llamando desde que llegó, me atrapara, y sorprendentemente lo había logrado. Evadí al grupo de guardias justo cuando corría cerca de la mujer, sin embargo, una de sus manos se deslizó con avidez hasta capturar la mía, estrujando dolorosamente mi muñeca. Me quejé por el dolor mientras la mujer me tironeaba. —Suéltala— la voz de Dominic fue increíblemente estruendosa y aterradora. La mujer soltó mi mano con un grito ahogado. Cayó al suelo apretando sus manos y agachando su cabeza, suplicando entre murmullos que dejase de doler. Observé a los guardias y todos estaban inclinados hacia el suelo, todos excepto Dominic y yo. Nos miramos mutuamente por unos largos segundos antes de que corriera por los largos y lujosos pasillos aquel exuberante palacio. Giraba en cada esquina sin saber a dónde iba aferrándome al manto que me hacía tropezar de vez en cuando. Justo cuando giraba en otra esquina que parecía dar hacia una salida, me golpee con alguien, tropezando y cayendo de espaldas. "Al menos no derribé a la persona con quien choqué." Pensé mientras levantaba la vista en busca de su rostro. Ea una hermosa señorita vistiendo un vestido digno de una reina, pero su rostro denotaba estar asqueada y molesta por mí. —Lo… lo siento mucho— me disculpé mientras me levantaba por mi cuenta, acomodando el manto correctamente. —Maldita ladrona, ¡eso no es tuyo! ¿De dónde lo sacaste? ¡Guardias!—gritó colérica sin dejarme paso a una breve explicación. ¿Quién se suponía que era ella? No tenía idea de qué hacer. Ella comenzó a tironear el manto. Tenía más fuerza que yo y por más que intentaba explicarle mis intenciones, ella no escuchaba. Los guardias empezaban a correr en mi dirección. La empujé con toda la fuerza que había reunido y logré que se tambaleara sobre sus pies hasta caer. Aproveché el momento para huir dejando a la joven haciendo rabietas en el suelo. Corría y corría hasta que por fin había encontrado una aparente salida, pero recordé a Dewey. Jamás me iría sin él. Di la vuelta y opté por esconderme. El palacio era grandísimo y la mayoría de los muebles ahí dentro parecían esculturas gigantes. Para alguien de mi estatura era muy sencillo jugar al escondite ahí. Evadí a los guardias en mi camino hasta encontrarme con un rostro familiar. —¡Tú, tú!—exclamé en su dirección. Sus ojos me veían con sorpresa. Era el sujeto que me había hablado en las habitaciones de los prisioneros o desconocidos cuyo nombre no recordaba. —Vaya, bella señorita. No esperaba encontrarl…— se quedó petrificado una vez que su vista descendió al manto. ¿Por qué estaban tan obsesionados con esto? —Señorita, cuando decía que conquistaría a cualquiera con su belleza, no me refería precisamente al gobernante de todo el maldito impe… —¿En qué dirección están sus calabozos, habitaciones, donde sea que ponen a los prisioneros?—pregunté sin permitirle terminar. Él dudó su respuesta por un momento y luego me explicó el camino hacia el subsuelo. Hice mi mejor esfuerzo por memorizarlo y cuando estaba a punto de agradecerle, un rugido vibró por las paredes y el suelo del palacio haciendo un eco. —Ay, carajo. ¿Qué le hiciste? —Me van a matar— chillé con desesperación volteando hacia atrás para verlo a la distancia caminando furioso hacia mí. Corrí siguiendo las instrucciones de aquel hombre hasta llegar a una parte bastante lúgubre del palacio. Definitivamente no era el lugar en el que había estado. Estaba húmedo, en penumbra y apenas la luz de las velas era suficiente para ver. La entrada a ese lugar estaba custodiada por guardias, pero no podía demorarme ni un segundo más ahí. —Vengo a ver a un prisionero—. Me paré frente a ellos y alcé la voz intentando no verme tan sospechosa, pero vaya que había sido un terrible intento. De nuevo observaron mi vestimenta y me observaron inquisitivos. No me dieron una respuesta inmediata, pero parecían estar discutiendo algo entre ellos en voz baja. Miraba hacia atrás con nerviosismo, esperando que no llegara otro grupo de guardias a perseguirme o alguna de las dos mujeres con las que me topé, pero sobre todo, que no llegara él a capturarme. Necesitaba tiempo para comprender todo lo que estaba pasándome y el escozor en mi cuello no estaba ayudando, ya no solo ardía, ahora estaba doliendo. Los guardias observaron la molestia con la que tocaba mi cuello con una inquietante sospecha que se delataba en sus ojos, pero no le di tanta importancia hasta que me pidieron voltearme y quitar mi cabello del cuello. No di más vueltas y eso hice, pero tan pronto pudieron ver, se inclinaron hacia el suelo, de la misma forma que sucedió con Dominic cuando habló de esa forma en la puerta de su alcoba. —¡Lo sentimos mucho, su alteza! ¡Perdone nuestra imprudencia, no volverá a suceder!—gritaron los dos al unísono haciéndome dar un brinco del susto. Abrieron las puertas de subsuelo de par en par, pero no me permitían acceder. ¿A qué estaban jugando? —Su alteza, diga el nombre del prisionero y lo traeremos para usted. De ninguna forma podemos permitir que pise el suelo de este lugar sin un calzado apropiado— señalaron mis pies descalzos. Dudé unos segundos. Tanta gentileza y consideración por mí... ¿yacía de solo mostrar la marca en mi cuello? —Es… Dewey, su nombre es Dewey. Acaba de llegar— ambos guardias se vieron y uno de ellos se apresuró a buscarlo. Me mordí tanto los labios del nerviosismo durante la espera que una gotita de sangre salió y el sabor metálico se mezcló en mi lengua. Unos segundos después Dewey venía con el guardia atado de manos. —¡Dewey!— chillé de emoción al verlo. Él me sonrió con alivio al ver que estaba bien, pero la sonrisa desapareció de su rostro en cuanto se acercó a olerme una vez que desataron sus manos. —Pequeña luna, tu olor es…distinto— dijo intentando investigar más sobre ello, pero lo detuve. —Dewey, no hay tiempo para eso, debemos irnos ya. Debes correr tan rápido como sea posible, ¿entiendes?— pedí sujetando su rostro entre mis manos, casi rogando. Él no preguntó más y atendió a mis súplicas. En unos segundos cambió su anatomía por la de una feroz bestia. Aún no estaba acostumbrada a ver ese tipo de cosas. Subí en su lomo aferrándome a su pelaje y corrió dando su mejor esfuerzo. Tan pronto como salimos del subsuelo, escuchamos un gran bullicio. Guardias corriendo de lado a lado, sabía que me buscaban. Todos los pares de ojos durante nuestra huida estaban puestos en nosotros. En Dewey convertido en un lobo feroz y en mí, una simple joven que se enredó con su aparente gobernante, era todo un escándalo. Justo en la salida, un grupo de guardias con lanzas como las que vimos en el galeón, nos rodearon, sin embargo, aún conmigo encima, Dewey se deshizo de ellos con bastante facilidad corriendo sin freno alguno por todo el hermoso jardín que adornaba la entrada del palacio. Algo curioso comenzaba a suceder en mi cuello pues cuanto más me alejaba del lugar, la marca en mi cuello ya no solo ardía, quemaba y dolía. Mi concentración se desvió del momento hacia el inmenso dolor que tenía. Estaba tan absorta sintiendo una especie de añoranza por estar en los brazos de aquel hombre, al menos una vez más aunque mi cuerpo suplicara que permanecer a su lado sería una cuestión eterna. Cuando creímos que nuestra libertad estaba frente a nosotros algo nos derribó. Dewey gimió tras el impacto y ambos caímos en una dirección distinta. No entendía qué era aquello que nos había impactado hasta que vi a la misma mujer que creía que yo era una ladrona. —¡Mátenla, hagan algo!—gritó con un tono chirriante y furioso la joven. —Mata a ese animal primero—ordenó con prepotencia a uno de sus guardias que venía hacia mí. Rápidamente se desvió hacia Dewey apuntando su lanza. ¿Por qué siempre acabábamos en tan desafortunadas situaciones? En este punto, no iba a permitir que después de todo lo que tuvimos que pasar, alguien arruinara la suerte que habíamos conseguido. Antes de que la lanza abandonara las manos del guardia en cuanto ejerció el disparo, me lancé a cubrir a Dewey empujándolo, solo entonces pude sentir un cálido líquido brotando por una de mis piernas y una sensación de dolor que inutilizó mi andar.
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