El protector

2030 Words
El hombre encima mío había caído al suelo sosteniéndose la cabeza, entonces vi a Dewey, que acababa de quebrarle un bastón grueso de madera en la cabeza. El golpe fue suficientemente fuerte para que el líquido carmesí brotara deslizándose por la pálida piel de su rostro. Dewey sostenía su vientre con su mano ya ensangrentada, apenas podía estar de pie. Sin más dilación, Dewey me cargó en sus brazos y salimos por el balcón, no decía ni una palabra, íbamos tan rápido que no podía procesar lo que sucedía en el camino, hasta que recordé a papá. —¡Dewey, mi padre! ¿Dónde está?—pregunté exaltada. —Lo siento, pequeña luna. —¿Qué dices...? —Que lo siento mucho. Él ya no está. —No...¡No! ¡No es cierto! ¡Estás mintiendo!— ¿Mi padre? ¿Muerto? ¿En qué momento una tranquila cena se había convertido en un sangriento escenario? ¿En qué momento mi sueño se tornó en una horrible pesadilla de la cual parecía que no escaparía pronto? Él se mantenía callado con la vista al frente sin dejar de correr, sus párpados difícilmente se mantenían abiertos. Rápidamente llegamos a donde papá tenía un pequeño establo con caballos para los dos, Dewey me subió rápidamente al mío, un hermoso caballo n***o azabache. Papá me lo había regalado porque decía que mi melena oscura se parecía tanto a la de Lía, mi corcel. Echó encima de mí una manta oscura que cubría mi cuerpo y comenzó a tirar del caballo guiándolo a una salida recóndita del reino. —¿D..Dewey? ¿No irás conmigo?—dije entre lágrimas. —Te alcanzaré, pequeña Luna— siguió apresurado guiando nuestro camino hasta que dio con un terreno en el cual sabía que podría cabalgar libremente. —Escúchame bien, sabes perfectamente cómo salir de aquí a partir de este tramo, haz que Lía corra sin voltear atrás, no te detengas para nada hasta que estés tan lejos como sea posible— ordenó con un tono firme que en alguna otra ocasión definitivamente jamás habría utilizado. —¿Por qué... te vas a quedar? —Luna, no te voy a dejar sola. Atrás nos estarán siguiendo si no me encargo de los estorbos, por favor. Te prometo que estaré contigo tan pronto como sea posible, ahora, ¡corre!—golpeó al caballo para que este saliera disparado. Agarré la manta antes de que saliera volando por el viento. Me aferré a ella y a Lía. Habían pasado varias horas desde que me adentré al bosque, no parecía que alguien me estuviera siguiendo, ni siquiera Dewey, así que el trote del caballo disminuyó lo suficiente para que pudiera evaluar mi entorno. Para mi suerte, la noche ya estaba cayendo y yo no tenía un lugar dónde descansar y asimilar lo que estaba sucediendo, ni siquiera sabía qué tan extenso era el bosque o dónde encontraría la siguiente región o algún otro clan que pudiese auxiliarme. No sabía nada porque papá se había esforzado tanto en mantenerme dentro del castillo. Volví a retomar el trote veloz del caballo, sin importar más, solo quería encontrar algo, una luz, un consuelo, a mi padre, a Dewey, tan solo a alguien. Abracé a Lía dejando caer mis lágrimas sobre ella, era lo único que me quedaba y sabía perfectamente que ya estaba muy cansada. Cuando ya no podía ver absolutamente nada, me detuve y bajé de mi corcel. Nos detuvimos cerca de un pequeño riachuelo donde Lía podría hidratarse. Yo me recargué en un enorme árbol. Pensaba en escalarlo y lo intenté varias veces cayendo en vano sin llegar muy lejos. La frustración colmaba mi paciencia entre las lágrimas, la ignorancia y la incapacidad de poder hacer algo. Me rendí y me hice un ovillo, abrazando mis piernas y metiendo mi rostro entre ellas dejando que mis lágrimas fluyeran entre sollozos y gimoteos que en mis propios oídos resultaban tan lastimeros y ridículos. Nuevamente, fui presa del sueño. Esta vez soñé con mi hogar ardiendo en llamas y mi padre dentro de él, él me veía y yo le gritaba, pero él no movía ni un dedo, solo me sonreía como si todo estuviese bien. No podía moverme, no podía hacer nada, justo como cuando lo perdí todo... Estaba luchando contra mi sueño cuando un golpe me despertó. —¡Lía, ten cuidado!— reproché aliviando el dolor de mi brazo donde me había golpeado con sutileza, pero no le importó en absoluto porque ella estaba viendo otra cosa que yo no podía ver, estaba completamente oscuro, no obstante, no tardó en escucharse un aullido muy cerca de nosotras. —Lía, ven, vámonos— ordené poniéndome de pie de inmediato. Ella se giró hacia mí y la monté rápido. Tomé las riendas y comencé a cabalgar sin ver absolutamente nada, pero en cuestión de segundos, habían al menos seis lobos detrás de nosotras gruñendo y lanzándose, intentando morder las patas de Lía. De pronto, Lía hizo algo que jamás esperé; se elevó en dos patas repentinamente y caí al suelo golpeándome con un tronco caído. Medianamente aturdida, pude ver el porqué Lía actuó de tal forma. Frente a ella había un lobo todavía más grande que el resto. El lobo pareció ignorar a mi corcel cuando huyó espantada, al igual que el resto de su manada. Era irónico, se suponía que los caballos tenían más carne que una simple mujer, sin embargo, dejaron que se fuera, como si lo único que deseaban lograr era que yo cayera. El dolor punzante en mi cabeza por el golpe no cesaba y solo lograba nublar mi juicio. ¿Ahora moriría como el alimento de unos lobos? Me levanté como pude mientras los gruñidos de los lobos clamaban con desesperación poner sus colmillos en mi carne. No pude evitar tambalearme, tenía la vista borrosa, pero antes de haberme levantado, había agarrado una roca debajo de mí. La arrojé al lobo más grande tan fuerte como pude. Escuché un chillido en respuesta y sabía que estaba demasiado molesto cuando se abalanzó sobre mí acercando sus fauces a mi rostro. Lastimosamente, no había podido hacer nada para incapacitarlo. Cerré los ojos con fuerza y resignación. ¿En qué pensaba? ¿Que podría combatir a esa jauría de animales yo sola? Dejé mi intento de lucha a un lado, aceptando lo que fuese a pasar, sin embargo, antes de sentir cualquier cosa, varias ramas crujieron y los gruñidos de los lobos ahora eran gemidos y chillidos desesperados. Mis ojos se abrieron con sorpresa. El responsable era un lobo todavía más enorme que el otro delante mío, su pelaje era marrón y lucía herido del vientre, sin embargo, peleaba con fiereza contra el otro. El resto de la manada se abalanzó sobre él, hiriéndolo aún más. Quería ayudarlo, sentía que debía ayudarlo, pero estaría siendo estúpida si intentara pelear contra una manada de lobos en mi estado. Pude escuchar un relincho detrás de mí y al voltearme estaba Lía. Parecía que un fragmento de esperanza hubiese caído a mi lado. Me subí a ella tan rápido como pude y la dirigí hacia los lobos con tamaños mucho más moderados. Lía los pateó y pisoteo tanto como pudo mientras me mantenía aferrada a no caer de nuevo. Por otro lado, el lobo de pelaje marrón había clavado sus colmillos en yugular del otro que cayó sin vida en la tierra. En ningún momento se detenía, acababa uno por uno con cada uno de los lobos que quedaban ya heridos hasta que al final estábamos Lía, el gigantesco lobo marrón y yo. Sus ojos reflejaban bastante preocupación y gimoteaba por su herida. Decidí bajar de Lía y acércame a él, pero tan pronto como lo hice, el lobo empezó a retorcerse adolorido y sus huesos comenzaron a crujir dolorosamente, sus rasgos se hacían muy distintos a los de un animal, y comenzaba a asemejarse a un cuerpo humano. Me alejé instintivamente aterrada, hasta que lo vi por completo. Los cambios se habían detenido y su rostro era tan familiar, pero la oscuridad no me permitía verlo como quería. . Me acerqué temerosa, parecía inconsciente. Observé su rostro y un grito salió de mi boca. —¡Dewey!—tomé su rostro entre mis manos repitiendo su nombre. Él abrió débilmente los ojos y sonrió al verme. Yo no cabía en la conmoción de ver en lo que se había convertido. —Pequeña luna…— balbuceó casi divagando, acercando una de sus manos a mis mejillas y limpiando mis lágrimas. —Huye…— dijo, pero negué rápidamente ante su proposición. —Vendrás conmigo— aseguré. —Luna, estoy herido. Ya he perdido bastante… sangre— dijo con dificultad. —Te curaré, hallaré la forma, solo no me dejes—chillé abrazando su rostro. —Por favor, no te vayas— rogué entre lágrimas. Él era lo único que parecía quedar en mi vida, ¿y me decía que lo dejara ahí simplemente como si no significara nada? Jamás podría hacer algo como eso. El acarició mi cabello lentamente sin alejarme, hundía sus dedos. Podía sentir que estaba inquieto, me quería lejos de aquí. —Lu…—comenzó a hablar de nuevo, pero no terminó la palabra que difícilmente salía de sus labios. Sentí conmoción en la forma tan abrupta en la que se detuvo. Me separé un poco de él, estaba muy atento a una dirección del bosque en particular. Compartí su campo de visión, pero no veía nada inusual hasta que su rugido me desconcertó. —¡Luna, corre!—gritó Dewey gimiendo por el esfuerzo que hizo al intentar levantarse para protegerme. —¡Alto ahí!—exclamó la voz de un anciano casi seguido de la advertencia de Dewey. Detrás de él había un grupo de personas encapuchadas. No podía verlas con claridad, pero lo primero que pensé fue en proteger a Dewey a toda costa. Había perdido a mi padre, a Emmu, a la gente que amaba y a mi hogar esa noche, no permitiría que me arrebataran a alguien más. Uno de los encapuchados se acercó hacia nosotros y tironeó mi cabello hacia atrás para encontrarse mi rostro. —No hay duda, es la princesa del reino—habló con suficiencia mientras yo tironeaba de su brazo. —Perfecto, no nos preocuparemos por comer en un largo tiempo si la subastamos al mejor postor como una pieza exótica en el mercado de esclavos—carcajeó el anciano. ¿Subasta de esclavos? ¿Eran las mismas personas que habían irrumpido en mi hogar? ¿Por qué parecían tener propósitos tan distintos? Me zafé del agarre y lo empujé. Era bastante liviano, pero mi fuerza no fue suficiente para derribar al hombre. Chasqueo la lengua y dio dos pasos gigantescos hacia mí para después estrellar su mano en mi mejilla. —¡Maldita, zorra!—gruñó. Dewey reaccionó casi instantáneamente intentando cambiar su forma, pero era inútil, estaba muy herido. El ardor en mi mejilla no se comparaba en nada a la bofetada que había recibido de aquel escalofriante hombre anteriormente. —Oh mira esto, Roger, parece que un pobre cachorro herido la acompaña— añadió con desprecio y burla. —Así que un licántropo también, ¿eh?—. El anciano caminó en círculos, rodeándonos. Su vista se perdió en los lobos que yacían sin vida en la tierra, especialmente en el más grande —Pagarán bien por él en el coliseo si es que hizo todo esto—sonrió con una pizca de ambición en su mirada. —Pero señor, ¿no es peligroso? Si le hizo eso a ese enorme lobo, tan pronto como se recupere, nosotros acabaremos peor—dijo una voz femenina del grupo que no lograba ver entre el aturdimiento. —Lo encerraremos—ordenó el anciano en una respuesta simple. —Cárguenlos y súbanlos al galeón, ¡ya!—exclamó nuevamente. Todos los encapuchados se pusieron en marcha, me separaron de Dewey por más que luché contra ellos. Lo último que recuerdo fue el fino paño de seda que pusieron en mi nariz adormilando mis sentidos por completo hasta caer profundamente dormida.
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