Ojos océanicos

1766 Words
—¡Luna! ¿Qué demonios estabas pensando?— regañó Dewey entre un revoltijo de emociones que seguramente revoloteaban en su interior haciéndose tan evidentes en la forma en la que me veía. Se levantó rápidamente confundido y preocupado. Se acercó a mi pierna y vio la herida. La lanza había hecho un corte profundo en mi muslo. Él se puso nervioso mientras los guardias de aquella mujer nos acechaban de cerca. Les gruñía a todos, estaba tan desesperado y podía sentirlo con lo bien que lo conocía. No podía decir ni hacer nada. Solo me quedé inmóvil, atónita por la sorpresa de lo que había sucedido hasta ahora. El cabello cubría mi rostro y lo agradecía porque era una situación absurdamente humillante. Nada de eso lo había provocado yo, sin embargo, estaba sufriendo las consecuencias. Lo único que quería era volver a ser una niña pequeña sentada en el regazo de su padre compartiendo las deliciosas galletas que la señora Potty nos preparaba cuando me contaba aterradoras historias de criaturas místicas a lado del cálido fuego de la chimenea. Dewey deslizó sus manos por mis mejillas levantando mi vista hacia él. —Pequeña luna...— murmuró. Limpió las lágrimas de las cuáles no había sido consciente que habían empezado a brotar. —Quiero ir a casa— alcancé a decir con voz quebrada antes de que nos interrumpiera. —Qué tierna, protegiendo a su bestia—dijo la joven acercándose a mí, con un aire petulante a su alrededor. —Este no es un prostíbulo, regresa a donde perteneces—dijo agarrando el manto, tironeando de él y arrastrándome al mismo tiempo que Dewey era arrebatado de mi lado. —Dame eso, sucia ladrona— gruñó haciéndole gestos a sus guardias. La situación era tan humillante como lamentable, debajo del manto, la tela del vestido estaba rota, así que me aferraba a él, al menos hasta que uno de los guardias golpeó sin previo aviso mi rostro. El golpe me desestabilizó. Quise recomponerme, pero luego jalonearon mi cabello hasta que lograron arrebatarme el manto. Mientras tanto, Dewey estaba luchando contra otros dos guardias que eran enormes. Estaba perdiendo, igual que yo. El mareo propiciado por el reciente golpe, el dolor de la marca y más me hacían permanecer en el suelo sin oponerme cuando empezaron a atar mis manos. Todo estaba sucediendo tan rápido, me sentía ridícula, deshonrada y humillada. Nunca pensé que en mi posición como una querida princesa en mi reino, podría haber acabado de esta forma. Inexplicablemente para mí, los movimientos de los guardias se detuvieron repentinamente, todo estaba en silencio hasta que escuché la voz de aquella mujer con un tono más agudo, chillón y dulce. Supe que era Dominic. Sus pasos sacudían la tierra y a medida que se acercaba el dolor disminuía. Se aproximó hacia nosotros y la joven se jactó de tenerme en este estado. Entre el grupo de guardias que tenía sometido a Dewey y a mí, nuestros ojos se alinearon como si ambos nos hubiésemos estado buscando, como si fuera algo magnético. Mi cuerpo sintió una extraña tranquilidad y la marca dejó de quemar mi piel, ¿qué era exactamente lo que me había hecho? Creí que él se sentiría igual de tranquilo que yo, pero su rostro reflejó su cólera. Lucía tan tenso, molesto, casi rabioso. Tenía los puños cerrados muy firmemente y unos gruesos colmillos haciendo acto de presencia conforme abría la boca para decir algo. ¿Estaba tan molesto conmigo? No me di cuenta cuando mi respiración se volvió agitada y el pánico dominaba mis instintos. Era lógico, después de todo, él era enorme, no era nada que haya visto antes y la molestia que su cuerpo emanaba era amenazante, intimidante, mortal quizás. Prefería que el guardia de aquella mujer volviese a golpearme antes de que él lo hiciera o hiciese algo más. No pude evitar recordar la forma en la que aquel escalofriante hombre irrumpió en mi habitación cuando estaba con Emmu y Dewey descansando, él también era muy grande y una simple bofetada de sus manos casi había hecho que perdiera la conciencia. Volteé a ver a Dewey, pero no lograría liberarse de tantos hombres sosteniéndolo con las puntas de las lanzas dirigidas hacia su cuello. Nunca creí que necesitaría aprender a luchar, mi padre nunca me lo habría permitido y yo nunca había insistido. Era una princesa con tantísimos guardias disfrutando de una tranquila vida rodeada de gente que me amaba, ¿por qué iba a necesitar algo así? Fui tan tonta en creer que siempre estaría en las mismas condiciones. Respirar se volvía más difícil con cada paso que Dominic daba, escuchaba voces muy distantes, los gimoteos que Dewey hacía en su intento por liberarse. Él también era consciente de lo que yo veía. Todo se escuchaba difuso. Me encogí cubriendo mis oídos, agachando mi vista hacia el suelo, observando mis propias lágrimas, sintiendo como humedecían mis mejillas mientras mis rodillas se apoyaban en el suelo con mi muslo aún sangrando, ya ni podía sentir el dolor. Cerré los ojos esperando que lo peor sucediera de una vez. Contuve la respiración esperando una muerte rápida, pero esperé y esperé. Sin descubrir mis oídos aún era posible oír cosas, como los gritos de esa mujer y de otros hombres. No quise moverme, no quería levantar la vista, no quería verlo. Él suelo vibraba demasiado como si hubiese un temblor sucediendo debajo de todos y entonces, escuché un aterrador rugido que opacó todo el ruido. Era ensordecedor y venía acompañado de una ventisca que casi podría haberme arrastrado. ¿Qué demonios estaba sucediendo? Abrí los ojos aún inclinada y despegué mis manos de mis oídos temerosa. Estaba oscuro y podía escuchar siseos encima de mí que mandaban vibraciones alrededor, mis sentidos se estremecían en una reacción al temor de lo que estaba ahí. Levanté la cabeza lentamente para observar el entorno. Encima de mí se había formado una especie de cueva con el cuerpo rugoso de un reptil, como un cocodrilo y la poca luz que me ayudaba a distinguir los detalles venía de algo similar a la ala de un murciélago. A través del cartílago de esa piel se filtraban tenues rayos de luz. Era completamente n***o. Se movía, pero no se apartaba. Podía escuchar su respiración y sus siseos no se detenían. ¿Qué era esto? ¿Iba a comerme? ¿De dónde había salido? Mientras mi cabeza estaba llena de preguntas y yo intentaba moverme, un rugido estruendoso me hizo soltar un chillido presa del pánico. Un rayo de luz entró en la cavidad que se había formado encima de mí y pude ver a Aerodan entrando, haciendo a un lado la enorme ala. En su rostro había una total preocupación. Se acercó a mí cautelosamente y detrás de él sacó el manto que anteriormente tenía, lo colocó encima de mí y me sujetó en brazos. Estaba muy callado y había una escalofriante tensión en él. Al salir de ahí, ajusté mi vista en la plena luz del día y finalmente lo vi. Era un enorme dragón con escamas negras y tonalidades ligeramente azuladas y brillantes. Era increíblemente grande. Su enorme cabeza nos siguió, sus ojos eran tal cual los de un réptil, enormes, con un color azul eléctrico. Se veían llenos de furia. Tenía unos largos colmillos, una mandíbula aterradora y en ella había sangre. Acercó su cabeza hacia nosotros y yo me aferré al cuello de Aerodan evitando ver al dragón. Él me apretó en respuesta como si intentara atenuar el miedo que sentía. —Nyra…quiero decir. Su Alteza Luna…— habló Aerodan logrando que lo viese con una enorme confusión. —Él no te hará daño—aseguró viéndolo fijamente. Podía sentir el aliento caliente del dragón detrás de mí, removiendo mi cabello. Estaba gruñendo aunque con más suavidad que antes. Aerodan se percató del temor que provocaba en mí ante sus gruñidos. —Está molesto, pero no contigo. No soporta que te esté cargando. Ahora mismo él podría matar a todos, incluso a mí, pero nunca a ti. Moriría antes de hacerlo— dijo él mirándome con una increíble suavidad que jamás habría creído posible en él. —Tengo miedo. — Fue lo único que pude decir. Él solo sonrió suavemente. —El miedo es instintivo, su alteza. Sosténgalo con firmeza y avance con él, le enseñará a ser valiente— respondió. Quería preguntarle porqué de pronto era tan formal conmigo, pero sabía que no era el momento adecuado. Asentí dudosa, finalmente haciendo caso a sus palabras. Voltee a ver al dragón. Cuando lo hice, él detuvo sus gruñidos. Aerodan me puso de pie en el suelo, pero olvidé que estaba herida y lo mucho que dolía que no pude evitar quejarme. El dragón frente a mí rugió, pero no estaba dirigido a mí, sino a Aerodan. —La hirieron, Su Majestad— aclaró Aerodan alzando la voz con firmeza, hablándole al dragón que siseó amenazante en respuesta. ¿Su Majestad? —¿Puede entenderte?—habían tantísimas preguntas en mi cabeza. Aerodan asintió. —Ahora mismo, lo único que podrá calmarlo será usted, Su Alteza. No puedo permanecer más tiempo cerca de usted— dijo mientras retrocedía de espaldas y me dejaba sola con aquél dragón. Sus dientes tenían claros rastros de sangre y por cualquier lado que lo viese, era aterrador. ¿Cómo pretendía que lo calmara si mi propio corazón casi podría reventar con tantas emociones? Cerré los ojos y levanté una de mis manos hacia esa poderosa bestia, sentí su piel debajo de la mía, era rugosa y cálida. Él parecía estar agradecido con el tacto, sus gimoteos lo demostraban. Agachó su cabeza casi hasta el suelo. Sus ojos parecían conducirme hasta lo más profundo de su alma. Tocarlo había despertado emociones que no creí que fueran mías. Acostó todo su cuerpo y con su cabeza me empujó hacia él restregándose muy suavemente. Me empujaba como si quisiese algo de mí. —¿Quieres que suba?— pregunté intentando interpretarlo. Él se acomodó un poco más y movió parte de su torso hacia mí. Supongo que lo había entendido. A pesar del dolor, me esforcé por escalar entre sus escamas tornasol. Él intentaba hacerlo más sencillo para mí hasta que logré estar encima completamente. Levantó su cuerpo del suelo y dio algunos pasos. No podía ver nada más que su enorme lomo escamoso mientras intentaba buscar a Dewey. Sus alas se extendieron, eran aún más gigantescas. Estaba tan fascinada con su tamaño que olvidé un problema. ¿Acaso pensaba volar?
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