Giro y giro con mis pies en punta mirándome cada que puedo frente al espejo. No me detengo, salvo para hacer un relevé y volver a girar, ignorando a las voces en mi cabeza, la rabia, la decepción conmigo misma, por sentir lo que no debería, por querer pecar. Oigo las exigencias de Aleskei, pero no hago caso, estoy en modo automático dándole una presentación impecable en técnica. Simplemente perfecta, pero carente de sutileza. Muerdo mis mejillas, endurezco mis facciones y aunque me grita que no lo haga, hago lo contrario a lo ordenado en medio de un grito histérico. Aleskei puede ser un ángel conmigo, puede acariciarme con una pluma con sus enseñanzas, pero cuando las cosas no salen como él quiere, cuando las clases que él mismo organiza y nosotros hacemos todo lo contrario, se altera.