Pov Malika King
Flexiono mis rodillas, mis músculos se tensan y me elevo separando mis talones del suelo y caigo. Mis pies en puntillas en un perfecto Relevé, mientras giro y giro hasta sentir que vuelo. Mis ojos están desconectados de las personas que me miran, me entrego por completo a los movimientos de mi cuerpo, al sentir la melodía en mi alma.
Un Arabesque perfecto, dejo apoyar todo el peso de mi cuerpo en una sola pierna, mientras que la otra está elevada. Desplazo frontalmente las piernas, simulando un pequeño paso frontal, demostrando lo excelente que se me dan los Grand Jeté.
Muevo mis manos lo más sutil y sublime que puedo, como si fuese un movimiento natural, como si no fuese otro movimiento perfectamente planificado y exigido en la rutina.
Giro y giro con mi cuello erguido y mi espalda recta, mis pies en puntas sin flexionar mis rodillas.
«Eso sería inaceptable para mí»
Un compás, otro más, la pieza está por finalizar y yo también, girando todo mi cuerpo con una sola pierna apoyada en el suelo, demostrando lo limpio y perfecto de mi Pirouette y luego mi pose final, la cual indica que la pieza ya ha finalizado. Los aplausos no tardan. Desde joven, demostré ser excelente en lo que me apasiona, y oír los aplausos, seguramente con ovación de pie, me lo confirman.
Cuento los segundos correspondientes, luego, me yergo en mi lugar y me giro al público presente, hago una reverencia, me levanto y sonrío sin mirar a alguien en especial.
«Ella no está aquí»
Las luces me impiden ver los rostros de los presentes, pero no de oír sus aplausos. Unos segundos más, y salgo del escenario con mi frente en alto, conteniendo las ganas de gritar, sonreír, llorar debido al orgullo por mi esfuerzo. Pero tengo que mejorar.
«Lo hice bien. Pude haberlo hecho mejor»
El telón se cierra, dando unos escasos minutos a todo el equipo de producción en montar la escenografía para el final.
—Limpio como siempre, Mali, pero…
—Pude haberlo hecho perfecto, lo sé —digo con mi voz acelerada—. Sé que puedo mejorar mis Arabesque.
—Sé perfectamente que, si puedes hacerlo, Mali —mi profesor me sonríe—. Ahora ve y cámbiate, te espero aquí para el cierre.
Asiento y me abro paso en medio de mis compañeros y compañeras. Les sonrío a algunos, le agradezco a otras por sus felicitaciones. Pero pese a que me muestro social, sé muy bien que no todos me soportan o toleran.
Todo por ser la favorita de Aleskei, nuestro profesor y coreógrafo.
Desde que me conoció en la academia y le demostré lo buena que soy y que puedo llegar a ser, él ha apostado por mí. No ha dejado de darme solos en cada recital que la academia organiza, tampoco ha dejado de darme protagónicos en las galas de recaudación como estas, donde personas amantes del Ballet y el arte, asisten para vernos bailar. Muchos de ellos hacen grandes donativos, así como también, presentes para las bailarinas que tienes solos, como yo.
La mayoría son flores.
Soy estudiante de la mejor academia de Ballet clásico de Nueva York. Ingresé a mis dieciséis años gracias a una beca. De todas mis compañeras, yo soy la que no tiene padres millonarios, y no me quejo. Mi madre hace lo mejor para yo poder cumplir mi sueño.
Siendo madre soltera, haber quedado embarazada de mí con tan solo dieciséis años, ella sí supo marcar un antes y un después en su vida, en la mía. Rompió el ciclo, no permitió que yo tuviese la misma vida que ella, por eso, cuando me dio a luz y guardó su respectivo reposo, se enlistó en el ejército para darme una mejor educación pagada por ellos, una oportunidad de no cometer sus mismos errores.
Se fue, mi abuela estuvo conmigo. Cuando regresó y se estableció en la policía, yo ya tenía mucha más edad, por eso no recuerdo su ausencia, porque mi abuela se encargó de llenar el vacío de la misma. Fui la niña más feliz cuando supe que me había inscrito en una escuela de ballet, recuerdo que lloré muchísimo. Desde ese día, el ballet se convirtió en mi escape, en mi pasión. Trabajé tanto para estar donde estoy, que ahora trabajo el doble de eso para llegar donde quiero; ser la mejor bailarina de ballet clásico de la ciudad y el mundo.
Tengo camino por recorrer, lo sé. Estoy lejos de ser perfecta, pero sin duda, llegaré a la perfección como sea.
Cuando era una niña, no me hacía falta la presencia de mi madre, porque era eso, una niña. Ahora tengo diecinueve años, y a pesar de estar sonriendo a medida que avanzo hacia los camerinos para cambiarme, me siento sumamente triste. Ella no vino a verme bailar, desde que ingresé a esta escuela no lo ha hecho. Sé que está trabajando, sé que ser policía demanda tiempo de ella, pero yo soy su hija, la única que tiene. Podría quedarme tranquila si allá afuera, sentado en la multitud, estuviese un padre, pero no lo tengo. Mi abuela murió hace un año de un infarto, y aun con su corazón debilitado, venía a verme, pero ella no.
Ya dejé de insistirle, pero duele. Por eso, más me exijo, más horas paso en el estudio con Aleskei, más roles acepto, porque prefiero estar en el escenario bailando, haciendo lo que amo, que estar en casa sola, sintiéndome invisible para ella y el resto del mundo.
«Aquí soy admirada»
Abro la puerta y lo primero que hago es comenzar a quitarme las plumas de mi armado y perfecto moño. Duelen al cocerlas al cabello, duelen al quitarlas también.
Mi traje de cisne blanco es precioso, me encanta. El ajustado corset, causa que mi delgada cintura se vea perfecta. Rápidamente, comienzo a soltar las cuerdas de mi espalda y a quitarme todo esto para ponerme mi vestido. Siempre que se cierra la función, Aleskei sale a dar su reverencia junto con todos nosotros, pero solo a mí, me sostiene de la mano y me permite usar un vestido de gala y no el de bailarina.
«Por eso muchas me llaman la favorita»
Dos golpes en la puerta captan mi atención.
—Adelante.
Digo frente al espejo mientras me deshago de las mayas. Veo a Mauro, uno de los chicos de producción, entrar con un gran arreglo de rosas blancas y no puedo evitar sonreír como tonta.
Son mis favoritas.
—¿El mismo de siempre?
—Tan puntual como siempre —dice y me entrega el ramo en mis manos junto con una pequeña caja, la cual me causa curiosidad—. Parece que también sabe, que es tú cumpleaños.
Abro mis ojos.
—Vaya… bueno, no es que fuese un secreto tampoco.
Huelo las rosas, suspiro ante su olor. Es una mezcla de su esencia dulce, junto con madera.
—Yo digo que ese admirador tuyo, es más bien un acosador.
—¡Mauro!
—¡Es la verdad, Mali! —se altera como pavo real—. Desde que le rechazaste el ramo de rosas rojas, solo porque eran rojas y no blancas, no ha parado de enviarte blancas. Nunca hay rosas blancas cuando tú no te presentas, pero cuando si lo haces, ahí están llamándome para recibirlas…
—En primer lugar, yo no te pedí que fueses un grosero y le devolvieras al caballero que las trajo diciéndole que no me gustan las rojas. Tú lo hiciste solo, y, en segundo lugar, puede ser un anciano, una anciana, una mujer o una chica como yo. ¡Quién sabe! No soy la única que recibe rosas, Mauro, Brittany también recibe muchas de esas.
—Pero son rojas, así como Paula, Melo y el mismo Aleskei reciben. Las tuyas son las únicas blancas, eso es raro.
—Lo ves raro, solo porque tú…
—Sí, sí, sí, ya sé… solo porque yo le dije al hombre que las trae, que de seguro es algún empleado de este misterioso o misteriosa admiradora, que te gustan las rosas blancas y no las rojas.
Rueda sus ojos y me acerca el vestido blanco que está colgado en el perchero a mi izquierda. Le agradezco dándole un beso en su mejilla.
—Me quedaría para admirar tu precioso cuerpo, soñando tenerlo así, pero Aleskei me mataría. Mejor me voy, te aseguro que está contándome los minutos, Bebé.
—Tú no tienes remedio.
Niego y él me guiña el ojo. Me lanza un beso y se va del camerino a paso apresurado. En algo tiene razón; Aleskei le cuenta los minutos, pero no por mí, sino por cuestiones de evitar malos entendidos. Como mi maestro y coreógrafo, siempre me ha dicho que evite estar a solas con los chicos en los camerinos. Me repite una y otra vez, que tengo una imagen que cuidar. Lo que me causa gracia, es que no sé, si él no se ha dado cuenta, de que Mauro es gay. Yo estoy lejos de ser su tipo de chica, así sea por experimentar.
Como sea, a veces es muy estricto conmigo, al punto de hacerme sentir nerviosa.
Miro las rosas, frunzo mis labios y decido dejarlas en la mesa. No hay nota, no hay dedicatoria. Como siempre, solo las rosas como presentación. Decido abrir la caja para ver qué hay dentro. No miento, estoy intrigada. Antes eran nada más las rosas, pero ahora esto es nuevo de parte de ese o esa persona que viene a verme a bailar. Podría tomarlo como un regalo más por mi cumpleaños número diecinueve, pero…
No sé si estar nerviosa o alegrarme por tener un fan bastante atento.
—No puede ser… —musito al ver lo que hay dentro—. Pero que detalle más precioso.
Una fina cadena de oro blanco estoy viendo, pero eso no es lo que me hace jadear, sino lo que cuelga de ella. Es un diamante en forma de rosa. Brilla como una estrella, el corte que causa que parezcan abundantes pétalos, lo hace alucinante. La pequeña rosa es tan delicada, como llamativa.
Miro mi vestido, mi pecho desnudo y una sonrisa se dibuja en mis labios. Decido usarlo, así que lo saco con cuidado de la caja y me lo coloco rápidamente. Con una velocidad que estoy más que acostumbrada, me visto y me calzo los tacones.
Salgo del camerino a paso rápido. Justo al llegar detrás del escenario, Aleskei está esperándome en el mismo lugar de siempre. Me mira desde los pies hasta la cabeza. Su sonrisa es señal de aprobación en cuanto a cómo luzco.
—Justo a tiempo, Mali —me dice—. Sin duda, el blanco es tu color.
Mi sonrisa se vuelve nerviosa ante la intensidad de sus ojos verdes. A veces, me hace sentir ruborizada, incluso, pensar cosas que no debería. Pero al verlo luego junto a su prometida, todo pensamiento se esfuma. Todo es producto de mi imaginación influenciada por los malos comentarios, porque hasta ahora, Aleskei no se ha propasado conmigo. Siempre ha mantenido su ética profesional al igual que yo. Además, tampoco es que yo lo vea con otros ojos. Es hermoso, sí, pero es solo eso para mí.
—Entonces me veo bien —afirmo.
—Siempre te has visto bien, Malika —me ofrece su brazo—. ¿Lista?
Asiento con una sonrisa.
Ambos vemos hacia el escenario y en cuanto terminan de bailar, los aplausos nuevamente se hacen presente. Todos los bailarines se yerguen y se unen a los aplausos mirando hacia nosotros. Los aplausos son, para él, para el coreógrafo que creó tan magnífica obra de arte para este recital. No puedo evitar sentirme expuesta ante todos, pero como la bailarina principal, es normal que entre tomada del brazo del principal responsable. Llegamos al medio del escenario, suelto su brazo y aplaudo en su dirección con orgullo y respeto.
Una reverencia más al público, y el telón se cierra para darle final a esta temporada de recitales. Ahora, a seguir preparándonos para el siguiente, como seguir estudiando en esto para ser los mejores. Todos se acercan alegres para felicitar a nuestro profesor, mientras que yo poco a poco comienzo a tomar distancia para así irme a mi casa. Se supone que hay una fiesta después de esto en el salón principal, junto a las personas que donan a las causas benéficas, así como también la junta directiva de la escuela, profesores y benefactores.
Yo dejé de asistir a ellas cuando mi abuela murió, y agradezco que mi profesor y la misma escuela lo respeten. Además, cometí un error por andar de fiestera y aprendí la lección también.
Yo solo deseo dormir para ensayar frente al espejo mañana. Yo no me desvelo, no bebo, no fumo, mucho menos pierdo energías en fiestas, por mucho que no haga más que sonreír y tratar con personas de poder y dinero. Una vez lo hice, y terminó pésimo para mí, desde entonces, soy bastante disciplinada en mi vida y esta noche donde estoy de cumpleaños, no será la excepción.
Una cálida cama me espera para hacer conmigo la fiesta del sueño hasta las cinco de la mañana que mi alarma suene.
Llego a casa, sacó las llaves de mi bolso y abro la puerta. Antes de entrar, volteo hacia atrás, ya que como cada noche que llego, me siento vigilada.
No hay nadie, todo está como siempre.
Suspiro y decido entrar de una vez por todas. Camino hacia la casa, tiro mi bolso en el mueble y camino a la cocina para llenar un vaso de agua y subir a mi habitación.
Me detengo al ver una caja en la encimera, es blanca. Sé lo que es, por eso me tomo mi tiempo en abrirla. Me sirvo el vaso de agua, me doy la vuelta y levanto la tapa.
—“Feliz cumpleaños, Mali, mamá te ama”
Suspiro.
Paso el dedo por la crema blanca y la pruebo con desgana. Dejó el pastel como está, sigo mi camino hacia mi habitación ignorando el hermoso gesto de mi madre. Sé que me ama, pero su ausencia duele.
[…]
—Malika… cariño, despierta, ya llegué.
Abro mis ojos al oír su voz susurrada.
—¿Mamá? ¿Qué hora es?
—Las cinco en punto, cariño. Por cierto, feliz cumpleaños, lamento, no poder estar para cortar el pastel, tampoco irte a ver anoche, yo…
—Comprendo. Tenías trabajo, mamá —me levanto de la cama—. Ya me acostumbré.
—Mali…
—¿Por qué no descansas? —ignoro su queja—. Deberías de estar durmiendo si acabas de llegar.
—En realidad, llegué a media noche. Te vi dormida y no quise despertarte para comer pastel. Por eso he venido a despertarte cariño, para cantar cumpleaños juntas antes de que te vayas a la academia.
Me detengo frente a la puerta de mi baño al oírla. Yo llegué a media noche, de ser verdad lo que me dice, entonces no tuvo mucho tiempo que llegó después de mí.
Si me hubiera despertado para cantar cumpleaños, yo no me hubiese quejado. Estaría feliz.
—¿Segura? Puedes irte a descansar si quieres…
—Segura.
Sonrío más animada al oírla.
—Bajaré en unos minutos.
Bajo las escaleras con los ánimos más elevados. Me tomé un poco más del tiempo que desearía, porque el pegamento en mi cabello estaba difícil de salir.
Llego al living y busco a mi madre, pero no la encuentro.
—¿Mamá?
La llamo entrando a la cocina, y justo cuando estoy por llamarla más fuerte, me detengo. La nota sobre la encimera al lado del pastel fuera de la caja llaman mi atención.
"Reunión de última hora en la estación. Lo lamento, cariño… Mamá te ama"
—Yo también te amo, mamá…