Alan seguía con sus rutinas deportivas, al medio día antes de comer iba al gimnasio a muscular, por la mañana temprano o por la tarde cuando salía de trabajar corría, eran las únicas cosas con las que era feliz haciéndolas, todo lo demás le importaba poco, trabajaba para poder vivir, solo salía de su casa para cenar algún día con Leo y Marga y tomarse una copa. Cuando alguno de sus amigos le insinuaba algo de Aisha cambiaba de conversación, le dolía hablar de ella.
Estaba en el gimnasio a punto de empezar una de sus sesiones, aquel día tocaba trabajar las piernas de manera intensa cuando apareció alguien nuevo en la sala, una chica, alta, esbelta, con unas curvas que lo primero que le vino a la cabeza fue Aisha, se parecía a ella, tal vez un poco más joven, hasta el color del pelo era el mismo. La chica se puso a pedalear en una bicicleta estática y eso le volvió a hacer pensar en su ex pareja, en cuantas veces la había visto sudar mientras él hacía pesas en su casa. Cuando acabó de calentar con la bici estática se acercó a la zona de pesas, lo saludó con un “buenas tardes” y él pensó que era muy educada, no era normal que la gente te saludara y ella lo había hecho. De vez en cuando algunas miradas se cruzaron, cuando Alan acabó su sesión se despidió de ella y se fue a la ducha.
En su casa por la tarde pensaba en aquella mujer, en cómo se parecía a Aisha y lo guapa que era, se empezó a tocar, acabó sentado en el sofá con las piernas estiradas haciéndose una paja, pensaba en ella y Aisha a la vez, como si fueran la misma persona, recordaba las folladas con su ex pareja, se corrió de manera abundante y lo dejó todo manchado, pensó en lo c*****o que era por no haber cogido una toalla antes y evitar el desastre que tendría que limpiar.
Dos días más tarde al pasar por el bar del gimnasio camino de la salida vio a la chica que se estaba tomando un batido en la barra, dio un par de pasos pensando, dio media vuelta entrando sentándose al lado de ella, le pidió al camarero un batido de proteínas y se encontraron las miradas.
— Tú estabas antes de ayer haciendo pesas ¿verdad?
— Sí, era yo, me saludaste y me extrañó, la gente no suele hacerlo.
— Siempre me ha parecido raro que la gente no sea más educada, no cuesta nada.
— Supongo que es el ritmo de vida que llevamos, todo el día corriendo de aquí para allá y no tenemos tiempo ni de dar los buenos días.
Rieron mirándose a los ojos.
— Tienes razón yo llevo dos días sin poder hacer deporte por el trabajo, me tengo que quedar para acabar unos asuntos y se me hace tarde.
— Me llamo Alan si vas viniendo por aquí nos iremos viendo, yo vengo cada día.
— Soy Cristina, encantada.
Le dio dos besos y a Alan le gustó el detalle.
— La compañía es muy agradable pero me tengo que ir, yo también tengo trabajo urgente para esta tarde.
— Mañana vendré seguro a sudar y quitarme el estrés.
— Hasta mañana pues.
Cristina le miró el culo mientras se iba y sonrió, hacía tiempo que no conocía a alguien tan atractivo.
A Alan le gustó hablar con ella, se encontró cómodo y le pareció una chica muy agradable, era la primera vez que una mujer le atraía después de todo lo sucedido.
Se encontró con ella en el gimnasio al día siguiente y no pararon de hablar, la conversación fluía sin esfuerzo, los dos sudados caminaban por el pasillo para ir a los vestuarios.
— ¿Has comido?
— No.
Ella le miró a los ojos esperando, le apetecía que el dijera de ir a comer juntos y conocerlo un poco mejor.
— ¿Me dejas que te invite y seguimos con la conversación?
— Vale, pero nos pagamos cada uno lo suyo.
— Hecho.
Alan se metió en la ducha con una sonrisa, todo fue muy inesperado pero allí estaba, a punto de ir a comer con una mujer que le daba señales de gustarle. Cristina se dio prisa en ducharse y no hacerle esperar, tenía el convencimiento que de aquella comida podría salir algo bueno.
Fueron a un restaurante cercano, una vez sentados y con los platos servidos.
— Y dime, ¿a qué te dedicas, que haces?
— Soy abogado penalista, aunque en estos momentos hago más cosas, trabajo para mí y si tengo que asesorar alguna empresa o algo así también lo hago. ¿Y tú?
— También soy abogada, pero mi especialidad son los divorcios, me paso el día separando a las parejas.
Los dos rieron.
— A veces me llama gente por el tema de los divorcios y les digo que no es lo mío, pero si quieres te los puedo pasar a ti.
— Pues no estaría mal, cobrando una comisión claro.
— No te cobraré nada por hacer que te llamen, no me cuesta nada.
— Chico, gente como tú queda poca.
Ella pensaba en lo amable y educado que era, como le había abierto la puerta para que pasara primero y lo atento que estaba a los detalles. Acabaron el almuerzo y salieron a la calle, Cristina le dio el teléfono de su trabajo.
— Estaba pensando que como no me has dejado invitarte si aceptarías una cena, invitando yo claro.
Cristina le miró a los ojos con una sonrisa.
— ¿Me estás pidiendo una cita para salir conmigo?
— Se nota que debes ser una buena abogada, no se te escapa detalle.
Se morían de risa, Cristina se tapaba la boca y se ponía colorada pensando en la pregunta tonta que le acababa de hacer.
— Hoy es jueves, ¿mañana viernes te va bien?, las copas de después las p**o yo.
— Dime tú teléfono, te hago una llamada perdida y ya me dirás la hora y el lugar, o si quieres lo escojo yo, cómo quieras.
— Te enviaré la dirección de mi casa, me pasas a buscar a las nueve y media y me llevas donde quieras, ¿qué te parece?
— Que me estás dejando demasiadas iniciativas a mí, espero que no te arrepientas.
— Seguro que valdrá la pena.
Le puso una mano en el cuello a Alan y le dio dos sonoros besos en las mejillas. Se despidieron y se fueron cada uno por un lado ilusionados por la cita del día siguiente.
Alan se vistió como era habitual en él, ya ni pensaba en buscar otra alternativa, se ponía el tejano roto, la camiseta y si hacía algo de fresco el jersey por encima. Cristina estuvo escogiendo algo más detalladamente su indumentaria para la ocasión. El la esperaba sentado en el capó de su coche en la puerta del bloque de apartamentos donde ella vivía, se abrió la puerta y apareció Cristina, se la miró de abajo arriba, unos taconazos, unas piernas largas y rectas, una minifalda, una camisa fina, tan fina que se le transparentaba un poco el sujetador y por encima una chaquetita de diseño, se había pintado y arreglado el pelo, se le iba acercando y Alan se había quedado mudo, iba vestida como Aisha en una de sus primeras citas.
— Buenas noches, ¿qué tal?
— Buenas noches, bien, estas…
Le iba a decir “preciosa” pero pensó que eso era lo que siempre le decía a Aisha y no se atrevió. Cristina se dio cuenta que no se atrevía a acabar la frase y reía.
— ¿Estoy?
— Guapísima, muy guapa, eso es.
— Y tú muy…
Desde que salió de su casa y lo vio estaba pensando que el tío había tenido los santos cojones de vestirse con un tejano roto y una camiseta como si fuera un adolescente, otra cosa era como le sentaba aquella ropa, si con traje le pareció atractivo, vestido así lo veía espectacular.
— ¿Muy?
— ¿Juvenil?
— Me estás diciendo que no te gusta mi estilo.
— Hombre, mal, mal, no te queda, seguramente es que yo esperaba algo diferente.
— Pues chica, así es como estoy cómodo vestido, el traje me lo pongo por obligación, atender así a los clientes no me daría mucha credibilidad, pero fuera del trabajo ya te aseguro que no tengo nada en el armario que no sean tejanos rotos, camisetas y jerséis, te lo digo porque si no quieres salir con un tipo cuarentón vestido así aun estás a tiempo de volverte a tú casa.
— Juvenil y guapo.
Le dio otra vez dos sonoros besos y Alan le abrió la puerta del coche para que entrara, él dio la vuelta y se sentó a su lado.
— Y muy educado, y galante, y caballero…
— Vale, vale ya, que me vas a poner rojo coño.
Cristina reía. La llevó a un buen restaurante a cenar, estuvieron toda la cena hablando sin parar, saltaban de un tema a otro, discutían si no estaban de acuerdo en algo, Alan se sentía más interesado en ella.
Después Cristina escogió el lugar para ir a tomar unas copas. Un sitio tranquilo y discreto, estaban sentados en una especie de sofá cómodo con una mesita delante donde el camarero les dejó las bebidas, brindaron y dieron un primer sorbo. Se miraron a los ojos y Cristina avanzó el cuerpo besándolo, Alan no se esperaba que lo hiciera tan pronto y le sorprendió, tenía sus labios en medio de los de ella y una mano de Cristina le agarraba por el cuelo, la rodeó con los suyos por la espalda y se la acercó más, abrieron la boca metiéndose la lengua, estuvieron un buen rato comiéndose uno al otro.
— Y además besas bien, esto promete.