—Algo me dice señor Ríos que si no le dejo usted va a durar cuatro días con nosotros.
Alan se mordió el labio superior pensando, hasta que empezó a hablar.
—No me gusta como está distribuida la oficina, tendrían que estar todas las mesas en medio sin separaciones, así si alguien encuentra alguna inversión interesante la puede compartir con los demás…
—Eso no va a gustar, a los chicos les gusta tener su despacho, se sienten más importantes.
—Mire Don Ricardo, da igual como se sientan, se hace por el bien de la empresa…
—Perdone, pero eso de Don Ricardo, ¿es para provocarme o es que no ha entendido que aquí nos llamamos de señor o señora?
—Era una apuesta —Alan sonreía haciendo un silencio.— que he ganado por supuesto…
—¿Una apuesta, con quién?— No le dejaba acabar una parrafada sin interrumpirlo.
—Bueno, no era una apuesta, he tenido una agradable conversación con Patricia Jiménez y me ha provocado diciéndome que no tendría… narices de llamarle Don Ricardo…
—Vale, de acuerdo, la señorita Jiménez pensaba que sería ella la directora de inversiones, de hecho lo llevaba haciendo desde hace un tiempo con mi supervisión por supuesto.
—¿No le gusta su trabajo, por qué me escogió a mí?
—Cuando recibí su currículum pensé que nos podría ayudar a hacer crecer esta empresa.
—Y hacerle ganar un dinerillo que le vendrá muy bien para su jubilación.
—También.
Los dos rieron mirándose con complicidad.
—¿Quiere tomar algo?, tengo una botella de buen whisky escocés por ahí.
—No gracias, es muy pronto y nunca bebo trabajando.
—Me gusta usted, siga explicándome su proyecto.
—He estado repasando los fondos en los que se invierte, tendríamos que abrir mercados, no podemos sacar buenos beneficios solo apostando por el mercado más cercano y seguro…
—Entiéndalo, no tenemos experiencia en esos mercados, ¿Cuál quiere usted tocar?, el interbancario, el monetario…
—Todos, sacar hasta el último euro, dólar o yen que podamos, sobre todo en renta variable.
—Eso quiere decir estar atentos a las inversiones casi siete días a la semana.
—Correcto, lo haremos Patricia y yo. Las de renta fija también las mejoraremos, seguro que podremos hacer ganar a nuestros clientes más dinero.
Ricardo movía la cabeza preocupado.
—No sé si es buena idea que le ayude la señorita Jiménez.
—Si no le importa eso déjemelo decidir a mí.
El jefe se puso de pie ofreciéndole la mano de nuevo. Alan se levantó de la silla y se la estrechó.
—La oficina es suya, puede empezar a hacer los cambios que hemos hablado.
—Muchas gracias don Ricardo.
—¿Piensa acabar con la bromita de don Ricardo?
—Cuando usted me tuteé y me llame Alan yo le llamaré señor Escobar si es lo que desea.
Ricardo giró la cabeza desaprobándolo, haciéndole una señal con la mano para que saliera de su despacho. Alan se fue con una sonrisilla.
—Maldito jovenzuelo, pues a mí sí me apetece un whiskito.— Decía el señor Escobar mientras buscaba por los armarios la botella.
Alan se colocó en medio de la oficina, los demás le miraban disimulando como si la cosa no fuera con ellos.
—Por favor, podéis venir los cinco.— Dijo levantando la voz para que todos le oyeran.
—Me parece que todavía no se ha percatado que somos cuatro. –Le contestaba con tonito de cachondeo Patricia.
—Puede que usted no considere compañera de trabajo a Rosa porque está en recepción, para mí es tan importante como cualquiera de nosotros.
Rosa al oír su nombre saltó de la silla poniéndose de pie, miraba fijamente a Alan y al resto de compañeros, nunca habían contado con ella para ninguna reunión, excepto para llevar unos cafés claro.
—Rosa por favor, acércate al grupo.
—¿Yo, señor?— Preguntó Rosa insegura.
—Sí tú, ya le he dicho antes que me llame Alan, traiga papel y algo para escribir, a partir de ahora Rosa levantará acta de todas las reuniones que hagamos, todo debe quedar escrito sino las palabras se las lleva el viento.
Rosa fue muy rápida en coger papel y bolígrafo colocándose al lado de Alan, por fin se sentía valorada por alguien en aquella oficina, los demás fueron llegando lentamente, la última Patricia con una mirada amenazadora.
—Muy bien, os voy a comunicar los cambios que van a haber a partir de ahora.
Automáticamente las cinco cabezas se giraron mirando al señor Escobar en su despacho, el hombre estaba distraídamente sentado en su mesa saboreando un buen whisky.
—Todo lo que os diga siempre habrá sido consensuado con el señor Escobar, no le busquéis con la mirada que ya está al corriente y de acuerdo con todo.
Rosa escribía resumiendo las frases para que le diera tiempo, Luisa y Pepi escuchaban con los brazos cruzados, Armando pasaba de todo y Patricia lo desafiaba con la mirada.
—Haremos la recepción más grande, más elegante. El primer despacho lo ampliaremos…
—¿Mi despacho será más grande?— Preguntó un entusiasmado Armando que parecía que había recuperado el interés por la reunión.
—Sí, para convertirlo en una sala de espera con un mueble bar con café y algunas cosas para tomar, queremos que los clientes y los nuevos clientes estén bien atendidos.
Armando ponía una cara de desilusión tremenda y el resto se tapaba la boca para disimular la risa.
—Tranquilo Armando, los demás despachos menos el del director y el mío también desaparecerán, todas las mesas estarán juntas en medio de la oficina, necesitamos tener información rápida entre nosotros para operar con agilidad. Lo que dejaremos y también ampliaremos será la sala de reuniones.
Rosa apuntaba, los demás callaban sorprendidos, menos Patricia.
—A ver, me parece que no has entendido muy bien…— Empezó a decir Patricia.
—Por fin alguien me tutea, gracias Patricia. Coge algo para apuntar y reúnete conmigo en mi despacho ya.
La chica no puso buena cara, intentó levantar la mano para protestar, Alan se giró mirando a los demás.
—Vosotros podéis seguir trabajando con normalidad, hablaré con vosotros para explicaros la nueva dirección que tomará la empresa en breve. Vamos Patricia que tenemos muchas cosas que hacer.
Volvieron a su trabajo mirando a Patricia como enfurecida cogía unas hojas de su mesa y un bolígrafo para dirigirse al despacho de Alan, entró, cerró la puerta detrás de ella y se sentó directamente en la silla de cortesía delante de él al otro lado de la mesa.
—Tú has venido a denigrarme verdad, ¿qué es lo que quieres?, que deje de trabajar aquí para dejarte el camino libre con tus ideas de bombero…
—Quiero que seas mi mano derecha, que tú y yo dirijamos esta empresa para conseguir los mejores beneficios de la historia.
A Patricia se le abrieron los ojos como platos, relajó el rostro pensando, eso no se lo esperaba, ella había estado tensa hasta ese momento pensando que con un tío tan bien preparado como parecía que lo estaba iba a quedar en ridículo. Su mal carácter le hacía no tener empatía con la gente, cuando alguien intentaba cambiar algo en su vida se ponía de los nervios, por eso no había podido tener una pareja estable nunca, ningún tío la aguantaba más de cuatro días.
—¿Y el señor Escobar?— Preguntó casi tímidamente Patricia.
Los dos miraron al despacho de Ricardo, él seguía sentado tranquilamente en su mesa mirando por la ventana con el vasito de whisky delante.
—Don Ricardo es el director general, y así seguirá siendo, pero nosotros decidiremos todo lo que se hace en esta empresa, cuando vea que sus ahorros y los clientes crecen el whisky le sentará mejor que nunca.
Patricia sonrió tímidamente mirándole los ojos a Alan.
—Mira, si tienes hasta una bonita sonrisa que no conocía.
Se puso seria de golpe.
—¿Pero qué dices, podemos seguir trabajando, o ya hemos acabado?
—¿No tienes que controlar tus valores bursátiles?, sería lo que tendrías que hacer hasta que cierre el mercado, ¿no?
—Los controlan Pepi y Luisa, ellas invierten en valores seguros y estables, no necesitan demasiada atención, cuando yo estoy ocupada los miran ellas y si hay algún cambio importante me avisan.
—Todo esto cambiará.— Aseguró Alan
—Ya empezamos con los cambios, todos los que llegáis nuevos queréis haceros notar con cambios que no sirven para nada, a los cuatro días os largáis y aquí nos quedamos los demás volviendo a lo de siempre.
—¿Podré contar contigo, me demostrarás que eres ambiciosa?, o ya te está bien seguir apalancada sin aprender nada más.
—¿Apalancada?, perdona me estás insultando.
—¿Serás capaz de trabajar en cualquier horario, controlar los mercados de medio mundo donde invertiremos, o prefieres dedicarte a tú familia u otras cosas antes?
Patricia lo miraba con los ojos abiertos, ni pestañeaba.
—¿Me estás diciendo que operaremos en mercados extranjeros?, hasta ahora solo lo hacemos en el nacional.
—Te pasaré por mail una lista de valores, míratelos, compáralos con los que invertimos ahora, ya me dirás si vale la pena hacerlo o no. También repasaremos los de Luisa y Pepi, nosotros les diremos cuando tienen que hacer un cambio o dejarlo.
Patricia bajó la cabeza preocupada.
—¿Qué te pasa, algo te preocupa?— Se interesó Alan.
—Sabía que me intentarías joder por algún sitio, tú sabes de sobra que nunca he hecho algo así, supongo que ya tienes la excusa para echarme.
—Acepta trabajar conmigo, te formaré y te enseñaré todos los trucos que sé para invertir bien, te enseñaré cuando un valor va a seguir subiendo, cuando está a punto de estancarse y cuando bajará, haré de ti una de las mejores en tú trabajo. Tú tienes la palabra, ¿vas a seguir buscando excusas para enfadarte o vas a coger el toro por los cuernos?
—¿Supongo que con el mismo sueldo claro?
—Te estoy ofreciendo ser una líder en inversiones, ¿y tú me hablas del sueldo?, ¡joder Patricia!, que dura eres…
—A mí no me faltes el respeto…
—Si en tres meses conseguimos los clientes y facturar lo que he calculado le pediré a Don Ricardo aumento de sueldo para todos.
—¡Ja!, que risa.
—¿Aceptas el trabajo o no?
—No, no, no me fio de ti.— Con la cara de desconfianza pagaba Patricia, con el nerviosismo que le hacía tartamudear sus dudas.
—Está bien, piénsatelo un par de días y me dices algo.
Patricia se levantó de la silla, le miró a los ojos y desvió rápidamente la mirada.
—Vuelvo a mi trabajo, nos vemos por aquí señor Ríos.
—Hasta luego Doña Patricia, seguiremos hablando.
Puso mala cara mirándole, a él se le escapó una risilla mientras intentaba disimular girando la cabeza hacía el ordenador de la empresa.
Patricia salió de aquel despacho confundida, no sabía que pensar. No se había sentado en su mesa que ya estaban entrando por la puerta Pepi y Luisa.
—¿Qué pasa?, nos van a echar a todos verdad.— Decía una Luisa nerviosa.
—No lo creo.— Respondía escuetamente Patricia.
—Vamos, cuéntanos algo, tanto tiempo hablando con él algo te habrá dicho.— Insistía Luisa.
—Van a cambiar cosas…
—¿Qué va a cambiar?, si llevamos años haciendo lo mismo, venga mujer se más explícita.— Cortaba nerviosa Pepi a Patricia, parecía que los ojos le daban vueltas.
Patricia levantó la cabeza mirándolas, había estado con los ojos fijos en su mesa hasta entonces.
—Qué coño queréis que os explique, cabronas, que sois unas cabronas, os pensáis que no sé que le fuisteis con el cuento al señor Escobar para que no me cogiera a mí, por envidia, largaos de aquí.
—Como no te vamos a tener manía con el carácter que tienes tía.— Le decía Pepi mientras salían de su despacho.