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1499 Words
Su mandíbula casi toco el suelo cuando ingreso al apartamento, porque la cosa es que ¡Ya había estado ahí! Huyo apenas supo que se encontraba en una casa desconocida e iba a empezar a vivir ahí, chistoso ¿cierto? Admiraba casa cosa, aunque los colores eran solo blanco y n***o, todo se veía demasiado elegante y eso a Lydia, le encantaba. El apartamento de Anthony, era como un sueño y no le desagradaba empezar a vivir en ese lugar. — Limpiate la baba —el castaño menciono con desgrado. Adrian Reyes. 23 años. Beta. Anthony se lo había presentado hace unos minutos y ya podía decir que lo odiaba, eran demasiado opuestos y en cada oportunidad que veía, le lanzaba comentarios sarcásticos, simplemente irritable. — Deja a la chica en paz —el pelinegro suspiró. Por otro lado, Anthony de la Torre. 23 años. Alfa dominante y tremendamente sexy. No negaba que había limpiado parte de la baba por el guapo pelinegro. — P-Pero... —Adrian se acerco al pelinegro— No pensarás dejarla quedar en tu casa ¿verdad? — Dejaré que se quede —asintió— ¿Qué tiene de malo? — Que apenas la conociste ayer —respondió— Si querías una omega para una noche, pude haberte ayudado. Aunque me sorprende que te hayas acostado con una omega recesiva, creí que odiabas a los omegas. — No las odios, simplemente no las deseo sexualmente —dijo tranquilo. — Oh —Lydia mordió sus labios— Disculpen, sigo aquí —levanto su mano. — Por desgracia —el beta giro sus ojos. — ¡Maldito beta de cuarta! —gritó en dirección al castaño— Anda, vente, no te tengo miedo —se altero. — ¿No? —preguntó con molestia caminando hacia la rubia. — ¿Quieres dejar de hacer eso? —Anthony miro mal a su amigo. — ¡Pero es ella quien empieza— Se quejo. La rubia se cruzo de brazos satisfecha por ser defendida, cuando el apuesto alfa se giro, le saco la lengua a Adrian y le sonrió con satisfacción. Esperaba no involucrarse en una pelea con ese beta, acabaría hecha pedazos sin duda alguna. Examino de nuevo el apartamento, la casa no tenía fotos familias ni nada por el estilo, lo cual no le sorprendió. Quizá era alguien que prefería mantenerse alejado de su familia o simplemente no tenía padres. Levanto sus hombros restándole importancia, solo viviría ahí, no tenía porque preocuparse por esas cosas. — Supongo que no trajiste nada de ropa —supuso el pelinegro— Quizá podemos ir a conseguir algunas cosas. — ¿Gastarás dinero en eso? —preguntó con expresión preocupada. — Ay por favor beta de cuarta ¿Cuál es tu envidia? —preguntó Lydia irritada— Me conformo con que me permitas vivir aquí. No necesito que gastes dinero en mi, tengo ahorros y puedo ir a casa de Julián a conseguir mis cosas —finalizo mirando a Anthony. — No pienses que iras a casa de ese alfa —musito. — Puedo hacerlo si quiero —giro los ojos— Tengo demasiadas cosas ahí, cosas importantes... — Me quedaré esta noche aquí —aviso el beta— Se acostaron a mis espaldas y ahora que te conozco, ni muerto permitiré que te acuestes de nuevo con este. — Más grande que nosotros las palmeras y ¿Sabes qué? —preguntó mirando mal al beta. — ¿Qué? — ¡Hasta los perros las mean! No me provoques —lo apunto— No busques que también te orine encima. — Me. Quedaré. Aquí —hablo furioso. [...] La habitación que le habían dado era cómoda, la cama era amplia, el armario era amplio y dudaba que todas sus pertenencias ocuparan todo ese espacio. No conseguía dormir y eso que se sentía agotada, se giraba de un lado a otro, tratando de encontrar una manera de conciliar el sueño más rápido, pero le estaba siendo imposible. Era obvio que necesitaba a Jay en sus brazos, de esa manera podría dormir tranquilamente en cualquier lugar. Suspiro, hundió su rostro en la almohada y un olor característico empezó a desprender de ahí, olía demasiado bien, un olor dulce, casi embriagante y como si viviera un deja vu, su cuerpo empezó a calentarse poco a poco, su mente nublada, como pudo se puso de pie y fue cuestión de segundos para encontrarse fuera de la habitación. Adrian yacía dormido en el sofá, según él “haciendo guardia”. Lydia camino de manera lenta hacia la habitación de cierto alfa y cuando abrió la puerta, se sorprendió de encontrar a Anthony sentado en la cama. — Lydia... — Anthony —hablo casi hipnotizada. — ¿Qué haces aquí? —preguntó sin levantarse de la cama. — Quería verte —el rostro de la rubia se encontraba totalmente ruborizado— P-Podemos repetir lo de anoche... — Eso es una mala idea —murmuro. — ¿Por qué? —como pudo llego a las piernas del pelinegro, sentándose a horcajadas— Hoy también estoy muy mojada —susurro en el oído del alfa— ¿No quieres entrar en mi? El mayor pareció pensar por unos minutos, pero Lydia no quería aguantar más. De manera inesperada, saco el m*****o de Anthony, admirando por un momento su tamaño y a pesar de estar dormido, tenía un tamaño considerable ¿Como lucirá estando erecto? Sonrió ante aquel pensamiento y sin pensarlo dos veces, se bajo de las piernas del alfa y se arrodillo en el suelo. — Espero que entre en mi boca —susurraba. Lydia empezó a dar cortas lamidas en el m*****o, sus pequeñas manos no lograban sostenerlo todo, por lo que tuvo que utilizar sus dos manos. Se sentía excitado, sus entrepierna estaba húmeda y lo único que podía pensar, era en el pelinegro estando en su interior. — ¿No te arrepentirás luego? — Si es contigo, dudo que lo haga —respondió. — Ven aquí. Como si no pesará nada, fue levantada del suelo y dejado en la cama con delicadeza, besos calientes eran dejados en su pecho, sentía su cuerpo estremecerse con cada roce, cada tacto. Nunca había experimentado algo parecido, era como estar en un trance, su cuerpo actuaba por si solo y permitió que la desnudarán sin oponerse. Su pecho desnudo, estaba expuesto ante un alfa, no le desagradaba la idea de pertenecer a alguien, solo si ese alguien era Anthony de la Torre. El pelinegro abrió un cajón y saco un sobre, se aparto por unos minutos y sin quitarse la ropa, se puso el condón. — No queremos un bebé ¿cierto? —preguntó en los labios del rubio. — ¿Bebé? —preguntó sonrojada— Q-Quiero uno... — E-Estás bromeando ¿Cierto? Negó repetidas veces y estiro sus manos hacia el alfa, queriendo sentir sus pieles juntas, queriendo el calor del pelinegro. — Hagamoslo —pidió. Sus pezones se volvieron sensibles, eran lamidos y succionados de manera tortuosa, le dolía, sentía sus pezones arder y no supo cuando, el dolor se transformo en placer. Las leves mordidas en su cuello, las caricias en su entrepierna. Anthony abrió sus piernas y llevo sus dedos a su entrada, empezando a introducir dos dedos, como la noche anterior. — Ahg~ A-Anthony —la pequeña mano de Lydia, sujeto el brazo del alfa— M-Más... Los dedos le estaban dando un placer inexplicable, leves cosquillas en su pelvis, pero pronto se detuvieron. La menor que había cerrado los ojos por el placer intenso que estaba sintiendo, los abrió, para encontrarse con el alfa quitándose la camisa. Se ruborizo ante la majestuosa imagen y se tapo el rostro. — ¿Ahora te da vergüenza? —preguntó volviendo a acercarse a la rubia— No tenías vergüenza cuando me pedías más. Ya no eran sus dedos los que estaba usando, la gran erección se alineó en su entrada y simplemente cerro los ojos. Lo necesitaba, lo quería, estaba lista para entregarse a Anthony. Apretó los ojos y empezó a sentir en su interior cierta intromisión ¿Por qué se sentía tan malditamente bien? Lágrimas bajaron por su rostro, era extraño, era demasiado grande ¿Había entrado todo? Las preguntas inundaban su cabeza. Las estocadas empezaron lentamente, gemidos leves escapaban de sus labios. Abrió los ojos en ese instante, encontrándose con la fija mirada del mayor en ella, sus labios ardían, atrajo el cuerpo del pelinegro hacia ella y juntó sus labios en un simple beso, un beso que se convirtió en algo agresivo, el mayor abrió su boca, obligándola a abrir la suya, casi grito por la acción. — Hmgm e-espera —susurraba. — Abre más la boca —le ordeno. Mientras más agresivas eran las mordidas, más rápidas eran las estocadas. Lydia sentía como la llenaba, sentía el grueso m*****o raspar en su interior, enviando una oleada de calor a su vientre, haciéndole soltar un gemido. Lydia se había liberado... Y apenas empezaban.
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