Si Fueras Mío

1210 Words
—¿A dónde fueron? —se pregunta desesperado, observando la habitación sin mucho aliento y al mismo tiempo nace la angustia. —El Plerus, imposible, no pudieron haberlo encontrado ya. —se levanta con dificultad al sentir su espalda adolorida. Con sorpresa, abre los ojos al ver sus dedos corazón mucho más cicatrizados de lo que estaban antes; estos ya parecían argollas, con líneas específicas, artísticas, que incluso en medio de tanto dolor causaron aquella sensación de alivio y, al mismo tiempo, rechazo por los recuerdos. Aquellos recuerdos que, si bien no se sobreponen al hecho de que le ama, lastiman más su cuerpo; lo enfermaban y, ahora que está tan cerca, los síntomas son mucho más graves ante la incertidumbre de saber por qué se fue. José, se planteaba constantemente, cuándo se atrevería a abandonar aquella habitación, pues desde hace 4 días en los que Harriet y Avellana desaparecieron, no había salido de aquella habitación y el llanto era inevitable no oírlo, lo peor es que le habían llamado y escrito vía mensaje todo lo que había sucedido, eso lo cargaba de más culpa y responsabilidad al verlo tan demacrado por saber dónde estaban sus hijos. —Harvey, tienes que salir de ahí. —toca suavemente la puerta, de manera tan exagerada que sería frustrante verlo, pues los sentidos de Harvey están tan sensibles que cualquier sonido u olor causa un dolor generalizado. —… Te traje ramen japonés, sé que te gusta más que el sancocho grasoso. —dice aquello y escucha una ligera risa a través de la puerta. —¿Puedo pasar? —Adelante… ¿Podrías pasarme la sopa? —Claro… —observa su rostro evidentemente cansado. —No entiendo cómo sin dormir sigues conservando tanta belleza. —coloca la bandeja con la sopa sobre sus muslos y este sonríe con suavidad al percibir el aroma de esta. —Si no soportas el olor, dímelo. —No, está bien, quiero comerlo… Desde ayer no tomo agua siquiera. —Eso lo sé. Vivo aquí hace un buen rato… aunque con la penumbra de estos días parecen años. —Lamento si te incomoda. —Idiota, ni que fuera un desconocido. —Es cierto. —observa con desánimo la sopa y empieza a tomarla. —Harvey, deberías darte la oportunidad de escuchar a Samael. —dice sintiendo al instante la mirada fruncida y ofendida del peli blanco. —Lo que quiero decir es que, hasta ahora, desconocemos la verdadera razón por la que se fue. — “Qué mentiroso eres, José, tú lo sabes”, sonríe aquella imagen de sí mismo sentado en un sofá. —Yo sé cuáles son las razones, primero simplemente ya no me ama, le fui de utilidad tiempo después y cuando ya no pudo soportarlo se fue, ahora vuelve buscándome para sacar más provecho porque sabe que… —Aún me amas… José lárgate de aquí. —Lo observa enfurecido y dolido, Harvey estupefacto se queda pasmado sobre su cama, con la sopa fría y sin terminar, tan fría como su piel en ese momento. —Te escuché desde la casa de Avellana todos los días. —observa cómo sus manos tiemblan, pálidas y más delgadas de lo normal. El corazón se oprimía profundamente al pensar en los incontables días. —Termina de comer primero, ¿por qué estás tan delgado? ¿Acaso quieres morir? —La angustia de verlo tan demacrado por su causa le estaba cegando a tal punto en que olvidó sus lágrimas para darle de comer. —¡No quiero! —grita y solloza enfurecido, con ojos cerrados, incapaz de verlo. —¡Vete de aquí, maldito bastardo, no quiero verte nunca más en mi maldita existencia, mentiroso, traidor! —De un manotazo tira toda la taza al piso, desparramando todo y quebrando la bandeja y la taza. —Vete de mi casa, vete de mi vida, ya, todo estaba bien antes de que llegaras, ¿por qué vuelves? —Porque te amo. —dice perdiendo la voz y acercándose rápidamente para tomar su rostro entre manotazos y sollozos. —¡Mentiroso, déjame! —Dios, Agares, escúchame. —No, déjame, no quiero escuchar nada. —aprieta con fuerza sus ropas hasta clavar sus uñas ligeramente a su cuerpo. —Tú ya no me amas, prefiero morirme a estar contigo otra vez, ¡haciéndome daño con tus mentiras! —El aire se fue de sus pulmones, por unos instantes el pecho del contrario vibró. —Yo te amo tanto…—dice entre lágrimas aquel hombre condenado por la muerte misma. —… que me aleje de ti, hui tan lejos… tanto que me sentía morir como me siento ahora al escuchar tus palabras crueles. Te amo tanto que alguien más odiaba tanto mi existencia a tu lado que juró matarme delante de ti, volverme pedazos frente a tus ojos y en ese momento dejarías de ser tú, en ese momento te tomaría como un objeto de su pertenencia, sin alma y sin el brillo de tus ojos. Te amo tanto que deseaba morir en algún momento porque solo no puedo tener alma sin ti. —sus lágrimas siguen deslizándose sobre el cabello del contrario. —Amadros estaba obsesionado contigo, el Plerus más poderoso de todos en ese entonces, me amenazó y juro matarme frente a ti si volvía a tu lado…—cierra sus ojos cansados al sentir su cuerpo liberarse de aquella carga que llevó durante milenios. —… Nunca he dudado de la palabra de un Plerus, así que me fui y te dejé de la manera más fría posible para que me odiaras, incluso si era para siempre y claramente lo logré ¿verdad? —deja de acariciar su cabeza y respira hondamente para luego exhalar. —… A veces me arrepiento de haberlo hecho, pero al final… la verdad es que no me arrepiento de seguir amándote y si tuviera que esconderme en una cueva por la eternidad para que estés a salvo, saber que sonreirás incluso sin estar ahí, saber que… podrás dormir pensando en mí para luego llorar hasta el cansancio… saber que nuestros hijos te tendrán a ti el ser más humano que he conocido jamás… tan dulce y hermoso, solo lo eres tú, mi Agares. Llorando silenciosamente, toma su rostro y observó aquellos ojos, ahora olivos, llenos de lágrimas, comprensión y al mismo tiempo confusión, mirarlo sin tener palabra alguna de sus hermosos y suaves labios. Sin soportarlo le besa, sí, toma sus labios suavemente, los acaricia danzantes y los toma, suyos completamente suyos como siempre lo han sido y las lágrimas caen una tras otras cada vez mucho más. — Estaré esperando por tu perdón milenios, si así lo deseas, no me importa… —toma sus manos y acuna su rostro entre ellos, tan suaves y cálidos, mientras le mira a los ojos. —Ódiame todo lo que quieras, no me importa, yo no voy a irme lejos de ti nunca más. Dios mío, he sufrido tanto sin ti. —llora y sin soportarlo más, entre la vergüenza y miserable sentir de su alma, desaparece entre el viento dentro de aquella alcoba, dejando las manos de Harvey extendidas al aire, y aquel rostro palidecido por la verdad dura, pura e impactante.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD