Parte 2: Anything To Say, You Are Mine

1129 Words
Poco a poco la noche se colocaba sobre sus cabezas y el frío los abrazó con fuerza, quizás los ánimos hacen que la temperatura se sintiese tan humanamente sensible, pero en lo que a Harvey respecta, un Hiena blanca puede y debe sentir aquellas sensaciones ajenas, por ello son tan especiales y diferente a las otras especies al poder disfrutar y también sufrir como los humanos por variadas razones, aunque no todas. A pesar de que la noche está sobre ellos, en medio del silencio y el cansancio, Samael se encontraba ansioso, sin hallarse así mismo. La ansiedad no le dejaba dormir ni un poco. Avellana y José decidieron explicarle que Harvey estaba fuera de peligro con plastilina, pues solo pensamientos catastróficos pasaban por su mente. La necesidad de ir a verlo y verificar aquellas palabras por su cuenta le están consumiendo, debía verlo. Sin sentir su cuerpo enfermo como de costumbre, se levantó con energía y cuidado. —¿A dónde crees que vas? —Dios. —acaricia su pecho y sube la mirada para encontrarse con su hija Avellana. —… Iré a ver a Harvey. —Bueno. —alza sus hombros. —Se supone que me digas que no lo haga. —Padre. —suspira. —Si lo matas, yo te mataré a ti, así que adelante., ve, bajo tus propias consecuencias. —De acuerdo. —suspira y ríe ligeramente. —Lamento lo que pasó. —Está bien, sé que no eras consiente… sé que nunca le harías daño a mi padre. —Sí. —asiente con suavidad. Acaricia su cabello y le mira a los ojos. —Gracias por creer en mí. —Está bien, está bien, no piensos llorar, ni lo intentes. —entrecierra los ojos, causando carcajadas en Samael. —José y yo nos iremos con Harriet a casa de mi novio. —¿Por qué? —frunce el ceño y se levanta confuso. —Parcero, porque no quiero escuchar cómo te coges al amor de tu vida, no gracias, gas. —arruga la cara y luego ríe burlona al ver los ojos sorprendidos de Samael. —Nos vemos. —se despide cantarina y desaparece rápidamente entre la brisa y la noche. —Mocosa atrevida. —acaricia su rostro avergonzado. —No haré eso. —piensa inseguro. Mientras caminaba suavemente a la habitación se detuvo y observó la puerta, recordado la última vez que tocó su piel, hace cientos de años, había dejado aquel placer, aquella necesidad que ahora estando despierta desea su cuerpo, ya no bajo la locura y la inconsciencia, no, ahora bajo el firme deseo consiente de poseer su cuerpo, marcar cada espacio con suavidad y llamarlo con dulzura al oído una y otra vez, en medio de tanto dolor, recuerdos y catástrofes que aún no se hacen presentes. Con cuidado abre la puerta de la gran alcoba y encuentra a Harvey, dulce hombre dormir plácidamente, dando la espalda a quien lo observa con amor y ternura. Con cuidado se acercó y con manos inseguras quiso acariciar su hermosa melena blanquecina y sedosa. —Samael… no te vayas… no te vayas… —Quejumbroso entre pesadillas, Harvey se remueve con suavidad entre las sabanas. Da un respingo y agitado, se yergue en la cama, ligeramente sudoroso. —Avellana. —llama sintiéndose asustado y perdido. —Avellanada ¿dónde…? —Ellos se fueron con Harriet. —lo mira a los ojos húmedos y sonrojados. —Harvey, ¿podemos hablar ahora? —No lo sé. —acaricia sus labios secos mientras observa sus pies blancos, completamente desnudos. —Si es por lo que pasó hace un rato, no debes preocuparte, estoy bien, yo creo que mejor… —Dijiste que no te irías nunca más… —con labios ligeramente temblorosos y voz temblorosa dice aquellas palabras. —dijiste que ya no me dejarías, por favor Agares, esto me está matando, háblame. —Lágrimas caen finalmente y suaves sollozos se hacen presente. —Esto no es justo… —se levanta furiosos de la cama entre lágrimas. —Tú me abandonaste, decidiste lidiar con todo esto por tu cuenta y jamás pudiste decirme que sucedía, si lo hubieras hecho las cosas serían diferentes. —Pues no me arrepiento de haberme ido, de haberme alejado para protegerte. —dice con firmeza mirándolo a los ojos. —De lo único que me arrepiento son de esas horribles palabras que te dije. Cuando te dije que no te amaba algo dentro de mí se hacía pedazos al verte llorar de esa manera, todo por mi culpa. —¡¿Crees que soy tan débil para no protegerte?! —¡No, nunca lo he pensado Harvey!... Yo solo no podía con la idea… Yo no… —¿Qué... qué? —pregunta tomando sus hombros cansados. —Yo no podía con la idea de perderte. —toma su rostro y solloza angustiado. —¿Por qué es tan difícil de entender? —cae de rodillas con suavidad y abraza su cintura, angustiado. Harvey, impactado y adolorido, solloza. —Soy tan egoísta, por favor perdóname. —Cubre su rostro llorando, angustiado y terriblemente avergonzado. Samael, alarmado y conmovido, le tomo con cuidado y cargó para abrazarlo con suavidad, acariciando posteriormente su cabeza para calmarlo. —Ninguno de los dos tiene la culpa de esta desgracia, Amadros es quien nos puso en esta posición. Así que por favor deja de sufrir, déjame tenerte nuevamente, déjame recompensarte todo el tiempo perdido, déjame cuidar de ti estando cerca. —acaricia con suavidad su rostro y observa la disposición de su cuerpo. —Dios… —susurra. —Avellana tiene razón entonces… —¿Qué? —pregunta con sincera ingenuidad. —Quiero hacerte mío ahora. —acerca su rostro al contrario y le observa con dulzura. —Déjame tenerte mi Agares. —sonríe con suavidad al ver su rostro abochornado. —Los niños no están, no tienes excusas. —Pero yo no… —Y, además, me has perdonado con esa mirada tan hermosa que me das cada vez que te pedía disculpas por arruinar tus horribles elementos científicos. —El contrario sonríe dulcemente dejando deslizar algunas lágrimas por sus mejillas. —Te amo tanto mi Agares. —toma sus labios finalmente acariciando el interior con delicia, tomando aquel maná dulce y sabroso que tanto extrañaba. Aquellos jadeos y gemidos hacían que su cuerpo temblase de la excitación. —Samael, déjame respirar. —se aleja alborotado, atontado y agitado. —Esa imagen que tienes ahora no te ayuda en absoluto y mucho menos a mi cordura. Con brusquedad y al mismo tiempo suavidad se coloca sobre él en la cama, acariciando su cuerpo, comiendo sus labios con hambre y deseos de más. —No quiero que mi rey haga nada, yo seré quien te hará llorar de placer.
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