Capitulo 2

1047 Words
—Señor, ¿desea comprar rosas? Son cinco rosas, tres dólares. — la joven de cabello castaño sonrió al posible comprador. Un hombre de aspecto refinado miro a la hermosa joven cuyos ojos tan azules como el cielo, despertaron su interés de inmediato. Eso y que también era muy atractiva. Su piel nívea y sin imperfecciones era algo poco común para los de su clase, le calculo algunos veintitantos. Unos cuantos dólares a cambio de unas horas de sexo, estaba seguro, no rechazaría. La apariencia de Vivían estaba tan fuera de lugar en el ajetreado centro de la ciudad de Washington, ella vendía hermosas rosas en una esquina de la avenida Massachusetts, ofreciéndolas a ajetreados hombres que iban y venían del mundo del gobierno. La mayoría eran empleados de bancos, abogados, periodistas y también senadores. El capitolio estaba muy cerca de allí. Era una calle muy concurrida, lo cual resultaba perfecta para vender sus rosas. La mayoría de los hombres se sentían atraídos por su excepcional belleza, incluso un cura no pudo evitar quedarse prendado por ella. Vivían, era consiente de que su atractivo hacía que el tráfico masculino se detuviera, en ocasiones le compraban rosas y se las obsequiaban a ella. Era un buen negocio, después de todo, ella las vendería nuevamente. Meses antes había estado trabajando en una academia de danzas, y ahora estaba allí vendiendo flores en una esquina de la capital del país. En realidad no le avergonzaba, era lo poco que ganaba lo que le preocupaba. Con su madre enferma, tenía que hacer lo suficiente para su tratamiento. Un mechón oscuro como el chocolate cayó sobre su mejilla sonrosada cuando alzo la vista hacia su cliente y le dio el cambio con una amable sonrisa, estaba cansada, pero alegre. —¡Rosas, hermosas rosas! ¿Señor, compañía una rosa para su novia? Un hombre de aspecto elegante se acercó; se trataba de un abogado de uno de los bufetes cercanos. Su impecable traje gris y sus zapatos de cuero brillantes, demostraban su riqueza. Él le dio una mirada de arriba a abajo. Vivían aparto la mirada y selecciono una rosa grande y roja para él. Extendió la mano con una sonrisa. —¿Solo una señor? — pregunto suspirando. El hombre la miro nuevamente y le entrego un cheque de 1000 dólares. Vivían, frunció el ceño y lo miro seria. ¡1000 dólares! Contuvo un grito ahogado de asombro y apretó los dientes con fuerza, asqueada, a pesar de que aquella cantidad equivalía prácticamente a lo que vendería en cuatro meses de trabajo. —No señor. No. —¿No? — repitió él, con un brillo en sus grandes ojos — Piénsalo. ¿No es más de lo que podrías soñar? —Señor me ofende. — Respondió ella molesta, dándole una mirada fría. —Doblaré la cantidad — susurro el hombre acercándose. —Ya le dije que no. El hombre con evidente insatisfacción se puso rojo como un tomate ante aquella mirada imponente. Dando un resoplido se marchó, con su maletín en la mano. Vivían, se estremeció, negó con la cabeza y se dio la vuelta para seguir vendiendo sus flores. Pasaba con frecuencia, había uno que otro hombre que pretendía ofrecerle dinero, a cambio de sexo. Ella no haría algo así, si bien tenía una situación económica difícil, mientras pudiera ganar dinero sin tener que vender su cuerpo lo haría. Cuando vendió la última rosa, se inclinó sobre la gran cesta y comenzó a guardar el dinero en su pequeño bolso atado a su cadera. —¡Vivían! — grito otra chica que también era una vendedora ambulante al otro lado de la calle. La joven no era muy agraciada que digamos — No dejaré que robes todos mis clientes. También necesito dinero. Me estás dejando sin nada. —¿Por qué no te vas a otra parte? — chillo su compañera — Podrías irte a la otra calle. ¡Nosotras estábamos aquí primero! Las dos mujeres la miraron con hostilidad. Pero, lo que en realidad sentían era envidia. Desde que Vivían comenzó a vender rosas del otro lado de la calle, la mayoría de los hombres le compraban a ella. Todo se debía a su belleza. —¿Han comprado la calle? Porque no veo su nombre por ninguna parte. — replico en directamente. Ella no estaba haciendo nada malo, tampoco interfería con los clientes que ellas llamaban propios, en ocasiones enviaba algunos a ellas. Pero, no se acobardaría ni les demostraría miedo. Ella necesitaba cumplir con el tratamiento de su madre y si esto era la única entrada de dinero, no la perdería. —¡Este no es tu sitio, Vivían! ¿Por qué mejor no te vas a trabajar al club de la calle de abajo? Estoy segura de que harías mucho dinero. —No necesito venderme. Eso podrían intentarlo ustedes. —Te crees muy digna, ¿no? Pero tarde o temprano, terminarás siendo la amante de algún hombre rico. Las dos mujeres rieron a carcajadas y ella les lanzo una mirada asesina. Se dio la vuelta y tomo la cesta para volver a casa. Más tarde iría a ver a su madre en el hospital. Su madre era una maestra de primaria. Le gustaba pasar sus días en la biblioteca de la ciudad y perderse entre las líneas. Su padre había muerto cuando ella apenas tenía cuatro años. Por lo tanto, solo eran ella y su madre. Habían sido felices, hasta que la enfermedad ataco. Ella fue diagnosticada con cáncer de útero y el médico había mencionado, que ya estaba demasiado avanzado, solo quedaba darle calidad de vida hasta el momento final. El tiempo que Vivían trabajo en la escuela de Ballet, fue maravilloso, desde pequeña había tomado clases, su madre la había complacido y ella tenía el sueño personal de llegar hasta El Ballet del Bolshoi de Moscú. También había abandonado la universidad, su mundo cambio en un abrir y cerrar de ojos. Originalmente vivían en Maryland. Pero después de que su mamá fue recluida en el hospital, se trasladó a Washington para estar cerca de ella. Abandonando su trabajo como maestra. Ojalá no hubiera aparecido esa enfermedad. Vivían, sacudió la cabeza evitando pensar en lo que no podía cambiar. Aquello era algo que nunca sucedería.
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