—¿Valiosos? —Esclavos —dijo Baetan—. Es por eso que hay tan pocos muertos; los vikingos se los llevaron como esclavos —Baetan miró hacia el salón real—. Sólo nos queda un lugar por visitar; vamos Melcorka. La puerta estaba abierta, se mecía gentilmente con la brisa sempiterna. Baetan entró primero, seguido de cerca por Melcorka. El interior era todo lo que le habían prometido a Melcorka, tenía un estrado elevado donde reposaba el trono esculpido del Rey y tres mesas largas que recorrían el largo del salón. El interior había sido decorado con ramas verdes y flores, las cuales yacían marchitas y descoloridas, mientas que los restos de comida sobre las mesas y el suelo indicaban que se había preparado un banquete. —Esto es lo que sucedió —supuso Baetan—. Este fue un festín. Sospecho que e