Los gritos se convirtieron en susurros que se desvanecieron bajo el ruido las olas y el aliento agitado de los isleños.
—Los Cenel Bearnas —Melcorka repitió esas palabras—, eso significa «la gente de Bearnas», pero tú no eres la jefa de una isla, madre.
—Todavía tienes mucho que aprender, Melcorka —dijo la Abuela Rowan—. Será mejor que mantengas la boca cerrada y mires, escuches y hagas exactamente lo que te dicen.
—Veo que trajeron provisiones, ¿Cuánto? —Preguntó Bearnas.
—Suficiente para un viaje de cinco días —Oengus respondió de inmediato.
—Eso debería bastar para nuestro viaje —Bearnas dijo en voz baja—. Es hora de que seamos quienes solíamos ser.
Los isleños se dispersaron dentro del bote, cada uno tomó su lugar en una de las bancas de madera que estaban enfiladas de estribor a babor, mientras que Bearnas se quedó en su lugar en la proa, Oengus fue a manejar el remo direccional en la popa.
Había un silencio a bordo, como si todos esperaran una señal. Bearnas la dio.
—Vístanse —dijo.
Los isleños abrieron unos cofres que estaban debajo de las bancas y cada uno extrajo un paquete. Se cambiaron lento y con cuidado, les tomó unos quince minutos, ahora el barco pasó de tener unos isleños, que vivían una vida tranquila atendiendo el ganado y cultivando cebada, a estar repleto de guerreros vestidos en cotas de malla. Melcorka miró extrañada a esas personas con las que había crecido y sin embargo no conocía en lo absoluto.
Posicionado en la proa, Oengus ahora se veía formidable con su casco de hierro en la cabeza y la cota de mallas que le cubría la barriga. La abuela Rowan estaba en el medio del barco, tenía en sus manos un remo que manejaba con tanta compostura como si estuviera cuidando las abejas de su colmenar. Lachlan, quien trabajó cultivando y empaquetando turbas toda su vida, sonreía mientras sus manos robustas recorrían el palo de su remo. Aun así sus presencias pasaban desapercibidas comparadas con mi madre, Bearnas, que vestía una cota de malla descendía hasta sus pantorrillas y un casco decorado con dos alas doradas.
Bearnas miró el resto del bote—. ¡Armas! —Exclamó. La tripulación hurgó en los cofres o en el fondo del bote. Cada uno tomó una variedad de espadas y lanzas, las cuales dejaron a un lado de las bancas.
Melcorka vio asombrada mientras su madre levantó una espada con empuñadura de plata.
—¿Están listos Cenel Bearnas?
—Estamos listos —respondieron de inmediato.
—¿Madre? —Melcorka sintió un temblor en su voz.
—¡Zarpemos! —La voz de Bearnas parecía rugir como la grava debajo de un portón de granja. Cuando miró a su hija a los ojos, su mirada mostraba algo de humor combinado con acero, con la fuerza, compasión y autoridad por sobre todo—. ¡Empujen!
—Los remeros más cercanos al arrecife empujaron para que el Separaolas se apartara de la tierra.
—¡Remen!
Los remeros comenzaron a remar en un solo movimiento, luego otro. Pronto el Separaolas comenzó a avanzar hacia el semicírculo de luz que guiaba al exterior.
—¡Remos adentro!
Los remeros guardaron los remos delgados sin pala y el Separaolas salió disparado de la cueva y azotó con el oleaje del Océano Occidental. La cabecera del águila se elevó tanto que parecía apuntar al cielo, luego el bote se niveló, causando que Melcorka sintiera un revoltijo en su estómago. El bote se alzó de nuevo. Ojos-Brillantes se balanceó con facilidad en la cima de la cabecera y liberó un canto brusco, luego comenzó a limpiar sus plumas. Una gaviota se acercó al bote, pero al ver al águila pescadora decidió no investigar el navío.
—¡Eleven el mástil! —Ordenó Bearnas, y sin esfuerzo aparente la tripulación erigió un tronco de diez metros de pino recto en el centro del bote. Oengus dio órdenes roncas desde la proa para asegurar las trinquetillas, y un penol fue levantado y asegurado en la cima del mástil y por último izaron una vela roja para impulsarse con la brisa.
—Fuera remos —ordenó Bearnas—, todos a la vez, como en los viejos tiempos.
—La abuela Rowan inició un canto y el resto de los remeros la acompañaron para remar al unísono, levantaron los remos con poco esfuerzo y Oengus dirigía orgulloso el navío desde la popa y Bearnas veía al frente desde la proa.
«El viento sopla, los mares crecen
Y un hombre grita descontrolado
Mi tierra es fértil hiuraibh ho-ro»
Melcorka tragó saliva y vio cómo el Separaolas le hacía honor a su nombre. Miró hacia atrás y vio cómo su hogar desaparecía en el horizonte.
—Ese es tu pasado, Melcorka —Oengus dijo con suavidad—, dile adiós, pues tu futuro te espera.
Melcorka no sabía qué sentir. Sentía tristeza e incertidumbre por un cambio tan súbito, pero entre sus dudas estaba escondido un ápice de emoción y asombro por todas las cosas que estaba segura que presenciaría.
«Espuma del mar y ciclones
Y una tormenta elemental los desgasta
Mi tierra es fértil hiuraibh ho-ro»
Melcorka miró a la tripulación del Separaolas, todos ellos eran personas que hasta hoy había conocido toda su vida, a granjeros tranquilos y pescadores de costa, a cazadores de huevos y cortadores de turbas; ahora agitaban esos largos remos mientras el bote se elevaba sobre la marea y azotaba como martillo, rompiendo las olas con su proa puntiaguda. El más joven de los isleños pasaba de los cuarenta y el más viejo era más que un anciano, sin embargo todos remaban con ánimo mientras cantaban como si el fuego de su juventud aún ardiera en su interior.
«El fuerte viento los azota
Y las olas espumosas los irritan
Mi tierra es fértil hiuraibh ho-ro»
El canto continuó, verso tras verso con la dirección de la abuela Rowan, siguieron remando meciéndose de frente hacia atrás. Un rayo de luz se asomó por el este reflejado por las olas como miles de diamantes de luz, resplandecía en los rostros de los remeros.
«Nunca perecerá su valor
Esa tripulación llena de valentía
Mi tierra es fértil hiuraibh ho-ro»
De repente la tripulación ya no parecía un grupo de granjeros y pescadores. El sol contrastaba en sus pómulos y quijadas apretadas y por primera vez Melcorka vio la fuerza escondida de estos rostros conocidos. Vio los ojos profundos y bocas firmes y se preguntó cómo estos hombres y mujeres se hubieran visto hace veinte o treinta años, cuando estaban en su plenitud.
«Al fin, vieron tierra
Y encontraron refugio
Mi tierra es fértil hiuraibh ho-ro»
—Por allá —la voz de Bearnas interrumpió los pensamientos de Melcorka—. Ese es el lugar a donde te diriges, Melcorka. Ahí es donde descubrirás tu destino.