El invierno ya estaba llegando a su fin mientras que los pasos de Altea resonaban por el bosque a consecuencia de aquellas hojas secas que todavía abundaban a su alrededor. La respiración de la joven estaba agitada y no se podía esperar menos, acababa de recibir una de las peores noticias de su vida, o al menos eso era lo que ella sentía. Sus ojos grises observaban a cada instante su alrededor a consecuencia del miedo que la envolvía, y es que sabía que tarde o temprano, su padre la mandara a seguir para asegurarse de que no incumpliera el pacto que había hecho con el imperio enemigo.
La joven se iba acercando al punto de encuentro hasta que finalmente, su mirada se cruzó con la de su amado. Su cabello castaño claro largo y ondulado, dejo de moverse cuando los ojos azules de Joran la miraron fijamente. Altea camino lentamente esos últimos pasos hasta que él la recibió con los brazos abiertos para así fundirse en un abrazo que decía más que cualquier palabra que pudieran pronunciar.
No hizo falta más que escuchar las lágrimas Joran para que ella dejara escapar su llanto también. Los dos estaban devastados y es que este era su adiós. Las manos de su amado acariciaban delicadamente la espalda de Altea, viajaban de norte a sur rozando la fina tela del hermoso vestido gris que ella llevaba puesto. En cambio, Altea enredaba sus dedos en el rubio cabello de él y poco a poco se separaron para mirarse a la cara.
—No me quiero separar de ti —pronuncio ella completamente angustiada.
Él acaricio sus mejillas y no dejo de mirarla ni un solo segundo.
—Yo tampoco quiero separarme de ti. Me siento culpable por romper la promesa que te hice, pero ¿Qué otra opción tenemos? —pregunto él entre lágrimas.
Ambos eran conscientes de que no había otra salida, que el destino de dos imperios dependía de que Altea dejara sus sueños a un lado.
—Me siento atrapada, no me quiero casar con el hijo de Felipe de Ceviel, ni siquiera lo conozco —hablaba entre lágrimas.
—¿Crees que es fácil para mi dejarte ir? Muero a cada segundo sabiendo que serás suya, pero el destino de todos nosotros está firmado en aquel pacto que hicieron sus familias —pronuncio Joran entre dientes.
Altea a cada momento se sentía más desconsolada, sabía lo que significaba unir su vida a la de Leander, pero también tenía consciencia de que la esperanza del futuro de estos dos imperios dependía de esa unión.
—Jamás seré suya, mi corazón, mi cuerpo, y mi alma serán solo tuyos siempre—le aseguró, pero el joven agacho su mirada.
—Sabes que no puede ser así —murmuro él.
—¿Acaso quieres que me enamore de ese hombre? —cuestiono Altea con un hilo de voz.
Él agacho su mirada y resoplo frustrado por la situación.
—Sabes como son las cosas —pronuncio tratando de que ella entrara en razón.
—No puedo dejar de amarte Joran, no me pidas que deje de verte —insistía ella.
—Los guardias me han amenazado, si no me alejo de ti me mataran —anuncio de repente sorprendiéndola.
—¿Qué? ¿Cómo es que te han visto? Nadie sabía de este amor —cuestiono ella aterrorizada.
—No lo sé, tan solo lo saben y ahora mi vida está en riesgo —explico él y tomo el rostro de su amada entre sus manos—. Cásate, salva a nuestra gente por favor —le pedía él con desespero.
Ella lo miro con decepción, y es que la tristeza comenzaba a ocupar cada espacio de su ser. Sus pies la llevaron a retroceder observando así a ese hombre que tanto amaba.
—En el fondo mantenía la esperanza de que me pidieras que huyéramos de aquí, pero te has rendido muy fácilmente —pronuncio Altea completamente abatida por la tristeza.
—Altea, la única esperanza que podemos mantener bajo estas circunstancias, es que tú te enamores de Leander y que él se enamore de ti —dijo Joran siendo completamente sincero.
Las lágrimas caían con más fuerzas por el rostro de la joven y apenas podía ver a ese hombre por quien su corazón latía.
—Todos me están condenando a una vida junto a un hombre que no amo —dijo con rabia y desespero.
—Es tu destino Altea, eres la hija del emperador y es tu responsabilidad procurar que nuestro pueblo no siga sufriendo —dicto fríamente y fue en ese momento donde la joven sintió que todos le habían dado la espalda.
—No te quiero volver a ver Joran —pronuncio ella y de la misma manera que vino a su encuentro, emprendió el camino de regreso al palacio donde ya se estaban llevando a cabo los preparativos de aquella boda que buscaba salvar el futuro de los imperios de Drunia y Ceviel.