Capítulo 3. La flor de cerezo

1546 Words
El rey guio a Annia hasta las aguas termales que estaban a quince minutos de distancia a pie desde el campamento. Durante todo el trayecto, la luna pudo sentir como el rey Serkan trataba de calmarla hablándole sobre temas superficiales, como por ejemplo el clima y sobre lo cálidas que eran aquellas aguas a donde ella iría a asear su cuerpo. Annia se pudo dar cuenta que el rey evitaba temas importantes, y entre esos estaban la razón del por qué estaban acampando en aquel lugar. Además, el rey tampoco deseó hacerle preguntas personales a la joven de cabello rosa quien de vez en cuando alzaba su mirada para verlo porque su conversación superficial había cumplido su cometido: calmarla. Es por esa razón que ella se aventuró a entrar en la conversación diciendo: —Me gustan los días nublados… —dice Annia después de haber estado casi todo el trayecto en silencio. El rey Serkan bajo su atención para verla, y con una sonrisa le respondió: —¿Qué tiene de especial la neblina para ti, joven luna? —pregunta el rey Serkan con curiosidad viendo con atención a Annia. —Me agrada porque mientras está presente puedes hundirte en ella y esconderte. Nadie se queja de la neblina, solo los viajeros porque les impide ver el camino que recorren. Sin embargo, yo que nunca he sido una viajera, disfruto de ella hasta que desaparece de forma efímera gracias a la calidez de la luz…—responde Annia de manera un tanto distraída, mientras continúa caminando con su destinado que la mira con atención. —¿Te agrada porque te permite esconderte? ¿de quién deseas ocultarte? —pregunta el rey Serkan con curiosidad a lo que Annia piensa: «Del que fue mi esposo» se dice en pensamientos la chica de cabello rosa respondiendo: —de nadie, mi lord rey… no le preste atención a mis palabras sin demasiado sentido —dice Annia con una sonrisa con atisbos de nerviosismo. El rey Serkan se torna serio frunciendo un poco sus labios, porque él si le prestaba atención a las pocas palabras que decía la luna. No eran muchas, pero cuando se expresaba podía darse cuenta que ella no era una mujer cualquiera; no obstante, ya con verla a simple vista era fácil notarlo. Entonces, cuando finalmente llegaron a las aguas termales, Annia pudo ver en la distancia el humo que manaba el pequeño pozo natural, fue ahí cuando la joven miró de reojos al rey quien al instante dijo: —Respetaré tu privacidad, luna. Esperaré aquí mientras te bañas, estaré de espaldas en todo momento. No te preocupes, que tu cuerpo será respetado. De inmediato ella abrió sus ojos de par en par, y lo que hizo fue hacerle una reverencia de agradecimiento al rey Serkan que se quedó ahí entregándole la ropa que usaría para que ella se dirigiera a las aguas y así comenzara a asearse. Annia lo miró con cierta desconfianza porque, aunque su corazón creía en sus palabras, no podía evitar que su cuerpo y mente continuaran dudando de él, pero pese a todo ella dijo: —Gracias, mi rey… entonces, iré a asearme. No me tardaré mucho, no deseo hacerlo esperar demasiado con esta tontería que le ha quitado tiempo. —Descuida. Para mí no es una tontería ni pérdida de tiempo el aseo personal de mi futura esposa. Comprendo que las mujeres necesitan más tiempo para asearse, así que puedes tardarte lo que consideres necesario. No tengo prisa —responde el rey sonriéndole a la luna que lo miraba con seriedad, y luego antes de partir ella le hizo otra reverencia. Aunque el rey le dijo que podía tomarse el tiempo que deseara, ella no quiso hacerle esperar, es por eso que comenzó a quitarse sus zapatos y luego su ropa con rapidez, viendo en todo momento al enorme rey Serkan que estaba de espaldas cumpliendo su promesa que no la miraría. Al notar eso, Annia frunció un poco sus labios en un intento de sonrisa, yendo con rapidez hacia las cálidas aguas que lograron relajar su cuerpo al instante que se sumergió por completo hasta su cabeza. Por otra parte, el rey Serkan podía escuchar como ella ya estaba en el agua; con sus agudos sentidos podía oír como la joven de cabello rosa frotaba su piel con la ayuda de sus manos, incluso pudo sentir su aroma cuando se quitó la ropa. Con sus ojos cerrados, él se concentró percibiendo el olor natural de Annia. «Es parecido a la flor de cerezos…» pensó el alfa de cabello n***o y piel tostada. La flor de cerezo era un árbol que solo florecía en primavera en el reino de Albagard, y representaba tan bien a Annia Moon, ya que su suave aroma tenía aires frágiles, hermosos, y al mismo tiempo contaba con una fortaleza oculta que él lograba ver en ella. De inmediato el rey tragó profundo abriendo sus ojos porque él «sintió» que no había sido una casualidad que esa mujer llegara a su vida en el momento menos esperado, pero a pesar de eso sin duda era el más adecuado. Es por eso que él, casi sin poderlo evitar, volteó su rostro lentamente para ver a Annia quien justo en ese instante estaba de perfil limpiándose su rostro con el agua, pero en una posición en donde él no pudo “ver” nada comprometedor, aunque lo único que se dio cuenta desde esa distancia que la luna parecía una ninfa o un ser que por error cayó en la tierra, porque su delicadeza junto con aquella belleza que manaba a simple vista, le hizo suspirar regresando a su posición de espaldas pensando: «Ella debe ser una diosa… debo tratarla como tal» piensa el rey Serkan sintiendo como su corazón de un momento a otro comenzó a latir con una emoción que él no comprendió en ese momento. Entonces, cuando Annia se obligó a terminar, salió de puntitas del agua escondiéndose entre los matorrales viendo en todo momento al rey Serkan que todavía continuaba de espaldas a ella, eso le hizo pensar a la joven: «¿Realmente no me miró? No lo creo» piensa ella vistiéndose con rapidez con esas ropas de pieles sin quitarle la vista de encima al rey de Albagard. —Mi lord rey, ya terminé —dice Annia cuando terminó de vestirse más rápido que un rayo durante una tormenta, yendo hacia él mientras se secaba su cabello con una toalla de paño que le habían traído entre su atuendo. De inmediato él se volteó sonriéndole, viendo como ella estaba usando una vestimenta típica de su reino, que consistía en un vestido sencillo de color beige, y encima de este un mullido abrigo rojizo de piel de zorro que la hacía lucir como si realmente ella fuera su esposa. —¿Te sientes mejor? —pregunta él extendiendo su mano para que ella la volviera a sostener. Annia asiente con su cabeza, y en esta ocasión no lo piensa tanto sosteniendo la mano del rey quien sonríe porque observó un mínimo avance en ella. —Debes estar hambrienta, cuando llegues le diré a mis sirvientes que te den algo de comer, ¿Te gusta algo en específico? Podría hacer que te lo traigan si gustas. —Cualquier alimento que me ofrezcan estará bien para mí, su alteza… —responde Annia al instante que el rey dice: —Entre mis siervos tienen instrumentos de cuerda, posiblemente tendrán algún arpa que puedan darte para que toques cuando lo desees… me complace mucho tu poder de amansar bestias, luna… —¿En serio le complace, mi lord rey? —Si… —responde él con un suspiro cansado alzando su mirada de forma pensativa. De repente el rey se mantiene en silencio y cuando ella pensaba que él iba a decir algo, no dijo nada más. Y aunque Annia deseó preguntarle, por el momento no sentía la confianza suficiente para ir más allá, sin embargo, como le agradaba mucho que el rey no parecía molestarse con sus dones, Annia se atrevió a hacer algo que ella consideró osado: —Mi rey… ¿Cuál es su color favorito? —pregunta Annia con algo de nerviosismo, porque estaba entrando en territorio personal. El rey Serkan bajó su mirada para verla, y con una sonrisa dijo: —Aunque no lo parezca, me agrada el color rosa, como las flores de cerezo —responde él sin pensarlo demasiado. Annia quien no captó la indirecta, asintió con la cabeza y extendiendo su mano formó una esfera de luz rosa con su habilidad de luz para que su destinado la viera mientras caminaban, incluso hizo que levitara hasta la altura del rostro del rey Serkan quien no pudo evitar mostrarse maravillado. No obstante, cuando se volteó a mirar a la creadora de la luz, fue que dijo: —Hermosa… tu luz es muy hermosa, Annia —dice el rey observando como la luna bajó su mirada hacia el suelo diciendo: —Gracias, lord rey… —responde ella comprendiendo que esa era la primera vez que le hacían un halago. Sin embargo, mientras ellos disfrutaban de su tiempo juntos, en el campamento, ya otros tramaban apartar al rey de su luna esa misma noche…
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