Y ahora, al abandonar el salón, mientras D’Arcy le ofrecía el brazo con intenciones de acompañarla, observó algo en su expresión que la hizo temer por su seguridad. Rápidamente le dijo: —Olvidé mi abrigo en el recibidor. ¿Harías el favor de traérmelo? Si entro de nuevo sabrán que me voy y tardaremos mucho más en salir. —Es cierto— dijo el Conde—, lo traeré y pediré mi coche. Ella no respondió y D’Arcy agregó: —Mandaré decir a tu cochero que puede irse a casa. —Gracias, D’Arcy. La miró incrédulo, sorprendido ante la sumisión que demostraba, y sonriendo le sugirió: —Espero encontrarte aquí cuando regrese, aunque sería mejor cerrar con llave en caso de que algún galán venga en tu busca y te persuada a bailar con él. —No tengo la menor intención de bailar esta noche— dijo ella indifer