MARTÍN. El pasillo es oscuro y húmedo, el olor es putrefacto, es desagradable, me siento mareado y un poco ahogado, pero por alguna extraña razón mis pies no se detienen, tampoco puedo gritar para pedir ayuda y los grandes brazos que me sostienen, me llevan casi a rastras para llegar a no se donde. —¡Muévete! te van a atrapar. —No tengo ni idea de quién habla. —¿A…dónde voy? —casi no puedo hablar. —Sólo mueve tus pies, tanto como puedas, ya casi lo logras Tín Tín. —Mi cabeza trabaja a toda velocidad, mis ojos se llenan de lágrimas y no me explico cómo es que mi padre está junto a mi. —¿Estoy muerto? —No, pero te falta poco si sigues así. —Papá. —No se que decirle. Llegamos por fin al final del pasillo y la puerta blanca se abre, por primera vez abro los ojos y la veo de pie, con