Edegor es un local bastante humilde. El último sitio donde nos
buscarían nuestras amistades. Mesas y sillas de plástico, platos
blancos desconchados y latas de refresco.
La comida es genial y la compañía aún mejor. Es sorprendente.
Mi noche no es lo que había pensado con exactitud, pero
bueno, el destino quiso que conociera al hombre más guapo y
sexi del planeta.
Cuando le miro, él me sonríe con esa fantástica sonrisa que
me hace temblar las rodillas.
—¿Tienes hermanos, Hal? —pregunta Oliver.
Niego.
—Soy hija única.
—Y no sabes lo afortunada que eres —resuella Emmett.
Me río.
—Vamos, no será tan malo —comento.
Oliver pone los ojos en blanco.
—Hermana pequeña: pesada, llorona y habla otro idioma.
No sabes si dice sí o no de verdad o si solo quiere decir tal vez.
Y si no lo entiendes, se enfada. Oh, y una manipuladora de
primera —explica Oliver y me carcajeo—. Hermano pequeño:
imbécil, pesado, mal perdedor y te carga con sus cagadas.
—Oh, vamos, fue solo una vez —se defiende Emmett.
—Te rompe tus coches favoritos.
Emmett chilla, finge estar horrorizado y entrecierra los
ojos.
—¿Todavía me echas eso en cara? —inquiere, perplejo.
—Te espanta tus ligues.
—Te hacía un favor, por Dios. No sabéis las piezas que
estaban hechas algunas.
Volvemos a reír y Oliver gruñe.
—En definitiva, nena, te has librado de una buena
—declara Oliver.
—Eso no es verdad —aporta Paula—. Yo tengo un
hermano menor y me llevo genial con él.
Emmett me contempla y niega con la cabeza.
—Seguro que él no dice lo mismo —gorjea y observa a
Paula con una sonrisa traviesa.
Ella chasquea la lengua y empieza a reír.
—Vale, vale, pero eso es porque los hermanos pequeños
nunca hacen caso a los mayores, los cuales tienen más
experiencia —continúa Paula y asiente en mi dirección.
—¿Qué? —suelta Emmett, ofuscado—. Venga ya.
En nuestra mesa explota una serie de debates entre ellos
tres para rebatir si los hermanos mayores solo quieren burlarse
de los pequeños o, por el contrario, enseñarles.
Oliver rodea con su brazo mis hombros. Niega con
frustración mientras me atrae contra su torso.
—Eres afortunada, Haley —me susurra—. Hazme caso.
No hay que tener hermanos, y si los tuvieras, lo mejor es ser el
pequeño. Es donde más jodes y siempre puedes echarle la
culpa al mayor.
Me río. Paula y Emmett no pueden evitar echarse a reír
también.
—Venga, no te las des de santo. Nos has hecho alguna que
otra putada a Ivet y a mí —se defiende Emmett.
Oliver levanta una ceja burlona hacia él.
—Sí, y todas orquestadas por tus maléficas ideas —le
acusa.
Emmett finge sorprenderse.
—Cuánto rencor me guardas, hermano. ¿Todo esto se trata
de alguna carencia de afecto? ¿O porque yo nací con este
pelazo y mi atrayente s*x appeal? —cuestiona con evidente
burla.
Oliver se echa a reír, encantado con el pique de bromas.
—Perdona, se te ha caído el ego en la calle y tiene todo el
tráfico cortado —manifiesta Oliver.
Emmett le tira una patata y él le tira otra.
—Bueno, manipuladores o no, lo que está claro es que si
necesitáis algo estáis ahí para vuestros hermanos —resuelvo.
En la mesa se hace el silencio—. Seguramente os hayáis
defendido y os hayáis cubierto frente a vuestros padres para
que no supieran algo. Lo más importante es que tenéis el amor
incondicional de alguien a quien jamás fallaríais por encima de
cualquier cosa —resumo—. Yo no tengo eso. Es obvio que
jamás lo tendré, pero el día que tenga un hijo estoy segura de
que no lo dejaré sin hermanos. Ya luego ellos que se tiren
patatas fritas a la cabeza y discutan sobre si fue bueno o no
haber crecido juntos —añado, burlona.
Sonríen con cariño.
—Ni se te ocurra tener hijos —me dice Emmett—. Tu arte
se vería afectado por la falta de inspiración acarreada por
noches en vela causadas por el llanto, el olor a vómito, a caca
y un pequeño espécimen dándole bocados a tus tetas. —Niego
con una sonrisa incrédula—. No niegues, Meunier —me
señala muy serio con el dedo índice—. ¿Qué sería de nuestra
satisfacción visual sin tu talento? He visto el conjunto Diamond
en Internet y créeme cuando te digo que la mujer que lleve esa
cosa, ya sea de la constitución o talla que sea, haría babear a
cualquier hombre. Eso es arte. No puedes privar al mundo de
tu talento, tanto a hombres como a mujeres.
—Vale, ahora está empezando a parecer un psicópata.
—Lo escruto, horrorizada.
Emmett sonríe y me tira una patata.
—Eh, cuidadito con lesionarla —me defiende Oliver.
Emmett sonríe y levanta las manos, rendido.
—Aún no está embarazada —protesta como burla y nos
hace reír—. En serio, chicas, no sé qué os pasa por la cabeza
para querer tener hijos. —En sus palabras veo un atisbo de
necesidad.
—¿Y por qué no? No estaríamos aquí si nuestros padres
pensaran lo mismo —rebate Paula.
—Hay muchas cosas que disfrutar de la vida para
embarcarse en el marrón del matrimonio y los hijos. Creedme,
sé lo que os digo —expone a la defensiva.
Oliver me acaricia el hombro con suavidad. Cuando le
miro, está muy tranquilo sin apartar la vista de su hermano.
—Pues a mí no me importaría meterme en ese marrón —contesta Oliver.
Intento mantenerme inexpresiva y no temblar.
Sin embargo, creo que fracaso cuando él me sonríe con
ternura y mi corazón da un brinco.
«¡Ay!».
— ¿Te has casado alguna vez, Emmett? —indaga Paula.
—Estuve a punto. Pero ella se acostó con otro y todo se fue
a la mierda.
—Es horrible. Vaya, una zorra —le dice ella y él sonríe un
poco.
—Me convenció diciendo que quería tener hijos, que
estaba lista para formar una familia. Creía que me quería y...
—No hay por qué seguir el patrón de casarse y tener hijos.
O estar casado para tener hijos. Esas cosas están ya muy
anticuadas —opino.
Oliver frunce el ceño.
—Yo soy muy tradicional. Mi mujer debe llevar mi anillo
y después llevar a mis hijos —replica él al encoger un
hombro—. Y luego dejar de trabajar. Tiene que estar en casa,
donde una mujer debe estar; llevar los niños, la comida, la ropa
y todo eso. La mantendría de todo cuanto pudiera soñar, pero
ella debe mantener mi ropa y mi casa limpia.
Se produce un pequeño silencio entre los cuatro antes de
bombardear a Oliver con todo tipo de comida y abuchearle
mientras él se encoge para evitar que algo le dé en la cara.
—Machista —gruño, empujándole en el hombro.
—Neanderthal —añade Paula y le tira un cubito de hielo.
Él ríe aún más.
—c*****o —se une su hermano con una mala imitación
de voz de mujer.
Nos echamos a reír como locos.
—Era broma, chicos —se defiende entre risas. Se quita la
comida del pelo y de la camisa.
—Se lo diré a mamá. Verás la que te cae —le amenaza su
hermano.
Oliver se carcajea más si es posible.
—Se lo diré yo cuando la vea. Se te van a quitar las ganas
de volver a decir esas barbaridades —replico.
Emmett levanta la mano para que la choque con él.
Oliver me rodea la cintura, me atrae de nuevo contra su
cuerpo y me besa la mejilla con ternura. Le miro, derretida.
—¿Queréis que vayamos a tomar unas copas? —propone
Emmett sin ninguna intención de ir a tomar unas, al igual que
nosotros.
—No puedo beber más. Tengo el coche en la calle del pub
—aclaro más agradecida que nunca de tener una excusa.
Además, es totalmente creíble.
—No te preocupes, yo te acerco hasta allí —replica.
Asiento con una sonrisa amable y me giro hacia Oliver, que
me escruta con una expresión contenida.
—Si quieres, te puedo llevar a tu casa —me ofrezco,
servicial, y contengo mis ganas.
Asiente y me aprieta la cintura con ternura.
—Te lo agradecería —murmura con una voz muy sensual
que hace que contenga el aliento.
—Genial. —Emmett rodea los hombros de Paula.
Ella me dedica una mirada cómplice y serena pese a que
por dentro gritamos a pleno pulmón.
Los chicos pagan la cuenta como dos caballeros. Emmett
nos lleva en su flamante Mercedes azul metalizado de vuelta al
pub donde yo tengo mi coche.
Oliver tira de mi mano para ayudarme a salir del coche y
me despido de Emmett con un rápido beso en la mejilla.
—Ha sido un placer, Haley. Espero verte pronto
—comenta con amabilidad y le dedica una significativa mirada
a su hermano.
—Claro, el día de la boda, seguramente. Tendré que
llevarle el vestido a Ivet. —Emmett asiente con una sonrisa—.
Florecilla, hablamos mañana —me dirijo ahora a Paula.
Afirma con la cabeza y me tira un beso desde el asiento del
copiloto donde ha viajado todo el camino.
—Adiós, tía. Sí, mañana te llamo y te cuento lo pequeña
que la tenía —le dice Emmett a Oliver imitando a una mujer.
Nos reímos. No sé ya cuántas veces a lo largo de la noche.
—Cuídamelo mucho, cariño. Es muy sensible a las
emociones fuertes —me informa y suelta una risilla de
damisela.
Hecho la cabeza hacia atrás y me carcajeo.
—Paula, te compadezco —le suelta Oliver con voz falsa y
apenada. Entretanto, señala con los dedos pulgar e índice un
tamaño pequeño refiriéndose al pene de Emmett.
—Hal, Paula ya te contará mañana que no es así —asegura
Emmett.
—Nosotras no hacemos esas cosas como vosotros que os
pasáis el día hablando de vuestros sentimientos mientras os
tiráis patatas fritas a la cabeza —critica Paula con malicia. Le
levanto el pulgar en señal de aprobación.
Emmett la mira, perplejo.
—Cariño, acabas de cometer un gran error al despertar al
semental que llevo en mí —la amenaza Emmett, haciéndola
reír, y se vuelve hacia nosotros—. Lo siento, pero tenemos que
irnos. Ya vamos tarde.
Me río y observo cómo se alejan las luces led traseras de su
coche.
Me giro hacia Oliver, que está apoyado en el capó brillante
de mi Tiguan en color blanco.
Me contempla con una devastadora y sexi sonrisa. Ando
los pocos pasos que nos separan. Me rodea la cintura y me
mete entre sus piernas, pegándome a él con firmeza. Levanta
la mano para acariciarme el pelo y la mejilla con suavidad.
—¿Dónde vives? —cuestiona en voz baja y me besa con
ternura los labios.
—Avenida Manson. —Le rodeo el cuello con mis brazos y
lo aprieto con fuerza cuando él hace lo mismo en mis caderas.
—Mi casa está más cerca. ¿Te parece bien que vayamos
allí? —ofrece y frunce el ceño como si el hecho le resultara raro.
Le beso castamente los labios y rozo con suavidad su nariz
con la mía.
Entramos en su casa besándonos con desespero. Me faltan
manos para tocarle y labios para besarle.
—¿Quieres tomar algo? —pregunta entre besos. Niego y
continuamos besándonos—. ¿Quieres que te enseñe el
apartamento? —Vuelvo a negar—. ¿Quieres...?
—Tu habitación, Oliver —susurro.
Me echa la cabeza hacia atrás para mirarme con esa mirada
llena de furioso deseo y una sonrisa malévola.
—Que conste que he intentado ser un caballero —señala.
Le sonrío.
—Lo añadiré a la lista de tus virtudes.
Me aprieta el culo y me coge en brazos.
—Añade también lo que vas a disfrutar esta noche y no
escatimes en elevar las sensaciones, pues vas a ver las estrellas.
Gimo, me agarro a él con fuerza y vuelvo a hundir la
lengua en su boca con ansias y frenesí.
Me deja en el suelo al lado de su enorme cama vestida de
blanco y gris marengo a juego con los muebles, además de la
decoración de su lujoso dormitorio.
—Llevo toda la noche pensando qué llevas debajo. —Baja
las manos por mis costados, finalizan en el dobladillo de mi
vestido y lo sube con lenta seducción. Lo arruga entre sus
puños hasta sacármelo por la cabeza.
Admira con deseo mi conjunto de terciopelo n***o. Bordea
con su dedo índice las finas y suaves tiras que cruzan por mi
escote para juntar mis pechos. Suspira.
—Eres una obra de arte —me alaga.
Agarra un pecho y pasa el pulgar con lentitud por la
aterciopelada tela.
—Bueno, no es de mis más impresionantes diseños, pero...
—Tú. Tú eres una pieza única —aclara.
Me tumba en la cama con delicadeza sin dejar de
acariciarnos.
—Oliver... —murmuro sobre sus labios cuando el más
puro y descomunal deseo me invade.