Sus besos me despiertan de un placentero sueño donde aún estaba rodeada por la naturaleza, iluminados únicamente por la noche estrellada sobre nosotros mientras hacíamos el amor dentro de la piscina. —Vamos a aterrizar, nena. Abro los ojos y veo a Oliver; va vestido con vaqueros y un jersey azul marino. El pelo peinado a un lado un poco alborotado y una preciosa sonrisa de un millón de dólares. —Dios, qué guapísimo eres —fantaseo entre sueños. Me acurruco contra su cuerpo, vuelvo a cerrar los ojos y oigo su suave risa. —Ya te abrocho yo el cinturón. —Le siento trastear por mis caderas hasta abrocharlo. —Quiero volver. No puedes llevarme al paraíso y luego devolverme a la cruel ciudad. Siento sus labios en mi frente con suavidad. —El fin de semana que viene, Carol s