Capítulo 2. Ariel

2085 Words
—¡Nathan! ¡Detén el auto! —exclamé ahogando un chillido en cuanto lo vi pasar frente a nosotros. Me sostuve con ambas manos del cinturón de seguridad cuando mi guardaespaldas frenó, logrando casi enviarme hacia la parte delantera del vehículo. Llevé una mano a mi pecho respirando pesadamente, mientras él se desabrochaba su cinturón y se giraba en el asiento para enfrentarme. Lo miré a los ojos. Ese par de esferas verdes que tenía por ojos me miraban con desconcierto, revisando cada detalle de mi cuerpo, en busca de algún daño. —¿Señorita Green? ¿Se encuentra usted bien? Le sonreí y desabroché mi cinturón para después girarme hacia la puerta. Desde hacía unos meses tenía la maldición de ni siquiera poder verlo a los ojos, pues si lo hacía, temía que saltaría sobre él para arrancar así su impecable uniforme. ¿La adolescente enamorada de su guardaespaldas? Sí que era estúpido y completamente cliché. Pero el sujeto había logrado enamorarme con sus atenciones, sus cuidados, su sonrisa, sus ojos... esas pupilas que eran una mezcla entre verde y azul, volviéndolos únicos en el mundo, a diferencia del aburrido tono verduzco que tenían los míos. Hice una mueca, enviando hasta lo más recóndito de mi cabeza todos esos sucios pensamientos que invadían mi mente cada vez que sentía su respiración cerca de la mía. Mierda... si seguía así, mi padre lo mataría si se enterase de ello. Bajé del auto y caminé hacia la parte delantera, escuchando en seguida sus pasos venir detrás de mí. —¿Qué sucede? —cuestionó, deteniéndose a mi lado. —Eso —señalé a un pequeño labrador justo a unos metros delante de nosotros. Tenía una de sus patitas delanteras lastimada, y un desgarrador chillido salía de su hocico, mientras intentaba moverse. Mi corazón se contrajo, al acercarme aún más al pequeño animal, escuchando tras de mí, la gutural risa de Nathan. —¿Lo llevará a la guardería? Asentí, mientras me inclinaba a acariciar la cabeza del cachorro. Desde pequeña, había tenido una peculiar obsesión en cuanto a proteger a los animales se trataba, incluso una vez cuando tenía 15 años, había liderado una marcha por todas las calles promoviendo el no maltrato animal. Comencé recogiendo de las calles todos los gatos y perros que estaban muriendo de hambre, para así llevarlos a mi casa y cuidar de ellos. Pero como no siempre todo sale bien, mi hermano Landon resultó ser alérgico a los perros, por lo que desde entonces, mis padres habían abierto una guardería para que pudiese llevarlos mientras encontraba una familia que quisiese adoptarlos. —¿Verdad que es hermoso? —Ya lo creo —arguyó él—. ¿No debería estar ya en la escuela, señorita Ariel? —Sólo tomará un momento, Black. No puedo dejarlo en estas condiciones. Le sonreí al animal. —Hola pequeño, ¿Quieres que te lleve conmigo? ¡Autch! —Retiré mi mano en cuanto sentí sus pequeños colmillos clavarse en la palma de la misma. Nathan me tomó por el brazo, jalándome hacia atrás en un rápido movimiento, quedando frente a mí en cuestión de segundos, revisando mi mano como un buen doctor. Unas pequeñas gotas de sangre salieron de los agujeros, causándome un mínimo ardor sin importancia. Blanquee los ojos cuando el encargado de mi seguridad, apretaba mi mano como si se estuviese desangrando. —No es nada, Nathan. Sólo está asustado. —¿Acaso pretende que un animal llegue a matarla? ¡Puede tener rabia! —He dicho que estoy bien. ¿Puedes traerme las galletas que están en la guantera? —No, la llevaré a la clínica para que puedan desinfectarle eso. Olvide a ese animal. Dejé salir el aire de mis pulmones, armándome de paciencia. —Nathan. No es nada. Si te hace sentir mejor, en el auto también hay agua oxigenada y gasas, ahora trae las galletas —lo miré a los ojos otra vez... ignorando el revoloteo que se reprodujo en mi estómago ante su bella mirada—. Es una orden —argüí en un susurro tratando de que mi voz no saliera entrecortada. Lo observé desviar la mirada mientras hacía una mueca para después caminar hacia al auto obedientemente. Segundos después, estaba tendiéndome la bolsa con galletas caninas, mientras se dedicaba a preparar una gasa con agua oxigenada. Me acerqué al cachorro otra vez, sosteniendo una de las galletas en mi mano. El pequeño no dejaba de temblar, tratando a la vez de alejarse de mí. —Señorita Green, por favor. —Tu trabajo es protegerme de quienes puedan hacerme daño; alguien como él no sería capaz de dañarme —le sonreí, viéndolo sobre mi hombro. Regresé mi atención al animal y arrugué mi nariz en su dirección—. Hola amigo. ¿Estás asustado? Ven acá, no tienes nada que temer —estiré mi mano, enseñándole la galleta—. Está deliciosa, sería una lástima que no vayas a aceptarla. Con pasos temblorosos, el perro se acercó. Tomó la galleta con sus dientes y retrocedió con rapidez como si fuese a quitársela otra vez. Sonreí, al observar la manera en la que la devoraba, era como si no había comido desde hacía semanas. Pese a las protestas de Nathan, continué hablándole al animal mientras le daba de comer, hasta que fui capaz de ganarme su confianza. Incluso podía acariciar su cabeza sin correr el riesgo de que fuese a morderme otra vez. Mi madre decía que mi conexión hacia los perros era "extraña" por no decir que era masoquista, puesto que no solía ser su persona favorita. De hecho, ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había sido mordida por ellos. Pero no me disgustaba, era su manera de defensa después de todo, yo haría lo mismo si algún extraño tratara de acercárseme. —¿Me permite revisar su mano? Levanté mi mano y la observé por mí misma. No era la gran cosa, pero sabía con exactitud que si no permitía que la desinfectara, no iba a dejarme en paz. —Está bien, Nathan. Pero dese prisa por favor, ya voy tarde a la escuela. Las comisuras de sus labios se levantaron en una media sonrisa, mientras sacudía su cabeza con negación y tomaba de mi mano para acercarla a su rostro. Cerré los ojos e inhalé con suavidad tal y como lo había perfeccionado en cada ocasión que sentía su contacto. Nathan era como mi pequeño pecado, sabía que tenía que alejarme de él porque terminaría mal, pero a la vez era tan tentador para caer en él. —Tuvo suerte de que solo es un cachorro y no causó mucho daño —habló al pasar la gasa por los pequeños orificios. —Lo sé, deberías de dejar de preocuparte por cosas sin importancia, Black. —Su padre me asesinaría si llega a pasarle algo —murmuró, aún concentrado en mi mano. Sonreí a boca cerrada mientras asentía. Claro, todo era por el temor a mi padre después de todo. —¿Terminaste? —Sí, eso es todo —caminó hacia el auto y mantuvo la puerta trasera abierta para mí. Pasé a su lado y subí sin siquiera voltear a verlo. Sabía que me estaba portando como una chiquilla estúpida. ¿Acaso no me daba cuenta de lo lejano que permanecía ese chico de mí? ¿Acaso pretendía que un chico apuesto y experimentado de 23 años se fijase en una niñata de 17? Sacudí la cabeza y suspiré, antes de buscar sus pupilas con las mías. —Trae al perro, Landon no estará en casa durante todo el día; podrás tenerlo ahí hasta que salga del colegio para que podamos llevarlo a la guardería. Dio un asentimiento antes de retroceder y cerrar la puerta. —Como usted ordene, señorita —su voz sonó fría, tal y como sonaba cada vez que le daba una orden con aire de superioridad y altanería. (...) En cuanto estacionó frente a la escuela, bajé del auto sin esperar a que diera la vuelta para abrir mi puerta. Caminé sosteniendo mi mochila en mi hombro izquierdo, sin siquiera tratar de escuchar sus advertencias de no salir de la escuela hasta que viniese por mí otra vez. Frente a la entrada, noté la cabellera rosada de Elizabeth, así que caminé en esa dirección sin detenerme. Ella se encontraba charlando amenamente con dos chicos del último año, por lo que ni siquiera había notado mi presencia. Lizzy solía ser el tipo de persona que era agradable con todo el mundo; era el tipo de chica que solía ofrecer una amistad sincera sin esperar nada a cambio. Incluso, era la única persona en la que podía confiar ciegamente en el colegio, sin dudar de que su amistad era por el interés de mi estatus económico, a como lo eran mis demás "amistades" —Hey Lizzy —saludé en cuanto estuve a su lado. Sus ojos verdes brillaron cuando notó mi presencia, mientras abría sus brazos para envolverme en un abrazo. —¡Ariel! Pensé que no llegarías. Miré hacia los muchachos y asentí hacia ellos en señal de saludo. —¿Cuidando perros otra vez, Green? —indagó Gary, un castaño que solía colarse en cada actividad que hacía mi madre en el hotel solo para tomar tragos de otras épocas. —Ya me conoces, Gary —contesté, levantando los hombros. —Algún día vas a terminar con una infección —Lizzy refunfuñó, entrelazando su brazo con el mío para guiarme hacia el interior del colegio—. ¡Nos vemos en el almuerzo, Gary, Frederick! —se despidió de los muchachos levantando su mano y sacudiéndola en señal de despedida. —Eso me ha dicho Nathan —comenté, viéndola con una media sonrisa pintada en mi rostro. Mi amiga suspiró melodramáticamente antes de empujarme con suavidad con su cadera. —¡Oh Nathan! Si yo tuviese un guardaespaldas así de caliente, fingiría estar en peligro a cada hora para que venga en mi rescate. Me eché a reír mientras negaba con la cabeza. —¿Qué pensarán tus padres si te escuchasen hablar de ese modo? Blanqueó los ojos ante la mención de sus padres adoptivos, quienes resultaban ser una pareja de musulmanes que casi ni le permitían respirar por sí sola. La amaban, de ello no cabía duda, pero ella detestaba que mantuvieran su vida tan controlada. Incluso, había ocasiones en las que escapaba por la ventana para tan solo ir por un trozo de pizza a la tienda de la esquina. —¿Y bien? ¿Aún no le has contado que casi mojas tus bragas cada vez que lo tienes al lado? —¡Oh Lizzy! Mejor cierra la boca, que si mi padre te escucha hablar de esa manera algún día, pueda que me encierre en un convento —afirmé, mientras un escalofrío recorría toda mi columna vertebral. Elizabeth rio mientras elevaba una ceja en mi dirección. Sabía con exactitud lo que eso significaba, y lamentablemente tenía razón; mi padre podía ser igual o más obsesivo que el suyo en cuanto a protegerme de chicos se trataba. —No pude llegar a tiempo a la ceremonia de Thiara, ¿Me perdí de algo antes de llegar a la fiesta? —indagué mientras a lo lejos se escuchaba la primer campana que mostraba el inicio de clases. —Nada. Solo a Cold vestido como un muñequito de pastel —bromeó, soltando una risilla pequeña. Fruncí el ceño y moví la cabeza en desaprobación. —¿Por qué todos lo llaman así? ¿Por qué no simplemente llamarlo por su nombre? —Porque es un puto cubo de hielo —espetó, viéndome con ambas cejas arqueadas—. ¿Por qué te preocupa? Ni siquiera te agrada, y a él no le molesta ser llamado así. Asentí. No estaba equivocada, pues a pesar de que Tyler había sido el chico del cual estuve enamorada cuando tan solo era una niña de trece años, había cambiado mis sentimientos hacia él de una manera drástica. Había vivido en mi casa por unos meses, después de que murieron sus padres; admitía que fui una estúpida cuando pensé que el hecho de que viviera en mi casa, nos iba a unir aún más, pero simplemente fue lo contrario; él me mostraba su odio infinito cada vez que tenía la oportunidad, a tal punto que cuando se fue a vivir con su hermana, llegué a sentirme infinitamente agradecida por su ausencia, puesto que se había encargado de herir mis sentimientos, haciéndome odiar el monstruo en el que se convirtió. Sí, entendía lo difícil que le fue el perder a sus padres y a su pequeño hermano, pero, ¿Esa era razón suficiente para hacerme sentir como una peste que no merecería consideración de nadie? Incluso en algunas ocasiones llegué a sentirme culpable de lo que le había pasado. Odiaba en lo que se había convertido, detestaba ver la manera en la que solía aprovecharse de los demás. Simplemente se había convertido en el imbécil más grande que podría existir. —Es verdad. Pero aun así, su nombre sigue siendo Tyler —murmuré antes de que termináramos por llegar al salón de clases. *** ¡Hola! Soy Fran, autora de esta novela y otras más (= si te está gustando esta novela, espera las actualizaciones diarias, acá encontrarás diversión, lenguaje explícito, drama y también romance.  Además, si ya leíste esta historia en w*****d, te darás cuenta que el final será distinto, además, la introducción nunca ha estado en w*****d.  ¡Espero tus comentarios!  Los quiere, Fran. 
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