CAPÍTULO SIETE Jeva sentía que la tensión crecía a cada paso que daba hacia la sala de reuniones. La gente que había en el punto de encuentro la miraban fijamente del modo que hubiera esperado que la gente de fuera de sus tierras miraran a los de su especie: como si fuera una cosa rara, diferente, incluso peligrosa. No era una sensación que a Jeva le gustara. ¿Era solo porque aquí no veían a muchas con las marcas de las sacerdotisas o había algo más? Hasta que no aparecieron los primeros insultos y acusaciones de la multitud allí reunida, Jeva no empezó a comprenderlo. —¡Traidora! —¡Llevaste a tu tribu a la m*****e! Un joven salió de la multitud con la fanfarronería que solo los jóvenes pueden permitirse. Caminaba con largos pasos, como si fuera el dueño del camino que llevaba a la c