A primera hora, estoy de pie afuera de la dirección que el señor Ruiz me envió por mensaje. Se disculpo por no poder acompañarme porque tenía cita en el juzgado temprano. Pero, me aseguró que el señor Chapman sabia de mi llegada.
Subo el elevador y marco el piso que me indica el mensaje.
Arrastro mi maleta hasta la puerta del departamento y antes de tocar arreglo mi coleta alta y miro mi atuendo revisando que me veo bien. visto un sencillo conjunto de falda negra de corte recto y una camisa blanca tres cuartos, mi calzado son unas bailarinas negras.
El look fue recomendación de mi madre, pero no sé si es acertado. Parezco una nana italiana.
Niego y alzo mi dedo para tocar el timbre cuando escucho un estruendo, seguido de una maldición y la alarma de incendio.
Con incredulidad escucho la serie de maldiciones. Me apresuro a tocar el timbre y las mismas se intensifican. De un tirón, la puerta se abre y me quedo estática.
Frente a mí, hay un hombre semidesnudo. Solo lleva un pantalón chándal, un paño de cocina y tiene una cara de cabreo que asustaría a más de uno.
—¿Qué quiere?
—Lo siento, pero soy
—No estamos dando donaciones, ni comprando biblias—ladra—Estoy muy ocupado tratado de hacer el desayuno y lidiar con una mocosa a la que estoy a punto de cocinar como pavo para acción de gracias.
Jadeo con indignación ante el espécimen frente a mí.
¡Qué hombre tan nefasto!
—¿Es usted Caleb? —Chapman inquiero.
—¿Quién lo quiere saber? —frunce el ceño.
—Soy la niñera que el señor Ruiz envió —Me apresuro a decir—Mi nombre es Mia —tiendo mi mano. Pero, este me mira de pies a cabeza. Me aclaro la garganta mientras bajo la mano.
¡Snob de mierda!
—¡Se quema! ¡Se quema! —escucho el grito infantil desde adentro. El hombre maldice y cierra los ojos.
Sin pensarlo, entro de un tirón a la casa y encuentro la cocina.
Veo a una niña con un pijama de osos y el cabello echo un lío. Miro la estufa donde hay un paño de cocina sobre una sartén y este está en llamas, lo tomo del mango y lo arrojo al lavaplatos antes de abrir la llave del agua.
En el piso hay claramente un bol con una mezcla que no se ve apetitosa. Esta toda grumosa y tiene mal aspecto.
Ese fue el estruendo.
—Creo que no habrá panqueques—murmura la niña que me supongo, es la razón por la que estoy aquí.
Escucho el portazo antes de que mi nuevo jefe aparezca. Tira sobre la encimera el paño de cocina y me observa en silencio evaluándome.
—Así que ¿Tú eres la muchacha que Armando contrato? —sus labios forman una línea de inconformidad.
—El señor Ruiz me puso al tanto de la situación—digo ignorando el gesto. Miro a la niña que tiene el mismo gesto, pero está dedicado a su tío.
—Puedes traer tu maleta por aquí —murmura saliendo de su evaluación.
Caleb Chapman es un hombre bien parecido, pero es un total imbécil.
Camino hasta la puerta, donde dejo mi maleta ante de cerrar y la arrastro siguiéndole. Sin embargo, me detengo frente a Maya.
—Voy a dejar esto y te prometo unos ricos panqueques ¿te parece?
Asiente con un gesto tímido. Le doy una sonrisa antes de guiñarle. Cuando me pongo de pie, me encuentro a mi jefe en medio del salón mirándome de nuevo fijamente.
—Sígueme por aquí —comenta.
Lo hago y subimos unas escaleras pequeñas.
—Esta habitación es la única en este piso—habla mientras sube los escalones. Asiento, aunque no me vea—Tiene un pequeño, pero cómodo baño que podrás usar.
—Se lo agradezco—murmuro. Cuando llegamos arriba se detiene. Veo con claridad la puerta.
—¿Te dijo Armando que esto es solo hasta que la tía de mi sobrina vega a buscarla?
—Me comento que sus padres fallecieron—comienzo—También me dijo que el padre de la niña era su hermano—titubeo— Los siento—este no dice nada.
—Póngase cómoda— dice en cambio—Pensaba tomarme la semana y trabajar en casa. Pero, ya que usted está a aquí, puedo irme sin preocupaciones.
¿Es en serio?
—Pero, usted no me conoce ¿No le parece que sería irresponsable hacer algo así? —cierro los ojos y maldigo interiormente cuando sus ojos oscuros me fulminan. De hecho, su cabello es castaño oscuro con toque caramelo.
Es bien parecido.
—Confió en el criterio de Armando, señorita—Me saca de mi evaluación.
—Mia—corrijo— llámeme Mia, por favor.
—Como le decía. Confió en que Armando sabe a quien contrato—mira a un lado, antes de volver sus ojos en mi— Mi trabajo es importante.
Su sobrina también.
Sin embargo, no lo digo.
—¿La niña ira al colegio? —inquiero.
—Si —dice antes de poner sus dedos en el puente de su nariz— Comienza mañana— baja su mano— La esperamos abajo— cometa antes de darse media vuelta y descender.
No puedo evitarlo. Mientras baja los escalones, puedo apreciar su espalda y trasero bajo los pantalones de deporte.
Tiene un buen trasero.
Es un idiota.
Pero, tiene un trasero de diez.
Cuando desaparece arrastro la maleta hasta la puerta de la habitación que ocuparé. La misma, es pequeña y blanca. la cama matrimonial cabe perfectamente y junto a esta, hay una mesa de noche. Del lado derecho, se encuentra un armario pequeño y al lado izquierdo, una puerta que supongo es el baño.
Antes de desempacar necesito ir con Maya.
Cuando bajo y llego a la cocina, encuentro a mi jefe limpiando todo el desastre.
—Tengo hambre —escucho que dice la niña sentada en el taburete de espaldas a mí, mientras su tío esta agachado recogiendo la mezcla en el piso.
—Voy a llamar al du monde y traerán algo—murmura claramente irritado.
—Yo podría hacer el desayuno —Anuncio aclarándome la garganta. Ambos me miran. Una con una sonrisa esperanzadora y la otra mirada es irritada.
—Seria amable de tu parte—murmura el dueño de la mirada irritada—voy a tomar una ducha.
Se pone de pie y tira el paño sucio a la basura antes de salir de la cocina. Pasa a mi lado y salto cuando avienta la puerta.
—Siempre está enojado—Cuchichea la niña, mirando fijamente la puerta que su tío acaba de cerrar.
—¿Qué quieres para desayunar? —digo en cambio, con mi mejor sonrisa.
Sin embargo, no puedo evitar pensar en que será más difícil de lo que esperaba poder unir a este hombre con su sobrina.
—Me gustan los panqueques y el tocino —se relame, sentada en el taburete de la cocina.
—Vale —murmuro caminando por el lugar. Reviso el refrigerador y encuentro pocas cosas. Al parecer, Caleb Chapman prefiere comer fuera. Con suerte, consigo tocino y huevos. Los saco del refrigerador antes de encender la estufa.
—A ver Maya ¿Cuentame que te gusta hacer? —inquiero revisando las alacenas para encontrar algo de pan. En el refrigerador no hay leche, pero encontré algo de fruta a un lado de la encimera. Así que, cojo unas cuantas naranjas.
—Me gusta bailar—comenta en voz baja— También me gusta pintar.
Dejo el pan a un lado. Echo el tocino en la sartén y este enseguida chisporrotea.
—¿Pintabas a menudo? —interrogo en voz baja.
—Lo hacía con mi papi —dice. Me trago el nudo que se forma en mi garganta y mantengo mis emociones a raya. Esta pobre niña ha sufrido mucho su corta edad y rompe mi corazón.
No me imagino perder a mis padres siendo un adulto. Que sería perderlos siendo una niña.
—¿Te gusta pintar?
Pregunto.
—No soy buena, pero me gusta —asiento.
Reviso el tocino y recojo los ingredientes que están sobre la encimera para hacer la mezcla de panqueques.
Bajo la atenta mirada de Maya y de manera eficaz, termino los huevos, el tocino, coloco el pan en el tostador y hago los panqueques. También encendí la cafetera.
Estoy limpiando la cocina mientras Maya come con apetito sus panqueques, cuando escucho pasos.
—Si desea café ya está listo—comento terminado mi tarea— También hice suficiente desayuno para los dos— comento antes de mirarlo.
Esta duchado y listo para el trabajo. Lleva un impecable traje de tres piezas y como se le está haciendo costumbre me estudia en silencio.
Es incómodo como la mierda, pero intento ser profesional.
—No hay mucho en el refrigerador. Así que supongo que hay que reponer suministros —comento tratando de hacer algo de conversación y que deje de mirarme. Desvía su mirada ¡Gracias a Dios! Y ve a su sobrina que come absorta de lo que pasa.
Este da unos pasos y de detiene detrás de mi dónde está la cafetera y su olor a limpio y loción de afeitar me envuelve. Me hago a un lado rápido y camino hasta situarme al lado de Maya.
—Gracias por hacer el desayuno—mira el plato servido, pero no lo toca —No acostumbro a desayunar.
—El desayuno es el más importante, eso decía mi mamá —habla Maya con la boca llena.
—No hables mientras tienes comida en la boca— dice en tono severo Caleb. La niña baja la mirada. Lo que trato de decir está bien. Pero no el modo en que lo hizo.
¿Qué le pasa a este hombre?
El silencio es incómodo mientras él bebe su café y Maya no habla. Cuando termina veo como deja la taza de café dentro del lavavajillas. Se endereza y saca algo del interior de su americana.
Su cartera. De esta saca algunos billetes y los deja sobre la encimera.
—Aquí hay dinero para que puedan comprar lo que hace falta para el colegio y para llenar el refrigerador—habla—No suelo comer en casa o pido a domicilio—se encoje de hombros. ´
—No hay problema —digo sin saber cómo responder a eso.
Asiente antes de encaminarse fuera de la cocina y cuando escucho que la puerta se cierra suelto el aire que no sabia estaba conteniendo.
Esto va a ser as difícil de lo que pensé.
Miro a Maya que mira su plato vacío.
—No te preocupes— cuchicheo— Vamos a que te cambies y podremos salir a dar una vuelta ¿Qué me dices? —de sus labios, tira una sonrisa y me doy por bien servida.
Primera misión.
Devolverle la sonrisa verdadera a Maya. Lo demás. Bueno, lo demás tendrá que ser poco a poco.