―Tía, gracias por el desayuno ―agradeció Kodi a la persona más importante de su vida, ajena a su padre o ex novia.
La adorable Cami se acercó y apretó sus escasas mejillas, al tiempo que plantaba un rojo beso en el centro de su frente.
Se tenían uno al otro para lo que fuera, y era lo único que importaba.
―Es agradable tenerte aquí ―confesó Cami.
―Sabes que me encanta tu comida ―articuló Kodi, limpiando el residuo de lápiz labial y abrazándola con fuerza―. Es rico comer algo decente de vez en cuando.
Al separarse, Cami observó la tristeza en los ojos de su sobrino, rompiendo su corazón en minúsculos fragmentos.
Kodi llevaba a cuestas una de las cargas más grandes que cualquier humano podía llevar, mucho más, alguien que era un adolescente atrapado en la vida de un anciano. Su padre era un alcohólico sin remedio, que estuvo en AA por años intermitentes ―lo que significa que salía y entraba en reiteradas ocasiones― y nada lo mejoraba. Kodi estaba cansado de lidiar con él, pero debía hacerlo. Era su padre y la persona, que aunque odiara, le otorgó el don de la vida.
―¿Cómo esta mi hermano?
―Borracho, como siempre ―aseguró, recogiendo la mochila del frío piso y colgándola en sus hombros. Ajustó la correa e insertó el suéter que reposaba en la silla.
―Kodi, volveré hablar con él cuando lo vea. Te lo prometo.
La tía no sabía que más hacer o decirle al padre de Kodi para que dejara ese vicio y se encargara de la educación de su hijo.
―Sé que él no quiere lastimarte, cariño. Tu padre no desea que sufras viéndolo como se denigra en las calles mendigando dinero para comprar alcohol.
Kodi respiró profundo y exhaló ira en forma de CO2.
―Ya no importa, tía.
―Claro que importa ―aseguró ella―. ¿Por qué no vienes a vivir aquí?
Kodi sonrió, imaginando como sería vivir con ella.
Se resumía en pocas palabras: la gloria total.
Kodi no deseaba más que alejarse de las borracheras de su padre, pero no sería capaz de dejarlo solo. Sabía que si lo abandonaba, lo estaría llevando a la muerte.
―Sencillo, tía: estaría muy lejos del trabajo ―concluyó antes de besarle la mejilla y salir del apartamento, sintiendo el frío extenderse por cada porción de su piel.
_____________________
El clima de primavera era cálido en las calles de Oklahoma, recorridas por Sídney a paso apresurado, evitando perder la primera clase de filosofía en el edificio C. Cuando estaba por llegar, escuchó el reloj de la iglesia tocar las campanadas de las nueve treinta de la mañana, anunciando que llegaría más tarde de lo previsto.
Sídney trató de apresurar su paso lo más que pudo, cruzando el campus y subiendo las escaleras hasta el auditorio. Por suertes del destino, al acercarse al pasillo central, observó que los estudiantes comenzaban a entrar al salón de clase.
Esperó que el último entrara para cerrar las puertas y tomar asiento en el lugar más alejado posible del reflector. El resto de los estudiantes se sentaron dispersos, provocando ruido, tanto de habla, risas o pasos, hasta que Sr. Elfman se acercó al podio y encendió la proyección.
Sídney extrajo una grabadora del bolso, dispuesta a encenderla para no perder ni un segundo de toda la importante explicación. Debía tratar de grabar toda la información que el Sr. Elfman suministraba antes de los exámenes, sabiendo de antemano que las simples notas que tomaba no eran suficientes para aprobar, siendo imperativo ser más audaz o reprobaría.
La siguiente hora estuvo repleta de información interesante sobre las frases más celebres de algunos pintores o escritores de renombre, envolviéndola en esa pasión que le provocaba rememorar pensamientos o ilustraciones de siglos pasados.
Cuando la clase terminó, buscó su horario en la memoria del celular y caminó hasta el siguiente edificio para la clase de literatura inglesa. Por desgracia, a mitad de clase, la luz de la grabadora comenzó a fallar; indudablemente se estaba quedando sin batería y no poseía un repuesto a la mano. Lo inevitable estaba comenzando.
Sídney tendría que apresurar su muñeca para tomar todas las notas posibles.
Buscó su lápiz e intentó escribir todo lo que pudo sobre lo que decía el profesor. Cada trivialidad o chiste estúpido podía salvarla, teniendo claro la clase de persona que era el Sr. Brown y lo apretadas que eran sus evaluaciones.
Cuando el día terminó, estaba completamente agotada. Solo quería llegar a casa, cenar, conversar con su abuela y dormir algunas horas.
Durante el viaje de regreso, pensó que tendría que decirle a Suzanne que cubriera su turno; igual, su abuela no diría nada. Tomó el siguiente autobús hasta la cafetería y descendió a paso cansado, arrastrando los pies por el húmedo pavimento.
Cuando estuvo cerca de su ventana favorita, divisó de nuevo al joven. Su mirada estaba perdida en los confines del pensamiento, reflexionando sobre todos los errores cometidos. El joven tenía una taza de café en sus manos, aspirando el néctar de la vida cuando cerrada sus ojos y se dejaba llevar por el vapor que exhalaba una de las bebidas más energizantes.
Sídney lo miró algunos segundos más y pensó, que aunque el joven estaba en su lugar favorito de la cafetería, no le importaba. Se veía aún más apuesto que el día anterior y eso provocaba que le gustara aún más esa parte del lugar.
_____________________
Kodi no podía dejar de pensar en la propuesta suministrada por su tía ese día en la mañana. Quería irse a vivir con ella, pero el hilo y el poder de la sangre tarde o temprano termina llamándote, halándote a compartir con la persona que lleva tú mismo ADN corriendo por sus alcohólicas venas.
Minutos atrás ordenó un café para llevar, pero recordando que nadie lo esperaba en casa, decidió sentarse en la ventana y observar los transeúntes caminar por la acera esa húmeda tarde de abril.
Su día estuvo cargado de adrenalina.
Kodi trabajaba medio día como ayudante mecánico y el resto de la tarde estudiaba cine en la universidad estatal. En ambas cosas le iba bastante bien: los clientes quedaban satisfechos cuando les reparaba los autos y los profesores lo veían como el siguiente Stephen Spielberg del cine.
Cada persona que lo conocía tenían una palabra para describirlo: honesto, bondadoso, respetuoso, apasionado, carismático, extrovertido, responsable, creativo... Pero lo único que Kodi quería era sentirse humano aunque fuera un segundo... Normal, por una vez en su vida.
Cuando salió de la nebulosa mental, observó una joven pasar al otro lado del cristal, cubriéndose de las pequeñas gotas de lluvia que empapaban su aparatoso caminar. Por lo rápido de su transitar, Kodi creyó confundirla con alguien más, pero al verla entrar y pasar lentamente a su lado, la realidad lo golpeó.
_____________________
Sídney entró y subió con rapidez a su habitación, dispuesta a quitarse la empapada chaqueta y colocarse el cálido delantal.
Aunque estaba cansada, después de las extensas horas de charlas acaloradas en la universidad, deseaba seguir viendo al joven que atendió algunos días atrás. Quería hablar con él, aunque solo fueran unos segundos y el tema central de la conversación fueran grasosas hamburguesas.
Bajó corriendo las escaleras y recogió su libreta del mesón principal. Entró a la cocina y besó con ternura a su abuela, antes de salir y enfrentar al joven.
_____________________
Kodi divisó a la chica acercarse a su mesa a un paso constante, deteniéndose justo frente a él y despegando los labios, al tiempo que preguntaba:
―¿Quieres ordenar?
Kodi bajó la mirada a la taza de café. No tenía mucha hambre por motivos sentimentales, así que decidió tomar una taza de café n***o, extra fuerte, deseando calentar sus tuétanos y, aunque fuera un poco, su adolorido corazón.
No quería ser irrespetuoso con la chica que lo observaba decidirse entre ordenar o quedarse con su escaso y frío café.
―Ya ordené ―respondió Kodi, enarcando la ceja izquierda.
―Claro. Lo siento ―dijo ella disculpándose, antes de alejarse.
Kodi se maldijo el interior por ser tan torpe. Solo debía pedirle algo más y ya, no romper su entusiasmo con la frialdad de dos cortantes palabras.
Frotó sus yemas contra la taza de cerámica y sin analizar las consecuencias de comer o no la hamburguesa, sus labios se abrieron.
Antes que Sídney se perdiera de su vista, Kodi espetó:
―Quiero una hamburguesa.
Sídney giró y sus grandes ojos azul cielo impactaron los suyos, ahogándose en las profundidades de los sietes mares que se desbordaban en su mirada.
―¿De queso? ―inquirió Sídney.
―La que este de moda hoy.
Sídney respiró una gran bocanada de aire y de nuevo se acercó, extrayendo la pequeña libreta de su bolsillo. Recordaba que su abuela le había comentado la especialidad del día: hamburguesa de carne, papás fritas y un batido de chocolate.
―Hay una de carne que es muy rica.
―De carne será ―finiquitó Kodi.
La chica le sonrió y Kodi la regresó, sintiéndose bien por hacer feliz a alguien más ese patético día. Sídney se disponía alejarse, deteniéndola, añadiendo:
―¿Cuánto te debo? No aceptaré la hamburguesa gratis.
―No tienes porque. Esta vez sí pagarás ―aseguró, guiñándole un ojo.
―Esta bien.
Cuando comenzaba a sacar la billetera, Sídney lo interrumpió, musitando:
―Invítame una soda ―articuló ella, sintiéndose atrevida por primera vez.
Kodi entrecerró los ojos y frunció el ceño.
Era una poco normal y para nada ortodoxa forma de pagar una hamburguesa, pero la gracia no tardó en aparecer en la comisura de sus labios, riendo por lo bajo, sintiendo el carisma de la chica correr por sus venas.
Quitó la taza de sus manos y colocó los codos en la mesa, analizándolo.
―¿No te las regalan?
―Sí ―confesó, girando los ojos―. Pero quisiera tomarla contigo.
―Entonces siéntate. Traeré la soda por ti.
―No puedo... ―indicó, torciendo su delantal―. Estoy trabajando.
―Solo serán cinco minutos.
―En realidad no puedo.
Kodi bajó el rostro y pensó: ¿qué estaba haciendo?, ¿en realidad haría lo que estaba pensando? De igual manera no importaba. No tenía obligaciones con nadie y aunque su corazón seguía lastimado, la capacidad de compartir con alguien no había muerto.
Una idea se deslizó en su mente, brillando en sus incendiarios ojos.
―¿A qué hora sales? ―preguntó él.
A Sídney le tomó por sorpresa la pregunta, enredándole la lengua.
―Vivo arriba. Salgo a cualquier hora ―contestó.
―Yo vivo a cinco cuadras de aquí, así que puedo quedarme hasta que termines.
Las palabras quedaron atascadas en la garganta de Kodi, sintiéndose trancado.
―Ok ―respondió ella, temblando, aunque no sabía si debido a la emoción o por el frío que se colaba en la puerta cada vez que era abierta.
En la cafetería apagaban la calefacción los días calurosos, pero durante la noche se colaba el frío exterior, esparciéndose dentro, obligándolos a encenderla. El clima de ese día era perfecto para tomar café o una rebosante taza de chocolate caliente.
―Bueno, me quedaré a tomar mi café y cenaré contigo esta noche.
¿Acaso era una cita o una comida pasajera con la camarera de la cafetería?
―Esta bien. Te veré luego ―aseguró Sídney.
El joven asintió y Sídney se alejó, sintiendo como su corazón se contraía en cada palpitar que aclamaba pertenecerle a alguien más.
Una llamada inesperada retumbó en el celular de Kodi, cambiando sus planes en un abrir y cerrar de ojos. El joven escuchó lo que la persona al otro lado dijo y, tras colgar, extrajo la billetera del bolsillo, depositando un par de billetes en la mesa, suficiente para pagar el café y una generosa propina para la mesera.
Quiso decirle a la chica que se iría, pero no la vio alrededor, obligándose a irse sin despedirse o comentar el porqué de su ausencia. Se colocó la chaqueta y salió al exterior, esperando que lo que aguardaba fuera mejor de lo que perdía.
_____________________
Cuando Sídney salió de la cocina, divisó la mesa donde se encontraba el joven vacía. Se había ido y no tuvo el valor siquiera de despedirse.
La ira se propagó por sus nervios, dejando caer la bandeja, fragmentando el plato en miles de pedazos.
Subió corriendo las escaleras y lanzó la puerta, moviendo los cimientos. Agarró la almohada y gritó hasta cansarse, deseando detenerse, sin poder controlarlo.
El doctor le había dicho tiempo atrás que debido a su estado cualquier cosa la haría explotar, provocando que se entristeciera, deprimiera o enojara, quizá por tonterías. Y aunque nunca lo había experimentado, en ese momento lo sentía fluir por sus venas como lava bajando por una montaña.
Sídney sabía que no existía la necesidad de sentir ira por algo que no le pertenecía y de la cual no sabía ni el nombre, pero algo en ella se ilusionó por sentir algo de nuevo... algo diferente a dolor o tristeza.
Además, su cercanía a la muerte la orillaba a abrirse lo más que pudiera a nuevas oportunidades de sentirse viva una vez, antes que su patética vida terminara en flores muertas y tierra húmeda.
Una lágrima se escapó de sus cristalinos ojos y un fuerte punzado traspasó su corazón, sintiéndose herida y lastimada por alguien que apenas comenzaba a conocer y del cual sabía una cosa: ese apuesto joven de ojos oscuros, podría ser la prolongación de su vida o la causa de su pronta muerte.