Charlotte Wildor II

1638 Words
  Cerré la llave de la ducha mientras buscaba la toalla con mis ojos cerrados, tanteando la sujete y enrolle mi dorso. Hoy tenía una cita muy importante con Charlotte, habíamos quedado para salir a cenar. La llevaría a un restaurante muy lujoso que había reservado hace unos días, las reservas eran muy difíciles de encontrar pero por suerte logre conseguir una. Luego de vestirme, aplique el perfume más fuerte que tenía, decía sor Esmeralda que esa era la debilidad de toda mujer; el perfume de un hombre. Estaba listo para pasar recogiendo a mi ángel, pero antes de hacerlo debía pasar por la florería. Quería darle el arreglo más hermoso que encontrara. Debía ser una cita especial, una que la dejara con ganas de seguirme conociendo. Camine hasta la más cercana y le pedí a la encargada que me hiciera un arreglo con flores gerberitas. Tenía la leve impresión que eran las favoritas de Charlotte, en el supermercado la vi usar una blusa con ese tipo de flores estampadas. Regrese al vecindario, era hora de pasar recogiendo a mi cita. Al llegar arregle las mangas de mi camisa y mi cabello, marque su número de departamento en el intercomunicador y espere a que atendiera. —¿Hola?—preguntó una voz masculina por el teléfono. —Buenas tardes, vengo por Charlotte.—respondí. —¿Es usted Arturo del apellido elegante?—preguntó. —Si señor, Arturo Mastronardi a sus órdenes.—respondí lo más formalmente posible. —Un gusto conocerte, me cuidas a mi Lotty.—respondió para luego colgarme. Asentí sin poder responderle nada más, tampoco es como que me viera. Espere por unos largos minutos y finalmente apareció, se veía preciosa, llevaba puesto un vestido blanco con flores amarillas. Lucia como un ángel, la dulzura reflejada en su rostro, sus pecas tan tiernas. Su cabello perfectamente ordenado, su maquillaje sutil y su perfume cítrico me volvió totalmente loco. —Luces muy preciosa, esto es para ti—halague entregándole el ramo de flores que tenía detrás de mi espalda. —, Espero que te gusten. —¡Muchas gracias! Me encantan, ¿Cómo supiste que eran mis favoritas?—respondió sonrojada. —Fue fácil percatarme que te gustaban, llevabas una blusa con un estampado de ese tipo de flores el día que te conocí.—respondí sincero, mientras que caminábamos juntos por la vereda. —Que observador, me gusta que me prestes atención—respondió sonriente—, ¿Cuál es tu color favorito?—preguntó con curiosidad. —El n***o, ¿y el tuyo?—pregunte con interés. —El amarillo—respondió sincera, seguíamos caminando. —,  ¿A dónde me llevarás? —Es una sorpresa, no lo arruines—divertí. —¿Sabes algo?—me preguntó—, Me gusta mucho el toque enigmático que tienes, misterioso como si ocultases algo oscuro. —¿Te gustan los enigmas, eh?—divertí nuevamente. —Me gustan los acertijos, descifrar a las personas.—respondió. —¿Y que sucede si no te gusta lo que descifras?—pregunté. Estábamos por llegar al lugar que había elegido para nuestra primera cita. —Muy pocas veces me decepciona lo que descubro de cada persona, mayormente me sorprendo—respondió. —Eso me gusta—respondí, abriéndole la puerta para ingresar.—, Bienvenida a Monkeys, el mejor café del mundo lo venden aquí. —¿Y cómo lo sabes si eres nuevo en el pueblo?—preguntó. —Lo descubrí hace poco, pero me ha encantado—respondí—, Siéntese, por favor bella dama—dije abriéndole la silla para que pudiese tomar asiento. —Muchas gracias, eres muy amable.—respondió—, ¿Y cuéntame que te trajo a Constanza? —Me atrajo la historia, los paisajes y la estructura de la ciudad—respondí—, ¿Naciste aquí? —Sí, mis padres son de Italia. Pero se mudaron al pueblo hace años y les encanto tanto que aquí desearon quedarse para continuar  haciendo su vida.—respondió—, A mí la verdad me gusta, pero quisiera mudarme, salir de aquí. Conocer nuevos lugares y personas. —Eso es algo en común entonces, porque también tengo las mismas intenciones. Quiero viajar y conocer nuevas culturas.—respondí. —Genial, prométeme que seré tu compañera de aventuras.—dijo con ensoñación. —Te lo prometo, para mi sería un placer contar con tu presencia.—respondí. —Perfecto, es un trato entonces. Señor Mastronardi—dijo muy formal, causándome risa. —Es un trato, señorita Wildor—respondí. —¿Desean ordenar? Hola, Arturo.—saludó la joven mesera que ya me conocía por venir tan seguido. —Hola Sam, yo deseo lo de siempre—respondí y sentí como se tensó mi acompañante—, ¿Qué gustas ordenar, Charlotte? —Lo mismo que hayas pedido tú, querido—respondió acentuando el “querido”. Me causo gracia su acto, ¿acaso estaba percibiendo una escena de celos tan rápido? —Perfecto, ya les traigo su orden—respondió Samanta con una sonrisa fingida. —¿De dónde conoces a la chica?—preguntó con cierto toque de intensidad—, ¿Acaso eres un casanova, Arturo? —Me he hecho cliente del local, supongo—respondí con simpleza.—, No es mi fuerte, soy hombre de una sola mujer. —Entonces es bueno saberlo—dijo con gracia.—, ¿Y tu familia, Arturo? —No tengo, soy huérfano—respondí. —¿De dónde provienes? —Preguntó con más curiosidad que antes.—,  Discúlpame si te pregunto mucho, soy muy curiosa. —Soy de Bucarest, nací y viví toda mi vida en un convento de hermanas dominicanas.—conté por alguna razón no quería mentirle, no a ella.—, Nunca fui adoptado, así que luego de terminar mis estudios decidí seguir mi camino, cambiar de ciudad e independizarme. —¡Vaya, lo siento mucho!—respondió tomando mi mano por encima de la mesa, lo que hizo erizar mi piel.—, Espero que logres encontrar todo lo que buscas, pero sobretodo la felicidad.—comentó de manera dulce. —Eres muy linda, gracias—respondí sonriente. —Servidos—anuncio Sam sirviendo nuestros platos, había pedido café moccachino y un pie de limón. —Muchas gracias, Sam.—agradecí con una sonrisa, vi como Charlotte rodaba sus ojos, lo que me hizo sonreír aún más. No era posible que estuviese celosa de la mesera, recién era nuestra primera cita y Sam jamás se podría comparar con ella. —No hay de qué, que los disfruten—respondió yéndose. —¿Y qué hay de ti?—pregunté para eliminar la tensión—, ¿Estudias? —Sí, entré este año a la facultad de medicina—respondió con orgullo.—, ¿Tu estudiaras? —Quizá más adelante, de momento tengo otros planes en mente—respondí—, ¿Vives con tus padres? —Si, claro. Solo que no tengo mamá, vivo con mi padre y mi hermana menor—respondió.—, Mi madre murió hace unos años de cáncer. —Lo siento mucho, linda—respondí apretando su mano por encima de la mesa como ella lo hizo conmigo. —Gracias—respondió. La cita fue muy amena, me gustaba mucho su manera de ser. De preocuparse y de me mirarme, la intriga que generaba en mi por querer saberlo todo sobre ella. Me gustaba mirarla, sus expresiones, eran muy exageradas lo cual causaba gracia. Sus pecas se notaban más gracias a los rayos del sol, su cabello resplandecía y se veía más hermosa que nunca. La vi tomar su café con modestia, era educada, elegante y muy hermosa. Nunca antes había sentido algo como lo que estaba sintiendo en estos momentos, quizá era el famoso “amor “del que todo el mundo hablaba, del que leía en los libros o veía en las películas. Me gustaba sentir aquello en mi pecho, la emoción de tenerla en frente de mí y escucharla era placentera, me gustaba pensar que le interesaba y que quería volver a verme. Eso me había dicho, que estaba ansiosa por una segunda cita, lo cual hizo que mi corazón se enloqueciera. Terminamos de comer nuestro delicioso pie de limón y salimos del café, iríamos al parque de diversiones. Estaba en la ciudad y era el complemento perfecto para concluir nuestra cita, me gustaba pasar tiempo con ella. Era divertida, espontanea, genuina y muy diferente a cualquier chica que hubiese conocido nunca. No me miraba como un bicho raro, ni me veía como alguien diferente, simplemente le bastaba con lo que le decía sobre mí. No tenía que fingir ser alguien que no era, pues lo que yo le dijese seria la verdad para ella. Me gustaba creer que no me vería como un monstruo o un demonio, pues aunque me costase la vida jamás le diría lo que soy realmente. Tampoco permitiría que lo descubriese, no podía darme el lujo de que lo supiese, debía mantenerla alejada del convento y de toda persona que realmente me conociera, porque bastaba un solo mal comentario para que cualquier persona se alejase de mí. Era un gusto que no podía darme, así que no podía arriesgarme. Después de todo lo que había vivido merecía ser feliz, encontrar al amor y vivir todo lo que me fue negado por dos personas que no me quisieron por ser diferente. Me gustaba como ella me miraba, como si fuese increíble y fantástico. No me veía como un bicho raro, ni como alguien despreciable, me veía como un enigma. Y eso me daba ventaja para crear un perfil que a ella le gustase y uno que encontrara mi verdadera personalidad.   
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