Mateo Huir, algo que se le daba perfecto a mi pequeño colibrí, ella siempre lo hacía y a esta altura no me asombra que lo hiciera otra vez. El sonido de la turbina del avión y la presión en mi estómago me avisan que estamos descendiendo y con ello llegando a mi destino, Boston. Decidí venir aquí después de una reunión, una con los benditos japoneses, escucharlos, había dejado mi cabeza agotada y mi mente totalmente en corto, necesitaba salir de ahí, procesar todo lo que me había pasado en las últimas semanas y lo único que se me ocurrió fue ir por Sam. No había contestado mis mensajes, otra vez había silencio del otro lado de la línea, pero yo no me conformaba con eso, ya no, por eso manejé hasta su casa, la buscaría, hablaríamos de una vez por todas y haría lo que sea necesario para q