Lysandra sabía que Hercus superaba en habilidad para la pelea a Zack, y a todos los allí presentes, por lo que un encuentro en estas condiciones, Zack tenía todas las de perder. Hasta todos juntos era incierto si podían ganarle. Pero era el orgullo de los hombres los que los cegaba y no les permitía contemplar sus desventajas frente a otro mejor y elevado contendiente. Zack nunca iba a aceptar que Hercus le ganaba.
—Herick ha acertado al ciervo. Es de ellos, Zack —dijo Lysandra. Se acercó a su aliado y le puso la mano sobre el hombro para calmarlo y así aminorar la tensión entre ellos. No quería que armara una contienda—. Vayamos a buscar otros. Llevemos el doble que ellos. Somos más y podemos cazar a los que se han escapado.
—Escúchala —dijo Hercus, sin ceder ni un solo centímetro. Evitaba las disputas con las personas de su pueblo, pero Zack cada vez era más insoportable—. Al menos hay alguien sensato y con inteligencia en tu grupo.
Hercus relajó sus dedos. En lo posible evitaría cualquier enfrentamiento, pero no huiría de ninguno. El orgullo y el honor entre los hombres de Glories lo era todo. Zack escupió hacia un lado y retrocedió, con rostro molesto, aventando maldiciones reiteradas al aire.
—Termínalo —dijo Hercus, dirigiéndose a su hermano. Era el momento de acabar con el tormento del noble ciervo.
Herick sacó el cuchillo de su funda de cuero. Acercó el filo hasta la garganta del venado y con firmeza cortó el cuello del animal, empapando su puño sangre cálida. Dedicó su tiempo y su atención a darle muerte.
—Vámonos. Que ellos se queden con este pequeño. Es la pequeña alegría de los huérfanos —dijo Zack de manera ofensiva.
—Hey —dijo Herick, colocándose de pie y eliminando distancias entre el agresor—. Esta vez te pasaste, Zack.
—Si eres un hombre. Entonces, ven por mí, cobarde.
—Yo no soy un cobarde —respondió Herick, con su mirada celestas centelleante de valentía.
Herick con un impulso agresivo se abalanzó sobre Zack. Estuvieron forcejeando por un instante. Herick intentó acertar un puño, pero Zack lo esquivó con destreza y se lo devolvió en la mejilla, haciendo que el Herick cayera sobre el suelo, anonado. Se sostuvo la quijada debido al impacto que lo había maltratado el interior de la boca con los dientes. Botó sangre. Heos se ubicó delante de él y les empezó a ladrar, haciendo amague de morderlo.
—Quédate quieto, perro sarnoso. No respondo si tengo que lastimarte —dijo Zack, sintiéndose presionado por el can.
Hercus pasó por el lado de su hermano caído y lo tocó en el hombro, para que no se levantara. Pronunció el nombre de su perro con voz ronca: Heos, haciendo que se calmara al instante y que se sentara al lado de Herick. Avanzó hacia Zack de manera lenta e imponente, como un contendiente que estaba listo para la batalla. Sin quitarle los ojos de encima, enfocó al hombre que se había ganado furia. En esta oportunidad fue Zack quien se arrojó sobre él, gritando, como animal rabioso, buscando espantarlo. Templó su palmar y en el reverso de su mano el símbolo se manifestó en un resplandeciente color n***o en una forma de un copo de nieve sin mucho tallado. Allí estaba escrito en letra diminuta su información personal.
Reino: Glories
Nombre: Hercus.
Estrato: Plebeyo.
Título: No.
Apellido: No.
Magia: No.
Profesión: Campesino, agricultor, cazador. ***
Pueblo: Honor.
Edad: 26 años.
Don: Domador. ***
Atributo: Resistencia, dureza, fuerza. ***
***: ***
Hercus de Glories podía hablar de forma oral, pero pocos en el pueblo de Honor sabían leer, por lo que casi nadie entendía lo que estaba allí plasmado en esa marca, salvo los letrados de la ciudad real y algunos otros que también habían sido instruidos en la educación. Su símbolo tenía unos pequeños dibujos de copos de nieves más pequeños que no entendía lo que significaba. Pero no lo afectaban en nada, por lo que no debía ser nada malo. Se movió hacia un lado y se agachó con agilidad. Con su mano abierta acertó en el centro del torso de Zack haciendo se tambaleará hacia atrás. Percibió una hendidura, la cual era la que buscaba, pues era una zona sensible.
Zack se encorvó y perdió el habla, hasta respirar se le dificultaba. Un solo golpe había necesitado para dejar fuera de la lucha a su jurado rival. Los demás jóvenes, al verlo herido, se apresuraron a correr hacia él, listos y dispuestos para la lucha.
Hercus suspiró con desánimo. Lo menos que quería era herir a sus compatriotas. Pero estaba en la necesidad de defenderse. Uno por uno los chicos del grupo de Zack fueron cayendo sobre la hierba. Evitaba lastimarlos de gravedad, aunque al estar conteniéndose era más difícil y a algunos golpeaba con más vigor que a otros. Zack se recuperó y buscó su revancha. Lanzó varios golpes, en vano, ya que no acertó ninguno, ya Hercus los esquivaba con destreza. Zack de nuevo cayó adolorido en el suelo al recibir el impacto de su contrincante.
Hercus se agachó cerca de él y cerró su palmar abierto en un puño. Su piel estaba llena cicatrices y heridas. Desde niño había estado practicando con árboles y rocas, por lo que sus huesos se habían endurecido y vueltos tan resistentes como el acero. En el primer impacto le rompió el labio a Zack, y eso que había reprimido casi la totalidad de su fuerza. Al alzar su brazo por encima de su cabeza, Lysandra se interpuso, evitando una segunda colisión. Ella era inocente y estaba libre de toda culpa, además que no lo había atacado, por lo que no había honor en violentarla.
—Hercus, por favor. Esto no es necesario —dijo Lysandra, alterada y preocupada por su aliado.
Hercus se puso de pie y se alejó de ellos. Sin embargo, Zack empujó a Lysandra para quitársela de encima con rabia.
—Apártate. Esto es un asunto de hombres —dijo Zack con molestia. Pasó su mano por la boca y acumuló saliva, para luego escupirla en un tono rojizo por la sangre.
Hercus admiraba la determinación de Zack. La mejor manera para honrarlo era no abstenerse a la pelea. Asintió con la cabeza y en un parpadeo, de nuevo lo estaba golpeando en el pasto, al haberlo tumbado. No le causaba emoción hacerlo, pero debía llevarlo a cabo. Mas, Lysandra volvió a protegerlo, abrazando a Zack, abatido.
—Hercus, por favor. Detente. Tú ganas. Pégame a mí —dijo Lysandra, con su vista llorosa y su voz quebrada.
Hercus no estaba interesado en agredir a Lysandra. Dio un paso hacas atrás. Heos pasó a su lado y empezó a ladrar con vehemencia hacia los arbustos. No se veía nada. Pero allí debía haber algo. Frunció el ceño y observó como las hojas de los matorrales se revolvían, como siendo agitados. Dos enormes leones emergieron y se posaron sobre una roca. Rugieron con fervor al unísono, para mostrar su poderío frente ellos. Sus caras temerarias y sus ojos avellana infundían miedo y terror.
Hercus se puso en guardia, desenvainado el cuchillo que guardaba. Así mismo hizo Herick y los demás que, de rivales, habían pasado al mismo bando para defenderse de las dos bestias. Encorvados, se prepararon con sus dagas y arcos, apuntándoles a los majestuosos felinos de color naranja. De seguro el escándalo que habían hecho y los ladridos de Heos habían llamado la atención de las criaturas, que habían venido a indagar la causa del alboroto. Estaban en problemas, por no haberse regresado desde que habían dado muerte al venado, sino que, habían permanecido discutiendo.
—¿Qué hacemos? —susurró Herick, mientras los dientes le castañeteaban de miedo. No estaba acostumbrado a encontrarse con depredadores así de enormes—. Si nos vamos se quedarán con el ciervo que tanto trabajo nos has costado cazar.
—Uno de nosotros debe sacrificarse, mientras lo despedazan los otros podrán escapar —dijo Hercus, esbozando una sonrisa débil de media luna—. El más herido de nosotros, Zack. —Lo miró con desdén.
—Maldito. ¿Esa es tu gran idea? No inspirarías a un ejército que ya hubiera sido motivado y que tuviera todas las de ganar —respondió Zack ante el nefasto chiste de Hercus. Por eso era que lo odiaba tanto. Siempre creyéndose mejor que él y sus hermanos—. ¿Y ese cuchillo? ¿No tienes algo más grande? No causa mucha confianza.
Hercus suspiró con desinterés. Guardó el primero y entonces sacó otra daga de mayor longitud que estaba en su cintura. Se puso en postura de defensa con la daga en su diestra, mientras el arco lo mantenía abajo, cerca de su muslo, con su zurda.
—Eso está mejor —dijo Zack.
Hercus antes había visto a algunos leones desde muy lejos, incluso, había tenido una experiencia cercana con ellos cuando era niño. Al pasar los años los gatos salvajes no se habían vuelto más amigables. Su corazón se estremeció, ya que reconocía el inminente peligro al que estaban expuestos. Cruzó miradas con uno de ellos. Se notaba la presunción en su expresión confiada y superior. Solo desprendían arrogancia y majestuosidad. Entre los pueblerinos eran llamados los reyes de la selva y eran el animal emblemático de Gloríes, luego del copo de nieve, ellos eran el símbolo nacional de la guardia real de su majestad Hileane, la bruja de escarcha, la reina de hielo.