Lara y Lysandra se miraron extrañadas por lo que había dicho el príncipe de Aerionis. Además de que las pretendía a las dos, haciéndoles ojos. Mas, ambas lo ignoraron al joven señor de las tierras frescas del oeste, porque su corazón estaba ocupado por otros dueños.
Hercus solo acompañó a beber el joven señor del oeste, ya que estaba muy borracho. No tenía intenciones de desposar a ninguna otra mujer, porque ya estaba casada. Y era imposible para un plebeyo estar con la realeza.
—Si yo quiero, te puedo convertir en Lord o Marqués —dijo el príncipe Lars, ebrio—. Así serás un noble y podrás pedir la mano de mi hermana.
Los sirvientes del joven señor se lo llevaron, debido a que estaba haciendo un pequeño escándalo. A mirada de su hermana, lo guiaron a sus aposentos. Hercus degustó de la comida ese día con más placer. Debía reponer sus energías paras las siguientes competencias. En la cuarta mañana, los espectadores se dirigieron al hipódromo de hielo, donde se llevaría a cabo la última prueba individual. Luego vendrían los juegos por el equipo y para la parte final del torneo serían las arenas, en donde se libraban los feroces combates en el que se conocería a los ganadores del torneo de la gloria.
En el helado hipódromo, la tensión y la emoción estaban en su punto álgido mientras se desarrollaban las fases clasificatorias de la carrera de caballos. El crujir de la tierra en las pezuñas resonaba en el aire, creando una melodía de competencia en medio del gélido escenario. En la primera ronda, la princesa Lisene Wind, con su magnífico y gigante corcel blanco, arropado con una silla impecable, llamada Vendaval, dejó boquiabierto al público con su belleza y destreza. El viento jugaba con las crines de Vendaval, mientras Lisene demostraba una conexión extraordinaria con su noble compañero de cuatro patas. Atravesaron la pista con velocidad y elegancia, marcando un tiempo que la audiencia recordaría.
En la siguiente ronda clasificatoria, Hercus emergió como un torbellino en el campo de batalla helado. Montaba a su ya conocido Galand, el pardo, el rompedor, su fiel caballo marrón, demostró una combinación de fuerza y agilidad que dejó perplejos a los espectadores. El dúo cruzó la línea de meta con una velocidad impresionante, estableciendo un desafío claro para aquellos que aspiraban a derrotarlos. Así, los mejores siete de cada encuentro se verían en la gran final, que se llevaría a cabo en la tarde. Las personas, expectantes, esperaban la lucha entre la princesa del aire, la bruja de viento que había arrasado en tiro con arco, mientras que Hercus había dominado en cada de las competencias en que había participado.
Galand era paseado en un corral, mientras recibía los mejores bocadillos. Ya había sido el caballo campeón de las justas y ahora peleaba por ser el más veloz. Las horas pasaron. En esta contienda los participantes podían usar armas y derribar al jinete, lo que terminaría en su eliminación. Los caballeros y nobles se colocaron de acuerdo para tumbar a Hercus. Mientras que la princesa Lisene Wind se mantuvo fuera de estas negociaciones. Eran los dos combatientes predilectos a ver. Su alteza real, Lisene Wind con Vendaval, y Hercus con Galand estaban destinados a enfrentarse en un duelo épico que definiría al campeón de la carrera de caballos en este torneo de gloria.
La gran final del torneo de carreras de caballos en el hipódromo de hielo presentaba a los mejores jinetes y a los corceles más rápidos de toda Grandlia. La multitud, emocionada, contemplaba cómo los competidores se alineaban en la pista, listos para la última y emocionante confrontación. La tensión en el aire era densa.
Hercus afianzó sus pies en los estribos. Se sostuvo con fuerza a Galand. La pista del hipódromo larga y ancha se veía frente a él de forma inmensa. Un campesino había logrado ganar tantos juegos y ser aclamado por los demás plebeyos de todo el continente. No era algo fácil y resultaba agotador. Pero alguien debía hacerlo. El estruendo del cuerno marcó el inicio de la carrera. En los primeros tramos, Vendaval, montado por la princesa Lisene Wind, tomó la delantera con una velocidad asombrosa. La elegancia de la pareja era innegable, y parecían destinados a la victoria.
Hercus había quedado en la cola. Aquellos jinetes parecían muy lejos. Su cuerpo recibía los sobresaltos que hacían Galand ante su salvaje paso. El viento le golpeaba la cara, pero no de una forma violenta, sino afable. El ayer estaba lleno de anhelo, promesas y lleno de entrenamiento para poder tener una posibilidad de hacer frente a la adversidad del mundo. Pero lo que estaba pasando ahora, marcaría el mañana de muchas generaciones. Un plebeyo de marca negra también podía soñar y hacerlo realidad.
—Muestrales —dijo Hercus.
Entonces Galand empezó a mostrar su verdadero potencial. A medida que avanzaba la carrera aceleró de manera impresionante, dejando atrás a los competidores que lo seguían. La audiencia observaba atónita mientras el corcel marrón se acercaba con rapidez a Vendaval. En su paso, Hercus se defendía de los ataques, esquivando y resistiendo con destreza las embestidas enemigas de espadas y lanzas que buscaban dañarlo. Mas, él era el que los derribaba sin compasión. Cuando pudo alcanzar a la princesa Lisene, ella lo atacó con flechas, disparando con precisión desde su arco. Hercus, sin perder la compostura, esquivó los dardos, demostrando una habilidad asombrosa en medio de la carrera frenética. La determinación de su alteza era bien recibida. Sus caballos corrían tan cerca que sus hombros se tocaban.
Al estar cerca de la línea de meta, Hercus se apoyó con su mano zurda en lomo de Galand y abalanzó su cuerdo de medio lado para darle una patada a la princesa Lisene Wind. Pero esta, solo desapareció en el aire como una humarada blanca y reapareció después del golpe. En ese instante, los dos animales cruzaron la línea. Pero, Hercus por reflejo hizo una maniobra y se lanzó hacia ella y la agarró por la muñeca, asombrada. En ese preciso momento los dos fueron rodeados por el humo. La gente estaba asombrada por el desenlace emocionante y repleto de suspenso.
Hercus cayó de espaldas al suelo con la princesa Lisene Wind sobre él, con sus rostros a escasos metros el uno del otro. Eso sí que le había dolido. No era por falta de respeto, pero debido a su gran altura, la joven señora de Aerionis era pesada de cargar. Con su diestra sujetaba la de ella, pero en la zurda, para protegerse, la había puesto en su torso. Apretó su palmar y sintió algo grande, pero blando y suave, que se amoldaba a su amplitud. ¿Qué era eso? El choque lo había dejado un poco anonado y le había sacado el aire a la fuerza. Pero las facciones de su atractiva cara se alarmaron al comprender lo que estaba tocando. Mas, la princesa Lisene Wind solo ladeó la cabeza, mientras tensaba la mandíbula, como reclamándole sin hablar. Esos ojos blancos nunca más podrían estar tan cerca como en esa oportunidad. Eran mágicos y hechizantes. ¿Todas las brujas eran así de hermosas? Los labios y las mejillas pálidos eran singulares y nunca antes vistos. En verdad ahora sí iba a morir por lo que acaba de hacer. Entonces, la princesa Lisene Wind desapareció, dejando humo blanco si haber emitido ni una sola palabra. No había hecho ningún juicio, ni tampoco lo había castigado por su falta. Quedó derrumbado en la tierra, mientras que los demás pueblerinos se acercaron para ayudarlo. Fueron llamados por su majestad, para dar el veredicto de la carrera. Él estaba de rodillas, al lado del marrón Galand y la joven alteza del oeste solo hacía una leve reverencia con la cabeza, mientras sujetaba a la blanca Vendaval.
—Es un empate. Así lo decreta mi gran señora —dijo Lady Zelara. En los espejos se mostró como los dos caballos pasaban al tiempo, debido a que Galand era más pequeño que Vendaval, este la tuvo que aventajar un poco para poderla igualar.
—Es imposible —dijo un noble—. En esta vida un plebeyo nunca podía estar a la altura de la realeza.
—La clara ganadora es la princesa Lisene Wind —dijeron varios y muchos apoyaban la moción.
—Es un empate. Así lo decreta mi gran señora —dijo Lady Zelara de nuevo—. Ahora, si la joven princesa de Aerionis reclama la victoria, entonces se le será otorgada. O recibe de buena manera la decisión de su majestad. Su alteza real, Lisene Wind, ¿qué es lo que decide?
Los nobles observaron a la albina bruja que flotaba en el aire. La princesa Lisene Wind extendió su brazo a la altura de su cabeza y lo dejó caer en un suave movimiento hasta su pecho.
—Es un empate. Ya no hay nada que discutir —dijo Lady Zelara, como veredicto final—. Hercus de Glories y la princesa Lisene Wind de Aerionis, comparten la victoria.
Hercus primero hizo acto de reverencia a su venerada reina, que se marchó de lugar, dejando escarcha brillante esparcida en el aire. Luego, le dio respeto a la princesa por haber decidido un empate, cuando con facilidad pudo reclamar la victoria. Era alta y debido a que se mantenía flotando lo era mucho más. Tenía cierto temor por lo que había pasado en la pista al haberla tocado por accidente el busto. Su vista de manera inconsciente se trasladó al pecho de la bruja de viento, que era protegido por su magnífico vestido. Cerró los parpados, mientras los apretaba con fortaleza, para no mirar a donde no debía. Cuanto la ráfaga de viento lo hizo retroceder, suspiró, aliviado. Ella también se esfumó como el humo con su impresionante yegua real, Vendaval. Las brujas eran seres demasiado poderosas y misteriosas, con esa magia que tenían eran alucinantes y grande en todas sus virtudes, más que cualquier mujer joven o adulta del continente de Grandlia. Necesitaba un baño para relajarse.