Hercus, en ese banquete, no pudo acercarse a la reina. Deseaba preguntarle cómo estaba y quería verle el rostro. Pero era algo complicado por el momento. Esperaría un poco más. Al terminar la celebración, cada uno se retiró a sus aposentos.
En la posada, cuando ya la mayoría estaban dormidos, Hercus estaba de pie, mirando por la ventana. Parecía que miraba a la ciudad, pero estaba sumido en sus pensamientos. Su brazo derecho sentía el peso de la lanza de madera de las justas. Frunció el ceño al percatarse de que la lechuza de Heris estaba a su lado. No la había sentido, debido a lo sigilosa que era. En la pata tenía una pequeña bolsa. Lo retiró del ave de presa, cogió una lámpara de aceite para sacar el contenido. Había una nota, papel, pluma y tinta. Leyó el mensaje.
“¿Cómo has estado, Hercus?
He atestiguado tus victorias.
De hecho, todos la miran,
a través de los espejos de su majestad.
Sigue esforzándote y gana.
Siempre te estoy viendo.
Tu esposa. Heris”.
Hercus apretó los labios y moldeó un gesto de enorme alegría, como si su golpe y su cansancio hubieran desaparecido de repente. Se sentó en la silla al frente de la mesa, con la luz de la lámpara de aceite para responderle a su bella y atenta esposa.
Estoy bien. Gracias por tu mensaje.
Hay personas de muchos reinos y
rivales formidables. Pero
he conocido nuevos aliados.
Espero seguir ganando por su majestad,
por ti y por mi pueblo. Seguiré ganando.
Tu esposo. Hercus.
Hercus guardó lo demás y amarró su escrito en la pata de la lechuza, que despegó con silencio absoluto. Esa noche había sido demasiado largo. Necesitaba descansar para seguir rindiendo en las pruebas. Al día siguiente, en la mañana, se libró la competencia de juegos por equipo de Harpastum. El coliseo había sido modificado por el hielo de la reina y habían creado unas especies de canchas donde en lo alto había un aro donde debía pasar el balón. Jugaban a cinco victorias, el que hiciera tres ganaba, cada bandera se obtenía al que metiera más veces el balón en lo que duraba el tiempo en el reloj de arena.
El campo del coliseo estaba rodeado de enormes muros gélidos. Las líneas de demarcación estaban trazadas con líneas de nieve fresca, como si fueran cal blanca. En cada extremo, elevadas plataformas de hielo sostenían los aros, mientras que, en el centro, un gran círculo dibujado en el suelo marcaba el punto de inicio. Se formaron, cada uno, con sus estrategias y habilidades. Hercus lideraba, con Herick y Axes a su lado, junto con Kenif, Hams y Lysandra. Eran grupos de siete, con Zack, Zeck, Zick, Lara y Liancy en la banca. Debían enfrentarse a los furiosos caballeros que estaban enojada porque los plebeyos habían ganado en la mayoría de pruebas.
El sonido del cuerno marcó el comienzo del encuentro. El balón, hecho de piel rellena, fue lanzado al aire, y los equipos se lanzaron hacia él con determinación. Rodó por el suelo, pero Herick fue el que lo tomó en sus manos y se lo tiró a un compañero. La pelota iba de un lado a otro, mientras los jugadores luchaban por controlarlo y lanzarlo a través de los aros enemigos. Así, el campo de Harpastum se convirtió en un escenario de caos controlado. A pesar de las reglas que prohibían el uso de armas, los jugadores se enfrentaban con ferocidad, utilizando sus cuerpos como herramientas para bloquear y derribar a sus oponentes.
Hercus, ágil y decidido, se movía entre los rivales enemigos, esquivando sus embestidas y buscando oportunidades para avanzar con el balón. Se enfrentó a una marea de adversarios que intentaban detenerlo. Utilizó su fuerza y destreza para evadir sus ataques, zigzagueando entre ellos con velocidad y determinación. Con un lanzamiento poderoso, envió el balón volando hacia el aro enemigo, pasando por encima de las cabezas de sus oponentes con precisión milimétrica. El balón atravesó el círculo con un golpe resonante, desatando un estallido de emoción entre los espectadores que se habían vuelto sus seguidores. La pelota fue cubierta por una escarcha blanca y apareció en el centro, para el saque de los que había recibido el punto. Pero el juego no había terminado. Al ir avanzando de ronda, se iban intercalando las participaciones, ya que resultaba agotador, debido al contacto físico y al estar corriendo de aquí para allá. Cada m*****o demostraba su técnica y su puntería. Ganaban con las tres primeras banderas, evitando un alargue y medida de desempate. Los otros que dominaban era la coalición de Aerionis, con la princesa Lisene Wind, que era la bruja de viento y el príncipe Lars Wind. Sin embargo, el equipo de la familia Marqués de Galadar del sur y otro de la tribu de las costas donde estaba la hechicera de agua, también era una revelación.
Aquella mujer era de tez blanca, a pesar de que los demás eran morenos. Al parecer las brujas no eran afectadas por el clima. Era alta, pero más esbelta y musculada que cualquier otra dama. Además, vestía una falda y solo un corpiño en su torso, exponiendo su abdomen marcado y sus fuertes brazos. Su atuendo parecía estar húmedo. En su piel había ciertos grabados de animales, como tatuajes con tinta azulada. Incluso en su cara, en la parte de las mejillas tenían símbolos y en su frente. Aquellas criaturas eran del mar, los había leído en algunos libros y escuchado de las historias que contaban los ancianos mercaderes. Muy, muy lejos, en la zona del este estaba la costa, allí estaba el océano, inmenso y enorme, donde habitaban criaturas de agua salada que no se encontraban en ríos y lagos, como otros peces, ballenas, tiburones. Se quedó observando aquellos símbolos de esas bestias y por un instante juraría que se habían movido en su cuerpo, como si estuvieran vivas, nadando en la húmeda de esa bruja. Su cabello le caía hasta los talones y era como una cascada mágica. Mientras que sus piernas estaban protegidas por unas botas de tacón. Earendil Water era su nombre y su apellido.
Hercus ya la había divisado con anterioridad. La bruja de agua siempre llevaba un extraño sombrero de madera de su tierra del este. Al contrario de las naciones, no tenían una monarquía, por loque no era una reina o una princesa como tal, era la líder de su tribu y su marca, de igual modo, era morada. Solo quedaron los cuatro mejores, al pasar las horas. A su grupo le tocaba enfrentarse a la tribu del este, liderada por la bruja del agua. Mientras que la nación de Aerionis donde estaban los hermanos Wind del oeste les tocó contra la familia Marqués de Galadar del sur.
Hercus y su grupo estaban frente a la tribu del este. Hasta ese momento eran el equipo más difícil al que debía enfrentarse. Miró con fijeza a la bruja de agua, pero aquella mujer solo se mantuvo inmóvil e indiferente. Al empezar el juego, con su grupo fueron decididos a la victoria. Mas, la hechicera se mantuvo inmóvil en su posición. Ganaban por dos banderas y solo les faltaba una más. Sin embargo, fue cuando la bruja del agua demostró su destreza en el manejo de su elemento. Earendil Water desaparecía por debajo de la tierra a través de un charco translúcido y aparecía flotando en el aire como un remolino y encestaba en una serie de ataques continuos, enviando chorros de agua en todas direcciones para desestabilizar a sus oponentes. Y cuando ellos lograban atacar un muro de agua transparente que evitaba que el balón cruzara el aro. Entonces, Earendil Water los alcanzó, estando dos banderas a dos. La siguiente ronda sería la última. Hubo un corto receso para hidratarse.
Hercus se limpió la boca sin dejar de mirar a la bruja de agua que solo había quedado en medio del campo, como al principio del partido. Luchar a una hechicera resultaba ser demasiado agotador y complicado de hacer. Nunca había sentido tanta presión y tanta diferencia de capacidad con un contrincante. Las brujas eran seres temibles y demasiado poderosa. Incentivo a sus compañeros que no se amedrentaran ante el desafío que ella significaba.
—Hoy cada uno de ustedes puede enfrentarse a las brujas de la profecía. Aquellas que fueron auguradas por los sabios de Videntia —dijo Hercus con expresión firme y voz ronca—. Y ganarles. Nosotros, los de marca negra, los plebeyos, podemos hacerlo. Juntos. —Estiró su brazo en el aire.
—Juntos —dijo Axes como un rugido furioso.
—Juntos… —intervino Herick—. Juntos… Juntos… Juntos… —Se fueron uniendo los demás.
—Yo me encargaré de que ella reciba el balón. No deben arrojarlo, solo hasta que vayan a lanzar hacia el aro. Ustedes deben encargarse del resto.
Hercus lideró a su equipo en una defensa sólida y un contraataque implacable. Ignoraba a los demás participantes. Se mantuvo marcando a la bruja de agua. De cerca se notaba la diferencia de su altura. Earendil era grande, esbelta y marcada. Pero su figura era encantadora y sin perder la gracia femenina. Los ojos azules también resplandecían por un brillo mágico.
Hercus utilizó su habilidad para prever los movimientos de Earendil. Estaban quietos. Extendió sus manos alrededor de ella. Para desaparecer necesitaba hundirse en el charco de agua cristalina, por lo que había un corto periodo de tiempo en que necesitaba descender para desaparecer. Debía evitar que se transportara a otro sitio. Siendo así, estaban parejos, ya que el resto de sus integrantes quedaban igualados.
—¿Crees que tú solo puedes detenme, guerrero? —dijo Earendil Water con su acento extranjero y en un idioma diferente.
Hercus frunció el ceño, pues no entendió lo que había dicho, ni una sola palabra. Los espejos y los cuernos que hacían la traducción estaban lejos.
—¿Crees que tú solo…? ¿Puedes detenerme, guerrero? —dijo Earendil de nuevo. Esta vez en el lenguaje gloríense.
—Lo intentaré —respondió él con seguridad.
Hercus entrelazó sus dedos con Earendil, mientras forcejeaban. Aquella bruja era fuerte en verdad. Sus músculos se tensaron y sus brazos temblaban. Ninguno retrocedía. Parecía ser un empate, pero ni él ni ella estaban usando toda su capacidad.
—Eres fuerte, guerrero.
Hercus vio directo a los ojos de la hechicera de agua, que se tornaron todo de azules y hasta el punto n***o desapareció. Brillaban con más fulgor y le empezó a doblar las manos y a hacerlo arrodillar. Sus huesos crujieron ante la vehemencia que aplicaba la señora Earendil. Sin embargo, su mirada resplandeció por un instante toda de oscuro. Resistió la embestida de Earendil y con lentitud se fue colocando de pie, manteniendo la disputa balanceada en un empate. Si era en fuerza, jamás perdería ante nadie, porque era su atributo más sobresaliente para hacer frente a sus rivales.