El mismo día
Guayaquil
Antonio
Hay días como hoy que me cuesta llevar el peso de ser el hijo mayor, todos creen que por ser el primogénito no debo cometer errores, incluso que no me esta permitido vivir mi vida como la deseo, yo sé que a estas alturas muchos hombres de mi edad están casados, pero a mí no me interesa comprometerme obligado con ninguna mujer, ya que los tiempos han cambiado y mi padre debe entender que no voy a aceptar casarme con quien él crea conveniente, como lo hicieron mis abuelos con él, porque no me siento listo para el matrimonio, y si algún día me entra la locura de querer amarrar mi vida a una mujer, debe ser por amor, aunque lo veo casi imposible.
En fin, termino de vestirme mientras me miro al espejo repitiendo en mi interior que pueda sobrevivir a la charla con mi padre, hasta que soy sacado de mi burbuja al escuchar que abren la puerta de mi habitación, para encontrarme con la mirada de mi hermana menor.
–¡Hola Antukito! Estás en un lío grande, porque mi padre recibió una llamada de la chismosa de Juana Tapia, no tengo idea lo que le dijo esa mujer, pero te aseguro que no es nada bueno– me afirma con una mirada de preocupación.
–¡Maldita vieja solterona! Es peor que la radio dando las noticias, por eso es que nadie quiere casarse con ella, ¿Quién la aguantaría? Ni si quiera el padre Alfonso la soporta y él es sacerdote, además Leonor se suponía que me cubrirías las espaldas, ¿Qué sucedió? ¿Dónde estabas metida?
–Lo siento hermanito, pero tuve que aprovechar que salí a ver unas telas a la tienda de Don Jorge, para encontrarme con Alfonso– se justifica entre suspiros.
–¡Leonor! Dime con sinceridad ¿Qué le ves a ese hombre? Es feo, trigueño, no es culto, parece un don nadie como se viste, lo único es que tiene dinero, pero tú puedes encontrar a alguien mil veces mejor que él, eres bonita, tienes ojos verdes, piel blanca, tienes una buena altura 1.65, estudiaste en Paris, eres sofisticada, de mundo, entonces no veo porque conformarte con el primer imbécil que te repite un par de palabras bonitas.
–¡Antonio! Tú no entiendes nada, porque eres superficial, juzgas a las personas por lo que ves, debes conocerlas y dejar tus prejuicios a un lado, además Alfonso tiene un corazón de oro, puede ser un hombre sencillo, pero sabe como tratar a una dama, no es un picaflor, prejuicioso, que solo busca pasar un rato con una mujer– me repite viéndome de pies a cabeza.
–Gracias por tu extenso discurso, pero te faltó decir que era de mí de quien hablabas, no voy a negar que soy todo eso, aunque en mi defensa, no me interesa tener una relación formal, no quiero casarme por obligación, por darle un heredero a nuestro padre, además no creas que soy superficial, tengo mi corazoncito y me duele que mi propia hermana me trate con tanto desdén.
–¡Cállate Antukito! Haces el ridículo haciéndote la víctima, porque tú no eres ningún santo, solo espero que algún día encuentres una mujer que te abra los ojos, que te haga poner los pies sobre la tierra, porque tú vives en la luna.
–¡Leonor! ¿Por qué me deseas ese mal? Yo estoy bien siendo libre, me gusta estar soltero y nada hará cambiar mi forma de pensar.
–¡Veamos! Porque estoy segura que nuestro padre te pondrá contra la pared, incluso ya escucho las palabras de Don Ernesto Cevallos, “Te casas o te vuelves a Paris” –repite mi hermana haciendo la voz de mi padre.
–¡Casarme no es una opción!, Prefiero soportar a la vieja de nuestra tía Lucrecia en Paris, además allá estaré libre de la política, lo malo es que estaré amarrado al escritorio del periódico– le repito soltando una mueca de frustración.
–Lamento tus desgracias hermanito, por último, ni que fueras a la guerra, solo tendrás que irte a Paris si no quieres que te casen con alguna mujer solterona–me explica con un tono de sarcasmo en su voz.
San Miguel del Morro
Sara
Yo estoy consciente que apenas tengo 18 años, que me falta experiencia en muchos aspectos, pero no soy una tonta, puedo cuidarme de cualquier peligro, además como se lo repetí a Dolores, voy a estudiar a Guayaquil, no me interesa amarrar mi vida a un hombre, además ellos piensan que por ser mujer soy menos, que no tengo voz, ni voto, por eso el día que piense en unir mi vida a alguien, debe ser un hombre que me demuestre que somos iguales, que me ame y sobre todo que me de mi lugar, porque ni en mis sueños me casaría con un machista igual que mi padre, primero muerta antes que hacerlo.
En fin, me escabullí de la hacienda de mis padres para ahora estar en la ventanilla de la oficina del correo, esperando que me atienda el empleado hasta que escucho su voz.
–¡Sarita! Estás de suerte, ayer llego tu carta de la universidad, pero tendrás que darme algo para guardarte el secreto– me repite mientras me señala su mejilla.
–¡Don Abel! Usted es un ángel por guardarme el secreto, además le prometo que si me aceptan le escribiré desde Guayaquil– le aseguro depositando un cálido beso en la mejilla a mi viejo mientras me entrega el sobre.
–¡Sarita! No pierdas tu tiempo con este viejo, yo lo que quiero es verte feliz cumpliendo tus sueños, solo espero que no te olvides de la gente del pueblo, pero sobre todo que nadie quiera cambiarte– me pide.
–Don Abel nunca olvidaré que vengo de este pueblo tan hermoso, yo amo está tierra, aunque necesito alejarme de aquí sí quiero ser una profesora, además todavía tengo que obtener el consentimiento de Ezequiel Quinde– le explico pensativa mientras abro un poco el sobre.
En un segundo empiezo a leer la carta de la universidad aceptando mi solicitud para ingresar a la facultad, así en medio de mi alegría me despido de Don Abel para caminar por el centro del pueblo tirando de las riendas de mi caballo, pensando que no hay marcha atrás en mi decisión, voy a estudiar a Guayaquil a cualquier precio incluso contra la voluntad de mi padre, pero me toca enfrentarlo todavía.
Un momento después
Guayaquil
Antonio
Yo no entiendo la necedad de todos en creer que mi vida es fácil, para mí es complicado no dejarme tentar por las mujeres que esperan que las complazca, pero soy muy débil, a mí me encantan ellas, es un mal que no creo que me cure y no quiero, además me gusta disfrutar de mi juventud, aunque mi padre no piense lo mismo, incluso en este instante me tiene sentado en el banquillo de los acusados esperando que suelte su sermón, hasta que escucho ese tono en su voz con malestar.
–¡Antonio! ¡Antonio! Cuando tú naciste siempre pensé que seguirías mis pasos en la política, aunque poco a poco mis ilusiones se vinieron abajo, a ti te atraen otras cosas, como creer que nada tiene su consecuencia, pero te equivocas…–me repite cambiando poco a poco su tono de voz.
–¡Papá! ¿Puedes ir directo al grano? Se enfría el almuerzo.
–¡Antonio! No sé a quién diablos saliste, eres irresponsable, inmaduro, pero lo peor es que siempre tengo que andar sacándote de tus líos de faldas, ¡¿Por qué me haces esto? ¿Por qué no eres como tus hermanas? ¿Hasta cuándo? –me reclama a los gritos.
–¡Papá! No tengo idea que me quieres decir, yo no hecho nada malo, incluso estaba en la iglesia…– le miento haciéndome el inocente.
–¡Cállate Antonio! Deja de mentirme, te vieron salir de la casa de Carmen Fonseca, ¿Tienes idea lo que acabas de hacer? En cualquier momento toca la puerta de la casa Luis Méndez a querer limpiar su honor, además que me arruinaste la oportunidad para que el partido me apoye en mi candidatura, todo por tu calentura.
–¡Papá! No es una calentura, soy hombre y tengo mis necesidades, además yo no soy el primero con el que se acuesta su mujer, por último, el único culpable es él por no atender a su esposa.
–Hijo si tienes tanta necesidad de tener mujer, ¡Cásate! Yo tengo la candidata perfecta, es culta, de buena familia, buena posición económica, además ella no pondría ningún reparo en hacerlo, pero sobre todo callaríamos los rumores de tus aventuras– me explica haciéndome abrir los ojos mientras trago saliva.
–Yo no voy a aceptar que me obligues a casarme con una mujer que no amo, primero recibo una bala del cornudo de Luis Méndez, prefiero mil veces morir, pero con dignidad– le aseguro molesto.
–¡Que dignidad, ni que nada! Eres un descarado, pero esto tiene solución, te casas con Eloísa Cifuentes o te vas a Paris, ¡Tú decides! –me dice a los gritos.
San Miguel del Morro
Sara
En medio de mi alegría voy llegando al portón de la hacienda donde me encuentro con uno de los capataces, entregándole las riendas de mi caballo, mientras que en la entrada de la casa puedo observar a mi padre dando órdenes a sus hombres, sin más remedio doy unos cuantos pasos para saludarlo hasta que estoy delante de él.
–Buenas tardes papá, ¿Puedo saber que sucede? ¿Por qué hay tanto movimiento en la hacienda?
–¡Sara! Lo sabrías si estuvieras en la hacienda, cumpliendo tus obligaciones, no dando vueltas por el pueblo.
–¡Papá! El encargado del ganado es Vicente, yo hago demasiado supervisando a los hombres en las caballerizas, además que tengo que lidiar con las mujeres de los cultivos.
–¡Te equivocas Sara!, Tú quisiste hacerte cargo de los cultivos para evitar problemas con las mujeres, además todos tenemos que ayudar en la hacienda, es parte de cuidar la herencia de nuestros ancestros.
–¡Papá! Yo me levanto temprano a cumplir con mis obligaciones no como otros que andan ocupados en otras cosas– repito mientras se acerca mi hermano Vicente.
–Hija, no me interesa discutir lo que haces o no haces dentro de la hacienda, mejor dime ¿Qué fuiste a buscar al pueblo?