—Cálmese, cálmese —le dijo al oído y devolviendo el abrazo de una forma mecánica, primero, y luego con una entrega creciente hacia aquella persona destrozada. El peso de su respiración y el temblor de los miembros en la estrechez del abrazo parecieron penetrarle en el cuerpo y contagiar el corazón. Mientras ella comenzaba a relajar los músculos, él se desazonaba más, como si la suma de las emociones violentas de la especie humana nunca se alterara ni destruyera, sólo se comunicara. Hasta la noche parecía más queda, más inmóvil, y la pasividad de las difusas y negras formas que le rodeaban, más perfecta. —Todo irá bien —quiso tranquilizarla en tono convincente, hablándole muy bajo y abrazándola más estrechamente que antes. O las palabras o los hechos produjeron sus efectos. Escuchó un frá