La Sally del mil trece
Tres tipos de personas visitaban el mil trece de la calle Vignon; Mundanos, Magos y mundanos después de descubrir que tenían talento mágico.
Porque la mansión al final de la calle era para muchos una tienda de empeño, y para pocos, un almacén de antigüedades mágicas.
A las diez de la mañana la puerta se abrió empujando la campana que colgaba de la puerta sin producir sonido alguno.
La única empleada esperaba detrás de un mostrador con un cuervo disecado en la esquina – bienvenida.
– Quiero empeñar esta escultura, es de plata – anunció la mujer mientras dejaba sobre la mesa un huevo ornamental.
Lilith suspiró, a menudo los clientes olvidaban que ella también era una persona y omitían la cortesía para ir directamente a la negociación, tomó la escultura, la levantó y observó – no compramos adornos.
La clienta se molestó – es plata pura – y miró a todos lados – ¿dónde está el gerente?, quiero hablar con él.
Lilith sintió especial satisfacción al decir – la gerente soy yo y su huevo es una decoración, lo puede ver aquí, en el código de barras – lo levantó.
La impresión estaba muy desgastada, pero aún podía verse, la señora agudizó la mirada y levantó la vista muy enojada – levantaré una queja por el pésimo servicio.
– Cuando guste.
Los clientes siguieron llegando y a la una de la tarde la campana emitió un tintineo.
– Quiero tres botellas de coral grado dos.
El segundo tipo de personas que entraban al mil trece de la calle Vignon; magos.
– Están agotadas, vuelve el martes – respondió Lilith.
Matthias buscó su cartera – las necesito para hoy – y puso una tarjeta de crédito sobre la vitrina.
Lilith le lanzó una mirada desdeñosa – vuelve el martes.
Matthias se estaba volviendo loco, se recargó sobre la mesa y la miró fijamente – necesito esas botellas para hoy, no te hagas la dura conmigo, Sally.
– Mi nombre es Lilith. Hay otras cuatro tiendas de magia en esta calle, ¡ve a rogarles a ellos! – se molestó.
– Ya fui, están agotadas – admitió Matthias y la miró tan fijamente que Lilith sintió una punzada perforando su frente y lo golpeó con una revista.
– Lee el letrero maldito pervertido, ¡está prohibido usar telepatía con la encargada!, sigue con eso y estarás vetado de mi tienda.
Matthias se llevó las manos a la cabeza – no lo estaba haciendo y no te hagas la difícil, soy uno de tus únicos clientes.
– Un cliente tan leal, que fue a cuatro tiendas antes de venir aquí.
Matthias torció la boca en una mueca – tengo que pasar este examen, en serio necesito botellas de coral.
Lilith suspiró – ¿cuál es el tema?
– Hechizos de confinamiento, puedo lograrlo usando mi magia, pero las pociones siguen…, estallando – admitió con tristeza.
– No agregues la sangre de inmediato, espera a que el líquido se enfríe.
– Pero el libro dice…
– Ya sé lo que dice el libro, yo los vendo – señaló las estanterías a la derecha, luego se agachó y sacó una caja con frascos de vidrio azulado – es lo único que puedo venderte, escucha mi consejo, después de que la poción esté terminada, espera a que se enfríe y agrega la sangre, dejarán de explotar.
Matthias frunció el ceño – ¿estás segura?
– Mis padres son profesores en la academia, pociones y maldiciones, sé de qué hablo.
Matthias tomó una de las botellas – oye, son más caras.
– Cierto, devuélvemela y espera al martes.
– Dame otras dos – le entregó su tarjeta.
– Gracias por su compra.
– Eres una ladrona Sally – le dijo Matthias antes de salir.
– Mi nombre es Lilith.
A las dos de la tarde inició su descanso, encargó comida, cerró la tienda, le dio la vuelta al letrero de abierto a cerrado, encendió la televisión y se sentó a comer.
Su fascinación de esa temporada eran los programas de investigación de casos reales en formato de documentales con dramatizaciones, porque eran interesantes y se alejaban mucho de los dramas.
En la televisión los investigadores resolvían tres casos en un turno de ocho horas, para el caso principal se llevaban dos o tres días y para el caso de la temporada tardaban varios capítulos, en la vida real un caso de investigación criminal tomaba veinte años en resolverse.
Ahí estaba lo intrigante, la falta de evidencia, las imágenes de las cámaras de pésima resolución y los testigos que mentían, callaban o desaparecían, la mayoría de las veces nada se resolvía y de pronto, una década después el detective tomaba el teléfono y recibía la llamada de un testigo dispuesto a contar lo que realmente pasó.
Después de un capítulo de una hora Lilith buscó un canal de música, se lavó las manos, los dientes y volvió a abrir la tienda.
A las cuatro de la tarde entró una joven hablando por teléfono – oye, ¿tienes psicología de la magia 1?
Lilith buscó el libro y lo puso sobre la mesa.
La joven hizo un gesto con la boca – dame un minuto – le dijo a la persona al teléfono – busco un libro nuevo.
– No tenemos, es una tienda de antigüedades, todos los libros son de segunda, ¿lo tomas o lo dejas?
La chica extendió su mano y presionó la portada con la palma abierta – me lo llevo, no, no es a ti, estoy en la tienda, ya sabes, con la Sally del mil trece.
– Mi nombre es Lilith.
– Como sea.
Había cuatro tipos de personas que entraban al mil trece de la calle Vignon, mundanos, magos, mundanos recién convertidos en magos y los clientes groseros.
A las seis de la tarde la puerta se abrió y la campana tintineó.
– Bienvenido – saludó Lilith y miró al joven en la entrada, delgado, atractivo, de unos veinte años, ojos color marrón, cabello castaño claro, ropa sencilla, nada de accesorios costosos, miraba alrededor y no sabía qué decir, Lilith no podía describir cuál fue la señal que la alertó o cómo los identificaba, pero estaba segura, él caía en la tercera clasificación, un mundano que recién descubría su talento mágico, y uno muy atractivo – ¿en qué puedo ayudarte? – preguntó sin poder quitarle los ojos de encima.
El joven miró los estantes de libros, pasó los dedos por la vitrina y señaló un cuadro en la pared – ¿cuánto por eso?
La pintura en cuestión mostraba tres edificios casi cubiertos por el agua – lo siento, no está a la venta, es la pintura favorita de mi tío.
– ¿Y dónde está él?
– De luna de miel, estoy a cargo mientras tanto y créeme, no la venderá, el abuelo la compró hace como cien años, es la imitación de una pintura que fue exhibida en la biblioteca de Malea y presagió que la isla se hundiría, lo que es realmente increíble considerando que era el siglo XV y la isla de verdad se hundió, dos siglos después.
– ¿Cuánto?
Lilith se sintió un poco nerviosa – no está a la venta.
– Creí que era una tienda, todo debería venderse – dijo el recién llegado y recargó las manos sobre la mesa – ¿no lo crees?
Lilith sintió que no podía apartar la mirada, tenía las manos sobre la madera, según su tío, ningún mago podría hipnotizarla mientras mantuviera el contacto constante – es parte de la decoración de la tienda, no la…
Por mirar a ese hombre a los ojos, perdió sus manos de vista, no lo vio apartar la mano derecha, meterla a su saco o sacar el cuchillo de cocina con el que ahora presionaba su cuello.
– Eres la única aquí, ¿cierto?
Una lágrima bajó por su mejilla – no, mis padres y mis hermanos están arriba, bajarán en cualquier momento.
Él sonrió – Lilith, tú no tienes hermanos.
Todos sus clientes, estudiantes, profesores y magos, todos la llamaban “Sally”, y siempre deseó que al menos uno de ellos conociera su nombre, pero no lo imaginó de esa forma.
– No quiero hacerte daño, así que haremos esto, tú cierras los ojos, cuentas hasta cien, los abres y eso será todo, apuesto a que tu tío valora tu vida más que a esa pintura, ¿no lo crees? – habló mientras movía el cuchillo para ejercer presión con la parte que no tenía filo.
Sentir el metal ya era suficientemente aterrador, Lilith asintió, cerró los ojos y contó.
– Uno, dos, tres…
En el número cinco el cuchillo se apartó de su piel, en el número quince un objeto cayó al suelo, en el veinte hubo pasos, en el treinta la puerta se abrió con ese delgado sonido que emitía la campana, encantada con magia para diferenciar a los mundanos de los magos.
En el cuarenta hubo silencio.
– Cuarenta y uno, cuarenta y dos…
Al llegar al setenta sintió que sus piernas se doblarían, en el ochenta quiso abrir los ojos y tras decir cien, cayó al suelo y lloró.
No pasaba muy a menudo, vista desde fuera su tienda era una ruina, la pintura desgastada, los arbustos metiéndose con el cableado, las ventanas sucias, o el estacionamiento vacío, porque su tío era el único con coche y él estaba de viaje.
El tono de llamada de su celular sonó un par de veces.
– ¡Mi cielo! – exclamó su madre en la llamada.
– Hola mamá, ¿qué estás haciendo?
– Calificando exámenes, ¿por qué?, ¿pasó algo?
– Nada, estoy teniendo un día muy aburrido en la tienda y pensé en llamarte, ¿de qué fue el examen?
– Les encargué un ensayo de historia mundana, la mitad usaron una inteligencia artificial para generar el texto.
Lilith sonrió – ¿cómo sabes que lo hicieron?
– Porque mis estudiantes no son tan buenos redactando, voy a llamarlos uno por uno y les haré preguntas en base a lo que dice su ensayo, así sabré sí leyeron antes de copiar y pegar.
– Y por eso eres la mejor maestra del mundo.
– Cariño, ¿todo está bien?
– Sí – limpió sus lágrimas – todo está perfecto, te dije que puedo encargarme.
– No te duermas muy tarde.
– Claro, solo veré televisión hasta las dos de la madrugada.
Su madre suspiró – pero no más tarde, ¿de acuerdo?
– Lo prometo, te amo mamá.
– También te amo.
Después de la llamada Lilith se levantó, había un espacio vacío en la pared de la derecha, la pintura heredada por su abuelo que llevaba sesenta años en la familia desapareció y en la esquina de la mesa, mirándola fijamente, estaba el maldito cuervo de ojos oscuros que debía protegerla.
– Basura inútil – tomó el cuervo y lo acostó sobre la mesa para mirar el número anotado en la base.
– Llamaste a Deimos, ¿en qué puedo ayudarte?
Lilith sujetó el celular con fuerza – un ladrón entró a mi tienda, me amenazó con un cuchillo, se llevó una pintura invaluable y su cuervo hizo nada.
Percival tenía el altavoz puesto – bien, necesito que vaya a la base del artefacto y me dicte el modelo.
– Meg15–T
– Es la serie Megan, dices que te amenazó con un cuchillo, ¿te hizo daño?
Lilith sintió que la pregunta era una broma – no me apuñaló ni me sacó las entrañas sí es lo que estás preguntando, me amenazó y se robó una pintura.
– La serie Megan se activa solo en circunstancias de alto riesgo, ¿estás segura de que era un cuchillo real?
– ¡Es una broma!
– Lo digo, porque sí era un cuchillo falso, el cuervo no identificó la amenaza y por eso no reaccionó.
Lilith corrió a los escalones y se detuvo frente al espejo, el corte era delgado y casi no sangraba, pero ahí estaba – era un cuchillo real, hay sangre en mi cuello, ¡quieres decir que esa cosa se activará solo después de que me asesinen!
– No, la serie Megan…
– ¿Crees que esta es mi primera vez? – lloró – ustedes los magos son todos iguales, discriminan a los mundanos, nos tratan como basura porque no tenemos talento mágico.
“Ya sabes, con la Sally del mil trece”, recordó.
– Un mago toca un artefacto y de inmediato sabe sí lo estafaron o sí realmente le vendieron un producto mágico, ¡yo no!, cada vez que compro algo mi tío tiene que regresar a la tienda para exigirle al mago que me lo vendió, que me dé un artículo real, ustedes no son comerciantes, son estafadores, ni siquiera son capaces de darle a las personas los productos por los que pagaron.
Percival se humedeció los labios – lo lamento mucho, escucha, dame tu dirección, iré, revisaré el modelo y te daré sin costo alguno, un protector de la serie Sally, son más sensibles, se activará ante amenazas mágicas y mundanas.
“Sally”
Tenía que decir ese nombre
– Púdrete en el infierno – dijo Lilith y colgó la llamada.
El vendedor no fue el mismo que la atendió seis meses atrás, tampoco fue él quien entró a su tienda con un cuchillo ni mucho menos era uno de esos magos que la trataban con desprecio, pero fue la persona en quien descargó su rabia.
Sus padres eran profesores en la academia de magia, su tío era dueño de una tienda de antigüedades mágicas, todas sus primas estudiaban para convertirse en hechiceras y ella.
El 0.001% de los hijos de magos nacían sin talento, Lilith fue la maldita afortunada.
O como todos la llamaban, “la Sally del mil trece”