“Baja un poco el arco”, dice él. Lo hago. “Ahora, respira profundo, después suéltalo poco a poco”. Respiro hondo y al exhalar, suelto el aire. La cuerda salta hacia adelante y la flecha sale volando. Pero estoy decepcionada de ver que no cae en el árbol. Fallo por varios centímetros. “Te dije que esto era una pérdida de tiempo”, le digo, molesta. “Te equivocas”, contesta. “Estuvo bien. El problema fue que no pusiste los pies en el suelo. Dejaste que el arco te llevara. Tu fuerza está en tus pies y en tus caderas. Tienes que estar inmovilizada. Plantarte. Inténtalo otra vez”, dice él, pasándome otra flecha. Lo miro, preocupada. “¿Y si fallo?”, le digo. Él sonríe. “Descuida. Encontraré las flechas. No pueden ir lejos”. Tomo otra flecha y la pongo en la cuerda. “No tires de el