El día llegó más rápido de lo que Nicolás habría deseado, un tranquilo martes con el cielo abierto, calles tranquilas y en la mansión al final de la calle, la afamada reunión privada de la familia Seldwyn a la que estaba obligado a presentarse, dejar que su rostro fuera visto, sentarse junto a Margaret y hablar lo menos posible.
Ese era su plan al dejar la mansión sin despedirse y cruzar la entrada bordeada por árboles hacia el jardín donde sería la fiesta, en el momento en que llegó, las conversaciones y risas se detuvieron, y él se volvió el centro de atención.
De una de las mesas, Margaret se levantó, caminó hacia él e hizo una reverencia – muchas gracias por su presencia, alteza, lo presentaré – señaló con su brazo sin la intención de tocarlo.
Dos personas retrocedieron para cederle
