El ambiente era ruidoso la mayoría del tiempo, y esa noche con la música de fondo las voces se convertían en gritos que eran imposibles de ignorar, William aceptó un gran tarro de cerveza y bebió felizmente, en el norte llenarse de licor no era un gusto, sino una necesidad.
Muy diferente de su sensación de frío, a su lado Nicolás llevaba un abrigo delgado y la camisa entreabierta, por lo que su cuello estaba expuesto.
Un hombre lo miró fijamente – ¡eres el hijo no reconocido de la diosa de invierno!, o será que los pálidos no tienen frío – bromeó.
– A la diosa del invierno no le gustan los pálidos – comenzó a decir un hombre – la encontré en la primera helada, me dijo que necesitaba a un verdadero hombre, de piel bronceada – se golpeó el pecho e inició su historia entre risas.
William
