Al llegar a la estación de trenes sir William Lassage miró las pesadas maletas y anticipó que sería él quien tendría que transportar todo el equipaje, soltó un resoplido y se rascó la cabeza, lo mejor era comenzar.
El camino hacia el castillo Lacombe era muy estrecho y muy cercano al bosque, no era posible subir en carruajes, debían montar en caballos y usar carretillas para las maletas, los lugareños estaban acostumbrados a ese hecho y ya fuera por nostalgia o por seguridad, ninguno de los hombres que cuidaron el castillo tomó la decisión de ampliar el camino.
En la entrada Nolan Legrand se detuvo junto al sitio donde descansaba una vieja balsa destruida y un busto con un libro donde se leía, ¡Bastián Lacombe! – dicen que todavía está ahí, dentro del lago, acostándose con las hijas del
