CAPÍTULO 4

1959 Words
POV LIAM BLACK ―Te enviaré las medidas por correo electrónico ―le expresé. ―Perfecto. Iniciaré el trabajo en el tablero, y construiremos a partir de ahí. ―Se levantó mientras yo hacía lo mismo―. ¿Cuál es tu plazo para esto? ―Tengo un poco más de un mes antes de que Olive se mude a tiempo completo ―informé. Emily emitió un silbido suave. ―Entendido. Siempre he disfrutado de los desafíos. ―Me extendió la mano nuevamente―. Encantada de conocerte, Liam. Esta vez, tomé su mano con una conciencia diferente, notando la suavidad de su piel y la firmeza de sus dedos en el apretón. Una extraña sensación de hormigueo persistió después de separar nuestras manos. No me agradaba. La conciencia significaba notar detalles, como su piel suave, dedos fuertes y el contacto visual directo e inquebrantable. Sus ojos siguieron fijos en mí mientras me alejaba. Al aproximarme a la puerta, un joven alto, aproximadamente de mi edad, de cabello rubio y mandíbula ancha, me abrió la puerta sosteniendo una sola rosa roja. ―Adelante ―indicó. ―Gracias ―respondí. Al franquear la puerta, me volví brevemente y observé cómo la mesera lo acompañaba de vuelta al reservado de Emily. Una sensación incómoda parpadeó detrás de mi pecho. Exhalé y caminé rápidamente hacia donde había estacionado el todoterreno. No fue hasta que entré, encendí el vehículo y empecé a salir del estacionamiento que recordé que olvidé mi teléfono en la mesa del restaurante. La fila de tráfico se extendía ante mí y cerré los ojos, tratando de mantener la paciencia mientras avanzaba por las manzanas que me separaban del restaurante. Los veinte minutos que tardé en dar la vuelta al restaurante y recorrer la calle hasta encontrar estacionamiento libre se me hicieron cuatro veces más largos. Cuando finalmente encontré un lugar y regresé al restaurante con pasos rápidos e impacientes, abrí la puerta con más fuerza de la necesaria, sorprendiendo a la anfitriona que levantó la cabeza con ojos muy abiertos. ―Mmm ―murmuró, volviendo la mirada a la mesa de Emily―. ¿Está... ocupada? ―Olvidé mi teléfono ―expliqué―. No creo que lo hayan traído aquí, ¿verdad? Sonrió, aunque se notaba tensa y nerviosa. ―No. ―No hay problema. Voy a buscarlo. ―Señor ―llamó a mi espalda mientras me alejaba. Me acerqué a la cabina y vi al rubio de mandíbula sentado en el lugar que yo había ocupado. La rosa estaba sobre la mesa, y mi teléfono no estaba donde lo dejé. Mientras miraba su pantalla, eché un vistazo hacia la parte trasera del restaurante, donde se encontraban los baños. No vi a Greer, pero debía estar en alguna parte. Cuando me acerqué al pasillo que conducía a los aseos, escuché el sonido de su voz, seguido por risas masculinas. Me detuve. ―¿Qué piensas? ―preguntó ella. Introduje la mano en el bolsillo y me incliné lo suficiente para ver con quién hablaba. Era el mesero. ―Atractivo. ―Llevaba un plato de comida, y Emily dio un mordisco―. No tan atractivo como el anterior, pero sin duda la mejor opción que has tenido. Fruncí el ceño. ―Nadie es tan atractivo como el chico anterior a este. ―Suspiró―. Él era... ―Entonces, Emily se estremeció. Un nudo se formó en mi estómago al darme cuenta de que hablaba de mí. Sentí calor en mi rostro y miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie me estaba prestando atención. Ella continuó hablando. ―Pero era una reunión de negocios, no un... ya sabes, candidato. ¿Qué estaba pasando? ―¿Más citas mañana por la noche? ―No sé si puedo soportar otra noche así. Todas fueron tan horribles, Rocco. ―Lo sé, chica. Lo vi. ―Se aclaró la garganta―. Lo haré siempre y cuando no necesites que me mude por todo el estado. No creo que pudiera explicarle muy bien mis ingresos a mi mamá. Debido al color oscuro de su piel, no podía decir si Rocco se estaba sonrojando, pero por la forma en que la miraba -tímido y un poco enamorado- no me habría sorprendido que lo estuviera. Ella se rio. ―Eres tan dulce, pero eres una década demasiado joven para esto. Mis papás nunca creerían que estoy robando una cuna, pero si pensara que lo harían ―le puso una mano en el brazo―, te aceptaría sin pensarlo. ―El sonido de un tenedor raspó el plato―. ¿Puedes envolverme eso? Quiero comerme una cazuela entera antes de desmayarme. ―De acuerdo, jefa. ―Su atención se desvió hacia el final del pasillo y me escabullí―. ¿Vas a preguntarle a este tipo entonces? Se parece un poco a Lord Farquaad de Shrek. Si no hubiera sentido el filo de la alarma por todo lo que estaba oyendo, podría haberme reído. ¿En qué demonios se estaba metiendo? ―Rocco ―dijo entre risas. ―Lo hace. ―Si supiera cómo preguntar esto sin parecer loca, podría preguntarle a él. Es lo suficientemente bueno, ¿verdad? Es guapo. Es alto. Un año mayor que yo. Dijo que está entre trabajos en este momento, por lo que el dinero podría atraerlo. Creo que mi familia lo creería. Pero aún tengo que resolver lo de Te ofrezco dinero para que finjas estar casado conmigo. ―Mis cejas se alzaron hasta la línea del cabello―. Ya sabes ―continuó―, sin sonar completamente desesperada. El mesero tarareó con complicidad. ―Lo sé ―se lamentó―. Es una locura, lo sé. Volví a mirar hacia la cabina y el corazón me dio un vuelco al ver a su acompañante. Sostenía su teléfono para hacerse un selfie, con la rosa junto a la cara. Frunció los labios e inclinó la barbilla en un ángulo arrogante. Qué idiota. Pensé en Parker, uno de mis únicos amigos íntimos del equipo. Si su hermana estaba metida en algo, nunca sería capaz de mirarlo a los ojos si no se lo decía. Me aclaré la garganta y doblé la esquina. Los ojos del mesero se abrieron hasta un punto cómico. Emily se atragantó con el bocado de pasta. ―¿Tienes un minuto? ―dije con suavidad. Tragó saliva y miró a Rocco. ―Depende de ti ―dijo él en voz baja. Emily cerró los ojos y luego asintió. ―¿Puedes decirle que he recibido una llamada y que voy para allá? Rocco le dio una palmada amistosa en el hombro y nos dejó solos. ―¿Qué estás haciendo? ―le pregunté―. Porque sé que este no es un comportamiento normal en una cita. No me miró a los ojos. Todos mis instintos me gritaban que algo no iba bien. ―¿Qué demonios está pasando? ―le pregunté. Emily se pasó la lengua por los dientes, una poderosa batalla interna se libraba en su rostro. Había oído lo que le dijo a Rocco, pero necesitaba oírlo de ella. ―Yo solo... ―Hizo una pausa, mirando al suelo mientras negaba con la cabeza. Cuando levantó la vista, la determinación estaba impresa en su rostro―. Busco a alguien que haga algo por mí, pero no puede ser nadie que conozca. Me quedé boquiabierto. ―Eso es muy poco útil. Ella resopló. ―Escucha, tú tampoco quisiste contarme tu historia. Se me desencajó la mandíbula. ―No estás en problemas, ¿verdad? Emily rodó los hombros. ―No. ―¿Es ilegal? ―¿No? La forma en que lo dijo me hizo mirarla fijamente. ―No lo es. ―Tragó saliva―. No creo ―terminó con una voz un poco más vacilante. Volví a mirar al muñeco Ken viviente sentado en la cabina. ―Tiene pinta de imbécil. ―No necesito que sea... ―Se detuvo bruscamente―. No necesito explicártelo. Te conozco desde hace cinco minutos. ―¿Seré capaz de enfrentarme a tu hermano con la conciencia tranquila cuando lo vea la semana que viene? No me iré mientras estás a punto de ser víctima de la trata o algo así, ¿verdad? ―Por favor ―dijo ella―. Tengo una pistola eléctrica en el bolso y llevo tacones de cinco pulgadas. No llegaría muy lejos si lo intentara. ―Emily. Esto no es una broma. Me miró de frente. ―Necesito un marido, ¿de acuerdo? ―siseó―. Y estoy tratando de... encontrar uno ―terminó miserablemente. Me pasé una mano por la boca mientras intentaba con todas mis fuerzas procesar lo que acababa de decirme. ―Un marido ―dije. Sus mejillas se sonrojaron furiosamente. ―No uno de verdad. ―Volvió a girar los hombros―. Es que... es una larga historia, ¿de acuerdo? ―Apuesto a que sí. Exhaló un suspiro y se recogió el cabello detrás de las orejas. ―Así que tu hermano no sabe nada de esto. ―No. ―Sus ojos se clavaron en los míos, intensos e inquebrantables―. Por favor, no se lo digas. Maldije en voz baja y miré al suelo. Sostener su mirada oscura durante demasiado tiempo era como hacer una promesa, y no la conocía lo suficiente como para guardar sus secretos. Emily se adelantó y me puso la mano en el brazo. ―Por favor ―volvió a decir. Levanté la vista, con los dientes apretados y una voz en el fondo de la cabeza gritándome que acceder a todo lo que me pedía era la peor idea que había tenido nunca. ―¿Lo vas a ver mañana? ―le pregunté―. Porque si me pregunta algo, no mentiré. Parpadeó. ―Mañana ―dijo lentamente. ―El evento familiar en las instalaciones del equipo. Supuse que estabas en la ciudad por eso. Emily respiró hondo. ―Sí, claro. Lo había olvidado. ―Entrevistar a maridos te hace eso ―dije secamente. Sus ojos se achinaron con fastidio. ―No tengo tiempo para esto. Tengo que volver para entrevistar a este tipo porque podría ser perfecto. Pero no lo sabré si estoy aquí hablando contigo. Pasó a mi lado y, sin pensarlo, extendí la mano y la agarré con fuerza por la muñeca. Se quedó boquiabierta, con los ojos fijos en el lugar donde la sujetaba. No porque quisiera hacerle daño. Ni porque fuera asunto mío. Porque algo en mis entrañas me gritaba que no debía alejarme ahora. Bajo mis dedos, su pulso era salvaje. ―Ten cuidado ―dije con urgencia―. No sé qué pretendes, pero sea lo que sea, no merece la pena que confíes algo así a un desconocido. Los ojos de Emily no se apartaban de los míos, y cuanto más tiempo permanecíamos ahí, con mis dedos alrededor de su muñeca, más rápido empezaba a latirme el corazón. Era tan fuerte, martilleando contra la jaula de mis costillas, que estaba seguro de que ella podía oírlo. No la conocía. Desde luego, no la conocía lo suficiente como para preocuparme, pero cuando solté los dedos, intenté respirar a pesar de la repentina presión que sentía en el pecho por lo que había dicho. Emily tragó saliva, volvió a la cabina y tomó asiento con una bonita sonrisa en la cara. El mesero se reunió conmigo en el pasillo. ―¿Estás bien, hombre? ―No tengo ni idea ―dije. ―Parece tener ese efecto en todos los que se han sentado en ese reservado con ella esta noche, si eso ayuda. Le dirigí una mirada seca. ―No ayuda.
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