Beth: –Abuelita, por favor –exclame, pero ella solo seguía negando. Dicen que cuando envejeces te pones más necio, pues mi abuela no era la excepción a esa regla, ya habían pasado unos tres días desde que había llegado a Oslo de emergencia. Hasta ahora lo único que había cambiado es que nos dejaban entrar a la habitación del abuelito, y que ya había salido de la unidad de cuidados intensivos, pero hasta ahora no había reaccionado, no había hablado con nadie, y por más que el insistimos, mi abuela se rehusaba a separarse de él un instante. Desde el incidente de su ataque cardíaco, mi abuela no había vuelto a casa, los cambios de ropa se los había hecho en el hospital, no había regado sus plantas o cocinado algo, o dormido en su habitación, totalmente rehúsa a la idea de d